El SEMANARIO RECONQUISTA es el órgano de prensa de la Agrupación Reconquista del Partido Colorado, fundado por Honorio Barrios Tassano y Carlos Flores. Director Prof. Gustavo Toledo.

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miércoles, 31 de julio de 2013

Mujica y el viaje a La Meca

Por Gustavo Toledo

Ya de regreso en nuestro país, luego de cuatro días en el Caribe, el presidente José Mujica y su esposa, Lucía Topolansky, pueden jactarse de haber concretado el viaje de sus sueños. Aquel que en sus lejanos tiempos de guerrilleros jamás se hubiesen imaginado que un día podrían llegar a realizar como presidente y senadora de la República, por la gracia de las urnas y no de los fierros.

Claro que su propósito no era “lagartear” en las playas de República Dominicana o Aruba, sino visitar Cuba, “La Meca”. Para participar, como era de esperar, de las celebraciones por el 60 aniversario del fallido asalto al cuartel Moncada (hito que marca el inicio de la revolución cubana). Allí nuestro mandatario no se privó de nada: rindió pleitesía a los hermanos Castro, como es obligación en la isla, y en especial a Fidel a quien calificó como "una montaña de años" que conserva su "brillantez", reivindicó su revolución diciendo que es “la de la dignidad", y se encargó de señalar que se habían reído juntos de las “chambonadas" que cometieron en el pasado.

Como se ve, no decepcionó a sus anfitriones. Ni a su barra. Con su presencia y su oratoria estrafalaria contribuyó a legitimar un régimen dictatorial en el que las personas no son libres de entrar y salir de su propio país, ni de expresar abiertamente sus ideas, ni de participar de elecciones plurales y transparentes. Algo similar a lo que padecimos aquí, en los oscuros tiempos en los que el señor presidente y sus compañeros de armas estuvieron presos. ¿Se habrán olvidado?

Según se supo, no recibió a ninguno de los disidentes que le pidieron audiencia. Ni visitó a ningún preso político. Ni se manifestó a favor de una apertura democrática. Nada de nada. ¿Será que los países en los que la gente vota libremente y los derechos esenciales de las personas son respetados a rajatabla son “indignos”? ¿Será que es tan difícil “empatizar” con los que están encerrados en aquellos calabozos tan parecidos a los que aquí conocimos?

Los hombres estamos hechos de acciones y omisiones. Y unas, en ocasiones, hablan más que las otras.

Recuérdese que hace algunas semanas, éste era uno de los dos viajes que estaban en su agenda. El primero iba a ser a Sudáfrica, para participar de los funerales de Nelson Mandela, postergados –afortunadamente- por una ligera pero alentadora mejoría en su estado de salud.

Es curioso que el presidente haya pensado visitar aquel país sólo si se daba esa circunstancia, y no antes, cuando el líder africano podía recibirlo, dialogar con él, aconsejarlo.

Curioso, pero no extraño. Está claro que se identifica más con el barbudo que con el moreno. Mandela, a diferencia del mayor de los Castro, se dedicó a sembrar la paz y la concordia entre sus compatriotas, a restañar viejas heridas generadas por el Apartheid y a fortalecer la joven democracia sudafricana (luego de su liberación fue elegido presidente por una abrumadora mayoría, y una vez cumplido su mandato se retiró de la vida política, transformado en un símbolo de unidad nacional); Fidel, en cambio, se atornilló al poder, selló a cal y canto su isla transformándola en una verdadera cárcel, consolidó un régimen autoritario y monocorde, y nunca dejó de alimentar el odio entre los cubanos bajo la falsa dicotomía revolucionarios-contrarrevolucionarios.


¿Qué nos queda, en resumen, de este viaje sólo comparable por su carga afectiva al que hacen las quinceañeras a Bariloche? Una foto que atrasa 60 años, la vergüenza de no estar del lado de los que claman libertad, y un inmenso espejo retrovisor que nos sigue chupando el futuro. 

martes, 30 de julio de 2013

Pureza de sangre

Por Gustavo Toledo

De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda el golpe bajo, el comentario ruin, la canallada. A falta de argumentos convincentes y propuestas creíbles –para eso se necesita tener algo en el mate- se dispara por debajo de la línea de flotación. Y a quemarropa. Sin importar las consecuencias. La cortesía, el buen gusto y hasta el honor se convirtieron en piezas de museo. Antiguallas.

En rigor, para los pigmeos de la política, lo único que importa es ensuciar al adversario, rebajarlo, estigmatizarlo, y para eso vale todo: vida privada, historia laboral, antepasados, enfermedades…

Por desgracia, ningún partido está exento de este flagelo. Basta recorrer las redes sociales, escuchar algunas audiciones partidarias o leer ciertas publicaciones y los comentarios de los lectores –algunos de ellos bien conocidos- en los sitios web de los medios de comunicación, para comprobarlo. Algún cagatintas de los que nunca faltan podría bautizar a este fenómeno como “La transversalidad de la infamia”. O, “La bajeza hecha sistema”.

En lo personal, nunca vi algo igual. Es más, nunca me hubiese imaginado que en un país civilizado como el nuestro el debate político pudiera descender a esos sótanos y envilecerse tanto.

En democracia se puede (¡y se debe!) debatir ideas y proyectos de país, ese es el intercambio que importa y que ciertamente hace progresar a las sociedades, pero discutir de quién es hijo fulano, sobrino mengano o bisnieto perengano es un absurdo, además de una vileza.

¿Qué responsabilidad puede tener un dirigente político que aspira a llegar a la Presidencia de la República, a la Intendencia de Florida o a la Junta Departamental de Soriano, por ejemplo, respecto a lo que hicieron o no hicieron sus ancestros? Absolutamente ninguna. Cada uno debe ser valorado por sus defectos y virtudes, como seres independientes, no por sus árboles genealógicos. A no ser que creamos en alguna suerte de determinismo biológico, en el que el ADN sea tanto o más importante que el curriculum de los candidatos, y su parentela que la consistencia de sus propuestas.

Varios siglos atrás, en la España de los Reyes Católicos, se impuso un mecanismo de discriminación legal hacia los conversos bajo sospecha de practicar en secreto sus antiguas religiones o de no practicar el cristianismo con convicción verdadera llamado “Estatutos de limpieza de sangre”. Consistían en exigir (al aspirante a ingresar en las instituciones que lo adoptaban) el requisito de descender de padres que pudieran probar descendencia de cristiano viejo. La pureza de sangre se apoyaba en la idea de que la presencia biológica de sangre no cristiana en las venas de un individuo lo identificaba como tal. Por ello, la búsqueda de esa "mancha" podía y debía ir tan lejos como lo permitiese la documentación.

El objetivo era eliminar la competencia y ascenso que significaba la promoción social de los conversos para los puestos más importantes de la sociedad. Con este instrumento se deslegitimaba al adversario, se le desproveía de sus derechos y se le excluía del nivel social y político que le correspondía.

Es triste, pero algunos sueñan con algo parecido, con imponer la primacía de la sangre y el linaje por sobre el talento y el mérito personal, y -¡para colmo!- no tienen el menor empacho de expresarlo. 

Señores, no caigan en esto.


Aunque les cueste imaginarlo, se puede hacer política de otra manera: con dignidad y un mínimo de respeto por el adversario. 

lunes, 22 de julio de 2013

Money, Money, Money


Por Gustavo Toledo

Con el paso del tiempo descubrimos que no hay un Pepe sino dos. Uno “light” y otro al natural, auténtico, sin filtro. El primero encanta con su cuidada rusticidad, su pobreza impostada y su lenguaje cantinflesco; el segundo espanta con sus salidas de tono, sus reiteradas groserías y desplantes. El primero habla con metáforas, imágenes bucólicas y figuras camperas; el segundo, en cambio, habla en términos de dinero y poder: Money, Money, Money...

Cuando creemos que estamos frente al idealista, salta el materialista; cuando sentimos que por fin conectamos con el romántico, reacciona el destemplado: grita, trata de nabo a un periodista, tilda de perro faldero a un líder de la oposición, de pichón de Hereford sin guampas a otro, de choriza a una comunicadora, se manda una puteada urbi et orbi, toma de la solapa a un ex ministro, descalifica a una mandataria extranjera y a su difunto esposo, vuelve a insultar… En fin, ya sabemos cómo es, ¿verdad?

Lo peor es que ya no sorprende a nadie.  

Hace pocas horas, en medio del conflicto docente más grave de los últimos años, en vez de abrir las orejas y dialogar, no tuvo mejor idea que arrojar un baldazo de gasolina al centro de la hoguera.

“Uno reparte lo que tiene, no lo que quiere”, afirmó, entrecerrando los ojos, y, acto seguido, opinó que en el conflicto hubo “falta de racionalidad”.

Reconoció que “17.000 pesos para vivir no da”, pero agregó: “son cuatro horas 180 días en el año. Te quedan otras horas para hacer otra cosa. Hay algunos que trabajan en dos lados, van a la privada, no les paran y le pagan menos”. De locos, ¿verdad?

¿Será que el presidente desconoce que los docentes trabajan bastante más "de cuatro horas 180 días al año" como señaló, preparando clases, estudiando, corrigiendo escritos y tareas domiciliarias, realizando viajes didácticos, coordinando actividades con otros docentes, tomando exámenes, etc.? ¿Será que en verdad ignora cómo son las cosas o que lo dice a sabiendas, con la deliberada intención de mostrarlos como “vagos” y así descalificar su reclamo frente a la población?

Quiero creer lo primero, aunque confieso que me cuesta admitir que un Señor que llegó a la Presidencia de la República con una mochila a cuestas tan pesada como la suya, sea tan superficial en sus comentarios, y no mida el eventual alcance de los mismos.

Según su última Declaración Jurada, y la de su Señora Esposa, Senadora de la República, sus ingresos líquidos ascienden a $260.259 y $93.583, respectivamente. Léase, entre ambos, totalizan ingresos líquidos (¡mensuales!) por valor de $353.842.

¿Qué ha hecho el Señor Presidente a lo largo de estos años para merecer semejante remuneración?  En rigor, nada que no hayamos visto o escuchado: agravios, comentarios livianos, metidas de pata, groserías y tonterías como éstas.

Si el Señor Mujica ganara en función de su productividad, de los servicios prestados a la República y su creatividad para encontrar soluciones a los muchos problemas que afectan a los uruguayos, estoy seguro que llegaría a fin de mes debiéndole plata al Estado.

lunes, 15 de julio de 2013

Luis Batlle Berres

Por Gustavo Toledo

A lo largo de mi niñez siempre me llamó la atención un cuadro que mi abuelo tenía colgado sobre el parrillero de su casa. Un afiche electoral, que presumo data de los años 50, enmarcado en forma casera y adornado en el extremo inferior derecho con una vieja calcomanía de la Lista 15. En él, un Luis Batlle Berres sonriente, de gesto sereno y cabeza ligeramente inclinada, presidía las reuniones familiares.

