Cuando
una persona accede a la presidencia de la República deja de ser cien por ciento
libre. Pasa de ser un ciudadano más (dueño de sus dichos y sus actos como
cualquier hijo de vecino) a transformarse en el máximo representante de una
sociedad. En esa condición, ya no puede hacer o decir lo que se le ocurra sino
aquello que le corresponde hacer o decir en función de los altos intereses de
su país.-
Quien se cruza la banda
presidencial debería saber que no gana derechos sino obligaciones. Se
compromete a servir a la sociedad; no a servirse de ella. Su libertad queda
supeditada a sus responsabilidades como gobernante. Y no me refiero solamente
al compromiso contraído con sus votantes sino al estricto cumplimiento de la
Constitución y las leyes, así como también de las normas invisibles que
regulan, controlan y limitan su cargo. Me refiero al protocolo, la diplomacia,
el lenguaje oficial y el cuidado de su imagen.-
Un ciudadano que aspira a
ocupar la presidencia puede ser desprolijo, usar un vocabulario poco académico
o esquivar las formalidades, pero como presidente de la República no puede
hacerlo. Una cosa es ser un Juan de los Palotes y otra muy distinta el responsable
del destino de todo un país.-
Cuando un presidente habla
de la esposa de otro de manera vulgar y chabacana, se equivoca. Cuando un
presidente sale a la calle a repartir volantes redactados por él mismo en
contra de la violencia de género de manera más que desafortunada, se equivoca.
Cuando un presidente discute con un transeúnte como si estuviera en una cancha
de futbol, se equivoca. Cuando un presidente se olvida de ciertos “regalos”
detrás de una cortina en una visita oficial y genera un revuelo bárbaro, se
equivoca. Cuando un presidente se refiere a las ciudadanas de un país vecino
que viven en el nuestro como personas “con fama de buenas, honestas y dóciles”,
se equivoca. Y, por si faltara algo, cuando un presidente es fotografiado en
una cumbre de mandatarios latinoamericanos luciendo una chaqueta del ejercito
del país anfitrión, se equivoca y mucho.
Quien actúa de esa manera,
por demás frívola y desaprensiva, ¿es consciente del daño que le hace a la
imagen de su nación? ¿Se olvida el ciudadano que desempeña transitoriamente la
presidencia de la República que es entre otras cosas el Comandante en Jefe de
las Fuerzas Armadas de su país y por lo tanto debe guardarles respeto? ¿Se
olvida que representa dentro y fuera de fronteras al conjunto de la sociedad y
no a sus compañeros de juergas? ¿Se olvida que es el Jefe de Estado de una
nación y no el animador de una fiesta infantil?... ¿Se olvida o simplemente no
le importa?
Es una pena que el
presidente se empeñe en quitarle el trabajo a Arotxa. ¿Cómo va a hacer el pobre
para caricaturizar algo que más que risa da pena?
Un poquito más de dignidad
republicana no nos vendría nada mal.
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