Hoy tuve un sueño. Un sueño bastante modesto si lo comparo con las grandes utopías que otros aún alimentan y proclaman. O exageradamente ambicioso si lo contrasto con las expectativas de los resignados de siempre. Soñé con que nos escapábamos del cuadro surrealista al que nos condenaron hace mucho tiempo y nos transformábamos en un país serio, ordenado, previsible. En una palabra: en un país normal.
Soñé con un país en el que los gobernantes respetan las normas (¡todas las normas: desde las legales hasta las ortográficas!), en el que obran conforme a sus ideas y no a los designios de terceros, en el que dan el ejemplo dentro y fuera de la función pública y su honestidad está lejos de toda sospecha.
Soñé con un país en el que los empleados públicos cobran según su rendimiento y tienen claro que son funcionarios del Estado y no sus dueños y que los ciudadanos –a los que algunos destratan y menosprecian- son sus verdaderos patrones.
Soñé con un país en el que los empresarios no le reclaman al Estado (y éste a la sociedad) que financie su ineficiencia o cubra sus pérdidas; un país en el que los sindicatos defienden los derechos de los trabajadores sin poner en riesgo sus fuentes de trabajo y sus plataformas se basan en reclamos reales y concretos del presente y no en fórmulas ideológicas del pasado.
Soñé con un país en el que la educación estimula la creatividad de los niños, alimenta el intelecto y la sensibilidad de los jóvenes y permite a cada uno de ellos ser dueño de su propio destino; un país en el que los educadores tienen claro que su función es un sacerdocio y están dispuestos a renunciar a sus sectas para formar librepensadores; un país en el que los políticos tienen como prioridad el bienestar de las futuras generaciones y los padres defienden con uñas y dientes a sus hijos del fanatismo de los malos docentes y la desidia de los peores gobernantes.
Soñé con un país que no gasta lo que no tiene, que no contrae deudas que no puede pagar, que no juega a la mosqueta con su moneda y no le mete la mano en el bolsillo a los contribuyentes.
Soñé con un país en el que la meta es que los que están abajo suban y no que los que están arriba, bajen.
Soñé con un país en el que la gente puede salir a la calle sin temor a que la roben, la maten o la ultrajen; un país en el que las rejas y las alarmas no existen y las autoridades no rompen el termómetro cada vez que aumenta la fiebre sino que la combaten con ejecutividad, idoneidad y firmeza.
Soñé con un país en el que la gente puede salir a la calle sin temor a que la roben, la maten o la ultrajen; un país en el que las rejas y las alarmas no existen y las autoridades no rompen el termómetro cada vez que aumenta la fiebre sino que la combaten con ejecutividad, idoneidad y firmeza.
Soñé con un país en el que los niños son sagrados y los viejos venerados.
Soñé con un país en el que los hombres y mujeres cualquiera sea su opción sexual, religiosa o ídeológica son libres; un país en el que la privacidad de las personas es respetada a rajatabla y el Estado o sus circunstanciales inquilinos se mantienen a raya.
Soñé con un país en el que los bolches y los fachos son vistos como las dos caras de una misma moneda.
Soñé con un país en el que los liberales de verdad reclaman para sus opositores las mismas libertades y derechos que exigen para sí mismos.
Soñé con un país en el que el arte, la cultura y la educación no son instrumentos de domesticación, adoctrinamiento o sometimiento de unos en favor de otros sino medios de superación y enriquecimiento espiritual del conjunto de la sociedad.
Soñé con un país en el que los antiguos lectores de “Mi Lucha” recitan de memoria “El Diario de Ana Frank” y los antiguos cultores del “Manifiesto Comunista” regalan a sus amigos y familiares “Camino a la servidumbre”.
Soñé con un país en el que la única verdad es la realidad y todos aceptan que hay mil formas de interpretarla.
Soñé con un país en el que la naturaleza no es víctima de la negligencia homicida de unos y la ambición ilimitada de otros.
Soñé con un país en el que se puede soñar en voz alta y muchos soñamos lo mismo al mismo tiempo.
Soñé con un país en el que los sueños se hacen realidad.
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