Con el paso del tiempo, intenté desentrañar esa mirada, descubrir qué se escondía detrás de esa sonrisa y ese aspecto de cantante de tango, pero sobre todo por qué tenía su propio altar y era objeto de tanta consideración.

Recién en mi adolescencia, luego de haber estudiado ese tramo de la historia de la que fue protagonista y las razones que lo depositaron en el lugar que –sospecho- jamás imaginó que podía llegar a ocupar, descubrí que la admiración que mi abuelo siempre le profesó –y aún hoy le profesa- estaba más que justificada.

Me encontré con un personaje fascinante: aguerrido, tenaz, sensible, firme en sus convicciones, un caudillo de los que ya no quedan mi padre era caudillo hasta de espaldas», ha dicho su hijo Jorge).

Descubrí, leyendo, investigando, preguntando, que tuvo una infancia difícil; tras quedar huérfano –a los 3 años murió su madre y a los 11 su padre- se crió con su tío José Batlle y Ordóñez, convirtiéndose en su hombre de confianza, y, de alguna manera, en su heredero político.

Descubrí que fue electo diputado por mérito propio antes y después del golpe de Estado de 1933, que peleó contra la dictadura de Terra, siendo parte del movimiento revolucionario que intentó derrocarlo, que corrió riesgos y que pagó el costo humano, económico y familiar de tomar el camino del exilio.

Descubrí que llegó a la presidencia de la República en forma inesperada, en ancas del destino, como consecuencia del fallecimiento de su compañero de fórmula, Tomás Berreta, apenas cinco meses después de haber iniciado su mandato. El 14 de agosto, se dirigió por cadena de “broadcastings” a todo el país. Pronunció un largo y sentido discurso que más que un listado de promesas y lugares comunes constituye una verdadera declaración de principios: “Me he criado aprendiendo a posponer todo, hasta la conservación de la propia vida, al bien del país -señala-, pero si ésa no hubiere sido mi escuela, me bastaría el afán de merecer este párrafo de una carta que mi familia acaba de recibir de mi hijo mayor: «Es por estas razones que tengo confianza en él, por haberlo visto formar su familia y orientar a sus hijos a diario, es por todas esas cosas que ahora me siento tranquilo y creo que lo único que debo hacer en estos momentos es saber esperar, sé que no voy a esperar en vano y sé que dentro de cuatro años, cuando mi padre deje el Gobierno de nuestro país, podré abrazarlo con todo el cariño que por él siento y decirle que ha demostrado ser un buen jefe de familia para nosotros y para todo el país». Y ahora, conciudadanos, permitidme este recuerdo para el hijo lejano: «Si me oyes esta noche, ten fe absoluta que he de ser con nuestro pueblo como he sido contigo»”.

Descubrí en él a un fiel seguidor de las ideas de su tío, a un hombre comprometido con el desarrollo industrial del país y la expansión de las funciones del Estado, en sintonía con las corrientes económicas de la época, y la genuina convicción de que "apresurarse a ser justos es asegurar la tranquilidad", como señaló en otro pasaje de su discurso de asunción.

Descubrí en él, y esto me interesa subrayarlo en tiempos de nihilismo político, a un demócrata sin fisuras, a un firme defensor de las instituciones y de la soberanía popular. Una pequeña anécdota, narrada por el general Líber Seregni al periodista Alfonso Lessa para su libro “Estado de Guerra”, no deja lugar a dudas. “Hubo un momento muy crítico en el verano del 58 al 59, cuando se corrió la voz que el Partido Colorado no iba a entregar el gobierno. Y que en el Ejército se estaba creando el apoyo para negarse a la entrega del gobierno. Yo era coronel y me consta que algún desubicado –que siempre hay- le planteó a don Luis la posibilidad de entregar el gobierno y don Luis lo sacó a patadas en el culo (sic)”.

Descubrí que fue un hombre de acción, pero también un comunicador nato, de pluma filosa y lenguaje llano, consciente de la importancia de los medios de comunicación de masas como formadores de opinión. No en vano bautizó a su diario Acción y a su radio Ariel.

Hace poco descubrí en una vieja revista Lea una entrevista a su viuda, Matilde Ibáñez, tan  entrañable como conmovedora. Me permito compartir con ustedes el final de la misma: “Cuando murió Batlle, durante algún tiempo su escritorio quedó cómo lo había dejado: lleno de papeles, libros, anotaciones, diarios, en un tremendo desorden que sólo él entendía y que no me permitía tocar. Cuando al fin pude empezar a revisarlo encontré allí un libro, junto a su lugar de trabajo. «El amor humano» de Jean Guitton, abierto en la página que leí llorando, dice doña Matilde. Lo he guardado siempre y lo tengo aquí. Dice así: «La vejez nos lleva hacia el cónyuge. Necesariamente la comunidad de vida se hace mayor por el alejamiento de los hijos, tan frecuente en nuestra civilización personalista, por los achaques que nos hacen reclamar el apoyo del otro, por el hábito casi animal de estar juntos. En este tercer estado el amor carece de pasión, no es casi sentimiento sino más bien estado. Reviste cierto aspecto de cosa sagrada, me atrevería a decir sacramental, porque el tiempo transcurrido, la madurez alcanzada, la imposibilidad de seguir acrecentándose, la aproximación del fin, le dan carácter de estabilidad. Es amor que se recuerda, que se repite, que se encuentra nuevamente. En este momento el amor se aproxima a Religión». Mientras lee su voz tiembla, los ojos, serenos, brillan humedecidos. –Creo que fue la forma de despedirse- me dice, con una sonrisa muy dulce”.


