Hace exactamente diez años, la Argentina se venìa abajo. Culminaba abruptamente un ciclo iniciado dos años antes, cuando Fernando De la Rúa y Carlos “Chacho” Álvarez asumían el gobierno del país vecino luego de una década de menemismo.
Recuerdo perfectamente aquellas jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001. Los uruguayos seguimos por televisión los sucesos argentinos con una mezcla de temor y ansiedad. Sabíamos que lo que allí aconteciera repercutiría indefectiblemente de este lado del charco. Y así fue. Nos tocó ver en vivo y en directo como la Argentina se desbarrancó sobre nosotros sin poder hacer nada para evitarlo.
Recuerdo los saqueos, los cacerolazos, el “que se vayan todos” y el helicóptero en el que se marchó De la Rúa de la Casa Rosada, al igual que Isabel Perón casi treinta años atrás empujada por los militares. Recuerdo a un De la Rúa timorato, abandonado a su propia suerte, intentando contener el tsunami con una esponja de baño.
Recuerdo que las cosas venían mal, pero luego de relevar a López Murphy (quien intentó imponer un poco de orden a las cuentas fiscales) y poner en su lugar a Cavallo, empeoraron aún más. Recuerdo el corralito, el corralón, el agujero fiscal, el riesgo-país disparado a la estratósfera, la convertibilidad hecha añicos y a la gente en estado de pánico. Recuerdo el desconcierto y la angustia de los porteños, que copaban avenidas y plazas. Recuerdo a los piqueteros cortando calles y a grupitos de exaltados agrediendo al ex ministro Alemann y a otras figuras públicas, ante la mirada complaciente de los transeúntes. Recuerdo los muertos y la represión salvaje de la policia. Recuerdo a una Argentina sumida en el caos y la anarquía.
Recuerdo también a los oportunistas que salieron a hacer su agosto: empezando por los peronistas, aves rapaces si las hay, siguiendo por la CGT, ciertos círculos empresariales e incluso algunos correligionarios del presidente. Así lo afirma el propio De la Rúa y hace pocos días lo ratificó el periodista Horacio Vertbisky, ex montonero y hombre cercano al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, quien no tuvo empacho en hablar de un “golpe civil”.
Aquel 19 de diciembre de 2001quedará gravado en mi memoria como el principio de un largo calvario al que nos arrastró la debacle argentina. Un calvario del que salimos gracias a un modo de ser distinto a de nuestros vecinos (institucionalista, aguerrido, obstinadamente democrático), del que deberíamos sentirnos orgullosos. Aquí, el presidente no sólo no huyó por la puerta de atrás (Jorge Batlle resistió a los pedidos, sugerencias y veladas invitaciones de renuncia que recibió de algunos compatriotas y extranjeros), sino que se mantuvo al frente del barco, conduciéndolo con mano firme hacia aguas más calmas. Aquí el sistema político -salvo excepciones, que no viene al caso detallar en esta ocasión- estuvo a la altura de las circunstancias, poniéndole el pecho a las balas y asumiendo los costos que debía asumir. Aquí el pueblo dentro de la gravedad de la situación también se comportó con altura y dignidad, dándole a algunos nostálgicos de las botas y la violencia armada un ejemplo de civismo y respeto a las instituciones.
Diez años después de aquellos tristes acontecimientos podemos vernos en el espejo argentino y sentirnos orgullosos de haber salido del aquel marasmo a la uruguaya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario