Yoani Sánchez |
Por Yoani Sánchez (*)
Raúl Castro prefirió abrir los cerrojos de las cárceles pequeñas, pero no parece dispuesto a descorrer los barrotes burocráticos de la cárcel grande: Cuba.
Miles de ojos atentos aguardaban frente a la pantalla de la televisión nacional el pasado viernes. Las redes sociales y los mensajes de móvil a móvil vibraban también de nerviosismo. Un fuerte rumor había estado creciendo toda la semana, alimentando las esperanzas de los cubanos dentro y fuera de la isla, quitándoles el sueño. Iniciadas y avaladas por voces oficiales, las especulaciones se centraban en la posibilidad de que la Asamblea Nacional anunciara una reforma migratoria.
En un país donde los nacionales enfrentan fuertes limitaciones para entrar y salir de su propio territorio, tales suposiciones resultan demasiado trascendentales como para no escucharlas. Las maletas preparadas, los billetes de avión reservados y esos abrazos largamente postergados a punto de materializarse sobre algún pariente al que no se le ve desde hace décadas. Pero la ilusión duró apenas unos días, se desinfló con la misma premura que se estampa sobre un pasaporte un cuño de “denegado”.
En lugar de proclamar el fin del denigrante permiso de salida —también conocido como “tarjeta blanca”— Raúl Castro informó acerca de un indulto a más de 2 900 prisioneros. Personas sancionadas por diversos delitos, entre los que se encuentra algunos contra la seguridad del Estado. Según la nota oficial, se trata de reos “con más de 60 años de edad, enfermos, mujeres y también jóvenes sin antecedentes penales previos”. Un gesto que podría estar orientado a allanar el camino para la visita del papa Benedicto XVI en marzo próximo.
El General prefirió así abrir los cerrojos de las cárceles pequeñas, en vista de que aún no parece dispuesto a descorrer los barrotes burocráticos de la cárcel grande. La isla como correccional y los oficiales de inmigración y extranjería como severos cancerberos con un manojo de llaves colgado del cinto. Aunque el presidente reafirmó su “invariable voluntad de introducir paulatinamente los cambios requeridos” en la política migratoria vigente, no pudo evitar que un bufido de frustración brotará de la boca de quienes lo escuchaban desde sus casas. Por enésima ocasión las esperanzas se habían marchitado y el abrazo para el tío o el hermano al que no dejan regresar fue guardado —con molestia— en el baúl de las postergaciones.
Sin embargo, las familias y amigos de los recién indultados sí tuvieron motivos para preparar una Nochebuena con mayor felicidad. Aunque en el Código Penal siguen intactas las figuras delictivas que los llevaron a prisión, los excarcelados de esta Navidad se sienten beneficiarios de un guiño magnánimo hecho desde el poder. La indulgencia presidencial los ha tocado por esta vez, pero millones de cubanos aguardan por un gesto similar en materia de derechos elementales. Un indulto que logre abrir esa pesada reja que les impide viajar libremente, entrar y salir de su país sin pedir permisos.
(*) Bloggera cubana.
Artículo extraído de El País de Madrid. Edición del 26 de diciembre de 2011
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