No hace mucho, mi abuelo me obsequió el cuadro de Luis Batlle. Ese que tenía colgado en su parrillero. Desde ese entonces, ya no lo veo con curiosidad como cuando era niño, sino con admiración y respeto. 

jueves, 27 de junio de 2013

40 años

Por Gustavo Toledo

Cuarenta años nos separan del golpe de Estado de 1973. Cuarenta años de historias maniqueas, de mentiras oficiales y verdades hemipléjicas, de lobos disfrazados de corderitos, de pactos no tan secretos, de familias quebradas y de reclamos de justicia con olor a venganza.

Si el tiempo se midiera en relación a nuestra capacidad de aprendizaje, tengo la sensación de que en estos años no aprendimos demasiado.

No aprendimos que la vida puede valer poco o quizás nada, pero nada vale una vida.

No aprendimos que secuestrar, torturar, asesinar y desaparecer personas, no importa a qué partido, organización o colectivo pertenezcan, es siempre un crimen horrendo y repudiable.

No aprendimos que la defensa de los derechos humanos no es patrimonio de algunos sino deber de  todos.

No aprendimos a buscar la verdad en los hechos sino a aceptar como ciertos relatos parciales, subjetivos, engañosos, y en ocasiones abiertamente mentirosos.

No aprendimos que muchos de los que ahora dicen haber defendido la democracia fueron los primeros en tomar las armas contra ella, y quienes voltearon las instituciones con el pretexto de querer salvarlas, fueron quienes terminaron destruyéndolas.

No aprendimos a valorar el coraje de quienes realmente se jugaron la camiseta en su momento, defendiendo la democracia aun a riesgo de sus vidas y la seguridad de sus seres queridos.

No aprendimos que la democracia no se pierde de golpe sino a los golpes, a veces casi sin darnos cuenta, acostumbrándonos a desconfiar del otro, viéndolo como enemigo, creyéndonos dueños de la verdad, descartando la posibilidad del diálogo.

No aprendimos que las leyes son para todos, que los pronunciamientos populares son sagrados y que los fallos judiciales pueden gustarnos o no, pero deben ser respetados a rajatabla.

No, no aprendimos demasiado, y eso me preocupa. Me preocupa que podamos tropezarnos o hacer tropezar a las nuevas generaciones con las piedras que quedaron esparcidas en el camino.

Cuarenta años parece mucho tiempo, pero no lo es.

Cuarenta años separaban a los uruguayos de 1973 del golpe de Estado de 1933. Sí, apenas cuarenta años, y ya ven lo que pasó...

sábado, 8 de junio de 2013

La propuesta de Pedro

Por Gustavo Toledo

El senador Pedro Bordaberry presentó hace pocos días un proyecto de ley que merece ser estudiado con cabeza abierta y espíritu práctico. Se trata de una propuesta innovadora, bien fundamentada, que apunta a potenciar y multiplicar experiencias exitosas como las de los liceos Jubilar e Impulso; y, con ello, mejorar la oferta educativa que reciben los jóvenes que viven en las zonas más carenciadas de nuestro país.

La propuesta del líder de Vamos Uruguay consiste en "asignar recursos públicos a beneficiarios de la tarjeta Uruguay Social del MIDES a fin de solventar gastos de educación y alimentación de alumnos que asisten a centros educativos públicos de gestión privada", precisamente, en aquellas zonas de contexto más desfavorable.

Según el artículo 8 del proyecto, se asignaría a cada establecimiento educativo de ese tipo una prestación económica de $5.000 mensuales por cada alumno beneficiario de la propuesta. El Poder Ejecutivo sería, en caso de aprobarse el proyecto, el encargado de establecer los criterios de selección para acceder al financiamiento, las condiciones para mantener el beneficio, las causales de pérdida del beneficio y el registro de los centros educativos públicos de gestión privada.

Según aclaró el senador colorado al diario El País: “los que van a los liceos Impulso y Jubilar, algunos pagan con dinero o con trabajo una cuota o les exigen a los padres que den una mano en algo. Si en la tarjeta del MIDES uno les acredita dinero que sólo pueden gastar en (la) educación de sus hijos, por ejemplo en este tipo de liceos, le damos una financiación para educar y trabajar con las familias”.

La propuesta es clara, tanto como la realidad que golpea nuestros ojos, pero no todos quieren ver. Los datos que aporta Bordaberry en su exposición de motivos son contundentes, y van en sintonía con los que el sociólogo Fernando Filgueira, un intelectual cercano al ex presidente Tabaré Vázquez, aportó hace algún tiempo en el marco de una actividad académica: entre los jóvenes de menores ingresos, sólo el 37,5% culminó la Educación Media Básica (Primero, Segundo y Tercer año de Ciclo Básico), y apenas el 8% terminó la Educación Media Superior (Bachillerato). Paralelamente, entre los jóvenes de mayores ingresos, la situación es radicalmente distinta: 94,9% terminó Ciclo Básico, y 70,5% culminó Bachillerato.

¿Se dan cuenta? Así, sin hacer nada, dejando que las cosas transcurran como hasta ahora, enredándonos en discusiones sin sentido y en falsas dicotomías entre lo público y lo privado, estamos condenando a miles de jóvenes al desamparo y a la marginalidad. ¿Cuándo entenderemos que la ignorancia es la madre de todos los males, y que es en el campo de la enseñanza que debemos librar la madre de todas las batallas? ¿Cuándo entenderemos que si realmente queremos resolver algunos de los muchos problemas que afectan a nuestra sociedad debemos hacerlo armados de un altísimo grado de sentido social y pragmatismo?

La realidad, esa a la que hago referencia y que supuestamente nos duele a todos, no se cambia garabateando estadísticas, discursos sensibleros o parches curriculares sino con más y mejores centros educativos, es decir, con más y mejores oportunidades para los que menos tienen. Si es el Estado el que las brinda o un privado, es lo de menos. Lo que importa es que esos adolescentes puedan completar su Educación Secundaria, que estén bien alimentados, que estén contenidos emocionalmente, y, sobre todo, que adquieran conocimientos, habilidades y valores que les permitan integrarse a la comunidad y desarrollarse como seres humanos.

Por otra parte, un Estado pobre como el nuestro, debe orientar sus escasos recursos con inteligencia y sentido de la responsabilidad. El orden de prioridades de un gobierno es el que define, en los hechos, su impronta ideológica. ¿Privilegiar obras faraónicas o financiar actividades inviables en función de compromisos políticos o intereses oblicuos es más o menos progresista que apostar de manera clara y concreta como plantea Bordaberry a los que menos tienen?

Digamos también que de aprobarse su proyecto, éste tendría al menos tres efectos adicionales que entiendo sumamente positivos.

En primer lugar, que sean los padres de esos chicos los que elijan qué centro educativo quieren para ellos, no es un detalle menor. Es, para decirlo en términos actuales, empoderarlos, hacerlos partícipes de un proceso del que no son ni pueden ser ajenos. Pues son ellos los que deben estimular, controlar y exigir que sus hijos asistan a clase, estudien y cumplan con sus obligaciones, y que el centro, por su lado, no se aparte de sus objetivos educativos.

En segundo lugar, la eventual proliferación de centros educativos de gestión privada, permitirá, como consecuencia indirecta, que las aulas de los centros educativos de gestión estatal en esas zonas del país se descongestionen, permitiéndole a los docentes que trabajan en ellos dedicarle más tiempo y atención a cada uno de sus alumnos. Sólo con grupos reducidos se puede trabajar de manera personalizada, atendiendo la diversidad (ningún chico es igual que otro, ningún chico aprende igual que otro) y desplegando las estrategias de enseñanza-aprendizaje que cada caso requiera. Quiero subrayar que este punto es fundamental. Quien no trabaja en la docencia difícilmente pueda entenderlo si no es con números: un grupo de 30 alumnos por salón, en clases individuales de 45 minutos y módulos de 90, en aquellas asignaturas cuya carga horaria es reducida (por ejemplo: Historia de Tercer Año de Ciclo Básico, tres horas semanales) conlleva que el docente, en el mejor de los casos, pueda dedicarle a cada uno de ellos 4,5 minutos por semana, 18 minutos por mes y 144 minutos por año. Conclusión: a medida que el número de alumnos aumenta, las posibilidades de aprendizaje disminuyen.  

En tercer lugar, la competencia, a diferencia de lo que plantean algunas cabezas oxidadas, es sana y necesaria. La multiplicación y diversificación de la oferta educativa en las zonas más carenciadas del país habilitará el intercambio de prácticas pedagógicas, metodologías de trabajo y modelos de gestión entre los centros educativos de estatales y privados. Permitiéndoles, asimismo, contrastar experiencias, identificar fortalezas y debilidades de unos y otros, y, por qué no, hasta coordinar esfuerzos.

Ante este planteo, el presidente José Mujica subrayó con su prosa habitual que “se está trabajando con gente, no con tornillos”. Y que “es muy fácil hablar así (no señaló cómo) cuando no se conoce en carne propia ni el tajo que produce la miseria y la miseria que se alarga a lo largo de los años”.

Es difícil desentrañar qué quiso decir realmente el presidente, lo que sí está claro es que no analizó la idea y que la juzga en función de quién la planteó, y no de su contenido. Es triste constatar, una vez más, que su obtusa forma de ver las cosas le impide reconocer una buena idea aun teniéndola frente a sus ojos.

¡Ojalá que el Parlamento y los sindicatos, pero sobre todo la ciudadanía, vean más lejos que el señor Mujica y entiendan que esta propuesta es buena y oportuna para que el “tajo que produce la miseria”, como dice él, se corte de una buena vez!   

martes, 4 de junio de 2013

Espejitos de colores

Por Gustavo Toledo

Casi a punto de finalizar su vuelta al mundo, nuestro Sebastián Elcano puede sentirse satisfecho. Consiguió, con creces, lo que fue a buscar. ¿Inversiones? ¿Acuerdos comerciales? ¿Alianzas estratégicas? No. Nada de eso. Notoriedad. Eso que los artistas trashumantes denominan: prensa.

Desde que asumió la presidencia, sus viajes al exterior se convirtieron en verdaderas giras de (auto) promoción. Presentaciones en teatros y centros culturales, matizadas, de vez en cuando, por algún encuentro oficial en el que, con más gracia que ingenio, suele llamar la atención por sus neologismos, su peculiar atuendo a contramano de los usos y costumbres de la alta política o sus proverbiales metidas de pata. ¿Hace falta recordar el paquetito “olvidado” detrás de una cortina en las oficinas del Primer Ministro de Suecia? ¿O el inesperado encierro que vivió en un ascensor de Oslo junto a varios de sus colaboradores por no advertir que el espacio era reducido? ¿O el uso de una chaqueta del ejército venezolano en un encuentro de presidentes en aquel país? ¿O su referencia a las ciudadanas peruanas que se dedican al servicio doméstico en nuestro país que tienen fama, según él, de ser “muy buenas, honradas y dóciles”? Supongo que no…

En fin, en este último raid mediático por Europa y Asia, nuestro presidente obtuvo lo que ningún otro presidente uruguayo ha logrado hasta el momento: una tapa del diario El País de Madrid.

Y no sólo eso. Consiguió, incluso, que la bellísima María Casado, periodista estrella de los soporíferos Desayunos de TVE, le hiciera una nota “a domicilio”. Privilegio reservado tan sólo para un puñado de elegidos. Figuritas difíciles que visitan España de rebote. O, como escala protocolar, rumbo a Francia o a Alemania. Pero sabemos que las cosas cambiaron y España ya no es la de antes. Ya no recibe visitas importantes. A un paso de caerse de Europa, la decadencia de la Madre Patria es total. Ahora privilegian a los "frikis". Cualquier personaje pintoresco, exótico o extravagante sirve para llamar la atención. Sea desde el humor o desde el grotesco.

En tiempos de líderes descartables y estadistas de cabotaje, los españoles rastrillan las mesas de oferta en busca de ejemplos baratos y de fácil digestión. Referentes que sean a la política, lo mismo que Coelho a la Literatura.

Para eso, ¿qué mejor que la remota América?

Sin reparar en el mayúsculo despropósito que entraña abrazar el realismo mágico de esta orilla del Atlántico, obsequian tapas de diarios, entrevistas televisivas, condecoraciones insólitas. Se dejan seducir con el verso de la pobreza impostada para cachetear a sus monarcas venidos a menos y a sus gobernantes sumergidos en la intrascendencia.

Y sin economizar levadura, elevan a nuestro entrañable Pepe a la condición de “referente de la izquierda latinoamericana”; lo consultan sobre Argentina, Colombia, Venezuela, etc., como si su opinión tuviera algún peso. O supiera de lo que habla. Le levantan centros. Le doran la píldora.

Confieso que la imagen de nuestro presidente adherido a un mate en la portada de El País de Madrid me impactó. No sólo porque refleja nuestro subdesarrollo sino también el de ellos.

Ahora son los españoles los que compran espejitos de colores y los exhiben como "modelos".

No hay dudas: Colón tenía razón. ¡El mundo es redondo!


Me quiero bajar, ¿puedo? 

jueves, 30 de mayo de 2013

Un oriental suelto en China

Por Gustavo Toledo

Para cualquier gobernante uruguayo con dos dedos de frente, China es un destino ineludible. Como lo fue, en su momento, la romántica Francia, o, por inercia, el Imperio del Norte. Perderse en aquella inmensidad, recorrer sus grandes avenidas, elevar la vista tratando de alcanzar la cúspide de sus rascacielos interminables, constituye -antes que nada- una obligación estratégica. Igual que hablar lo estrictamente necesario, ceñirse a los dictados del protocolo, y, si fuera posible, pasar desapercibido. Los chinos cultivan la discreción y el bajo perfil, cualidades milenarias que, obviamente, nuestro presidente ignora. O, lo que es peor: no le importan. 

Siguiendo la estela de sus antecesores, viajó hasta allí con la intención de que sus anfitriones descubran las virtudes del asado uruguayo e inviertan sus morlacos en nuestro paisito, poblado de “atorrantes” y cultores de la siesta. ¿Sus armas? Las de siempre: frases hechas, salidas rocambolescas, palmoteos innecesarios, bromas inasibles…  (¡Pobres traductores!)

Uruguay “precisa mucho” de China, dijo, con tono de sabio que acaba de descubrir la vacuna contra el subdesarrollo. “Tenemos una oportunidad histórica y queremos ser aliados de China”, deslizó aspirando las “S”, como suele hacer en sus audiciones de M24 y en los actos oficiales. ¿Y Argentina? ¿Y Brasil? ¿Y el Mercosur? ¿Pidió permiso o se cortó solo? Vaya uno a saber… Sea como fuere, la conclusión es bastante obvia: el mundo no termina a la vuelta de la esquina, como sus socios marxistas-ruralistas pregonan a los cuatro vientos. El barrio es demasiado chico para vivir encerrados, incluso para un país de dimensiones minúsculas como el nuestro. ¡El problema es que le llevó tres años y pico darse cuenta!

Ahora bien, ya que anda por aquellas tierras, sería bueno que convirtiera su modesto viaje de negocios en una salida didáctica. Como las que hacen las maestras con sus alumnos, yendo de excursión al LATU o al Planetario, con el propósito de descubrir los misterios de la Física o algún astro que pende del infinito cual chirimbolo navideño. Una especie de curso acelerado de modernidad y pragmatismo, para un hombre varado en el pasado y la inacción. De hecho, si ésa fuera su intención, no tendría que hacer ningún esfuerzo extraordinario. Bastaría con que saliera a la calle y preguntara, ¿cómo hicieron para tirar el maoísmo por la ventana y abrir las puertas al capitalismo? ¿Cómo lograron dejar de ser “el país del no se puede” para convertirse en “el país del no me alcanza”? ¿Cómo pudieron transformar una utopía inerte y sin futuro en una realidad contante y sonante?

Si pregunta, seguro le hablarán de Deng Xiao Ping y de su revolución dentro de la revolución. Del volantazo que pegó a fines de los setenta, casi al mismo tiempo que otra dictadura, pero de derecha, hacía lo propio en Chile. Y, sobre todo, de los resultados que obtuvieron a partir de la puesta en práctica de ese experimento que Deng, el Giulio Andreotti de Oriente, bautizó, irónicamente, como “Socialismo de Mercado”; y que, del otro lado del Pacifico, los progres denominaron despectivamente “Neoliberalismo”.

Fracasada la experiencia socialista en ambos países, abrieron sus economías de la peor forma posible: a prepo. Privatizaron todo lo que pudieron. Derribaron monopolios a martillazos. Tejieron acuerdos comerciales con grandes y chicos, como quien sale a pescar con el trasmallo. Abrazaron el libre mercado con alma y vida. Es más, hasta modificaron su Constitución con una intención muy distinta a la que reveló hace poco nuestra Rosa Luxemburgo y su grupo político. Ellos no quieren “priorizar la vida por sobre la propiedad”, como pretende nuestra primera dama, sino establecer que “la propiedad privada y legítima de los ciudadanos es inviolable”, y que “el Estado, de conformidad con las leyes vigentes, debe proteger los derechos de propiedad privada de los ciudadanos, como también los de su herencia”.

A ver: es obvio que la China comunista de hoy es un capitalismo de Estado, un régimen autoritario cuyo principal objetivo económico es estimular el consumismo y mejorar la competitividad a cualquier precio, que no admite reclamos salariales y puede despedir sin inconveniente a millones de funcionarios públicos y cerrar empresas ineficientes sin reparar en costos de ningún tipo.

Naturalmente, éste no es el camino más aconsejable al desarrollo. Una dictadura, en la que se puede hacer negocios sin inconveniente, pero las personas son vistas como una variable económica y no como seres humanos dotados de derechos inalienables, no es mi ideal político. Ni el mío ni el de ningún liberal de verdad.

 Si es preciso que el Pepe viaje al otro extremo del mundo para entender que no hay dictaduras buenas y dictaduras malas, que nada justifica que una sociedad se desarrolle a la sombra de una bota, y que, en materia económica, no importa de qué color es el gato sino que cace ratones, deberíamos mandar todos los años dos o tres barcos repletos de uruguayos a darse un baño de realidad en aquellas aguas.


No se me ocurre una inversión más rentable que esa.

sábado, 25 de mayo de 2013

Amodio y la inflación tupamara

Por Gustavo Toledo

Nuestra historia reciente es una madeja de lugares comunes, mentiras, verdades a medias y mitos de toda clase, bastante difícil de desenredar. Sobre todo para quien quiere entender cómo fueron los hechos y se topa con una historieta que ni siquiera respeta la secuencia cronológica en la que se dieron. Quienes perdieron en el campo de batalla, por llamarlo de alguna manera, triunfaron en las librerías. Impusieron una versión -su versión- deliberadamente distorsionada de los acontecimientos, a fin de construir una épica tupamara, y, a partir de ella, conquistar el imaginario popular. Y así lo hicieron. El resultado está a la vista de todos.

La reaparición de Amodio Pérez, un boomerang que nadie esperaba que algún día retornara a casa, nos conduce inevitablemente a debatir ese pasado que aún nos duele, pero también sobre el sentido y construcción de lo que denominamos "verdad histórica". En el siglo XIX, Ranke proclamaba que la historia es el relato de lo que realmente sucedió. Sentado sobre una pila de documentos, se jactaba de haber alcanzado una verdad absoluta sobre el pasado. Nada ni nadie podía modificar lo que estaba escrito. Para él, allí estaba la verdad. Hoy sabemos que toda verdad es relativa y que la historia se construye en función de las preguntas que nos formulamos acerca de ese pasado, que nunca son las mismas, y de las pruebas a las que tenemos acceso, que tampoco nunca son las mismas. Aproximarnos al pasado, si nuestro interés es entender y aprender, exige -¡siempre!- una alta dosis de apertura intelectual y de humildad. Cosa que, entre los cultores de la mística tupamara, ciertamente, no abunda. Claro que ellos no quieren aprender sino enseñar. Por eso pueden darse esos lujos, y hacer de la historia un collage surrealista.

Desde su liberación hasta ahora, los tupamaros pintaron su lucha armada como una “necesidad histórica”, su mesianismo autoritario como una “causa justa”, y sus tropelías como “actos revolucionarios”. Con empeño digno de mejor causa, se dedicaron a tergiversar e invertir el orden de los acontecimientos, señalando que el MLN nació para enfrentar el golpe de Estado, que no tuvieron nada que ver con el ascenso militar y que siempre defendieron la democracia. ¡Hasta algunos llegaron a decir que la recuperamos gracias a ellos!

Según su relato, su propósito era  defender las instituciones del avance de los militares, con los que, se olvidan de decir, no todos tenían tan malas relaciones como ahora señalan. Para eso, también obvian decir que su organización surgió a principios de los años 60, cuando el Uruguay estaba gobernado por un Colegiado de mayoría blanca, y la posibilidad de un golpe de Estado solo estaba en sus cabezas y en la de algún trasnochado que, algunos años antes, como recordó el general Seregni en uno de los libros de Alfonso Lessa, Luis Batlle sacó “a patadas en el culo” (sic). También olvidan decir que, cuando finalmente cayeron las instituciones, en junio de 1973, ellos ya estaban presos, exiliados o escondidos por ahí. Ni una sola de sus balas fue disparada en dictadura; todas ellas fueron disparadas en DEMOCRACIA. Mala, buena, burguesa, o como quieran llamarla, pero democracia. En la que se podía avanzar por la vía electoral, como les dijo el Che Guevara en la Universidad, y no le hicieron caso; o como intentaron las fuerzas de izquierda democrática a través del Fidel, la Unión Popular y luego del Frente Amplio.

Como bien explicó Gerardo Caetano hace un tiempo al semanario Búsqueda, hay “una inflación cultural y política” del rol de los tupamaros en nuestra historia reciente, que, me animo a decir, no es inocente. Y que, como él señaló, “tiene más que ver con la lucha política que con evaluaciones históricas”.

El retorno de Amodio Pérez, impacta contra esta versión rankeana de los hechos impuesta por los tupas a lo largo de estos años. De la mano de la entrevista que le realizó El Observador, y de su catarata epistolar, no sólo empieza a tambalear el relato oficial sino también la credibilidad de sus constructores.

El propio Amodio lo dijo. Ante la pregunta, ¿Por qué reaparece ahora?, él respondió: “Para que se sepa la verdad y terminar con 40 años de mentiras”.

No es casual que la reacción del oficialismo oscile entre el silencio y el ninguneo. Para Sendic Jr., se trata de “un pobre tipo”; para Zabalza de “un personaje nefasto”; para Lucía Topolansky de un “hombre muerto”; para Rosencof de “un fantasma”, y para Fernández Huidobro de un “chisme”.

Amodio, no tiene proyecto político, al menos aparentemente, pero sí un evidente deseo de trascendencia. Quiere limpiar su nombre. Sacarse el mote de “traidor” que pesa sobre él. Dejar una huella. Hacer historia.

Su nombre, irónicamente, sintetiza lo que genera entre nosotros ese pasado de sangre y fuego del que fue protagonista: amor y odio. Extremos de un Uruguay fracturado que espera saldar sus deudas con el pasado. Y en el que, con mentiras y leyendas, alimentamos a las nuevas generaciones, rehenes de conflictos ajenos, pateando culpas que no son propias, y que les impide ver el futuro con claridad.

Es tiempo de decir la verdad, la que cada uno vivió y padeció, de reconocer los errores y horrores cometidos, de abjurar de una buena vez de los métodos empleados, y no reivindicarlos como lo hacen cada 8 de octubre, de pedir disculpas por ellos, y contribuir a la necesaria reconciliación nacional.

La verdad os hará libres, dice la Biblia.

No se me ocurre nada más sabio en este momento que hacerle caso.

Amén.

martes, 21 de mayo de 2013

Batlle y Ordóñez. El elogio del centro

Por Gustavo Toledo

Cuando Batlle nació, en 1856, los ecos de la Guerra Grande aún retumbaban en las calles de Montevideo y los odios que la habían incubado seguían tiñendo de sangre nuestra campaña. Cuando murió, en el 29, pese a la crisis mundial que se cernía sobre el mundo y que poco después llegaría hasta nuestras costas, el Uruguay que dejaba como herencia era otro, muy distinto a aquel país tosco, salvaje y violento en el que vio la luz. Dejaba un país en paz, con instituciones vigorosas, socialmente justo, en el que las urnas habían reemplazado a las lanzas y en el que cada uno podía ejercer su libertad sin más límite que el de la ley. Dejaba tras de sí un país ejemplar en muchos aspectos y a la vanguardia de su tiempo.

En suma, la vida de Don Pepe representa una excepcional parábola de aquel Uruguay que con tenacidad y esfuerzo se hizo a sí mismo y encontró, no sin dificultades, su lugar en el mundo, convirtiéndose -para orgullo de todos- en “un pequeño país modelo”.

La obra de Batlle es enorme y al mismo tiempo poco conocida. Se repite, como quien busca memorizar una poesía escolar o las compras del supermercado, la larga lista de realizaciones que llevó a cabo, sin reparar en la profundidad y significación de las mismas. A menudo se pierde de vista que no se trató de un conjunto de medidas aisladas, producto de impulsos espasmódicos o intereses transitorios, sino de una concepción filosófica profundamente humanista, liberal y reformista, a la que le debe la república su período de mayor gloria.

Para algunos, poco tiene para aportarnos hoy en día aquella formidable figura que abrió las puertas de la civilización y la modernidad; consideran su experiencia agotada y su pensamiento una antigualla de museo.

Para otros, desde la vereda opuesta, su liderazgo está dotado de ribetes heroicos, casi místicos y sus ideas constituyen asertos infalibles capaces de ser aplicados en cualquier lugar y circunstancia, sin reparar en el tiempo transcurrido ni en las transformaciones que han acontecido a lo largo del mismo.

No resulta extraño que unos y otros cometan el mismo error (que confundan la praxis batllista con la teoría batllista; los medios empleados con los fines perseguidos; las soluciones concretas a los problemas del momento con los principios que le dieron sustento y trascienden las contingencias de la hora); pero, sobre todo, que no entiendan el modo de pensar de Batlle. Nadie ignora que era un hombre convencido de sus ideas, a veces radical en sus afirmaciones y siempre persistente en su defensa, pero nunca necio. Sabía adaptarlas a cada contexto, o, al menos, eso intentaba hacerlo, a sabiendas de que sólo así podría llevarlas a la práctica. Batlle era, esencialmente, un realista (o, como se suele decir por estos días: un pragmático), que es la mejor forma de convertir una ideología, cualquiera que esta fuere, en un instrumento capaz de transformar la realidad; de lo contrario, es una ficción inútil e inoperante, completamente divorciada de la misma. Y así lo hizo, con admirable olfato, desde su aparición en el escenario político hasta el fin de sus días.

La Lic. Haydée Rodríguez de Baliero en un artículo de su autoría (“El realismo político de Batlle y Ordóñez”) publicado en la revista “Hoy es Historia” en marzo de 1986 lo señala de este modo: “Definidos los principios fundamentales de soberanía del pueblo, libertad individual, purificación del sufragio, eliminación de la explotación del hombre por el hombre, transformación económica, social y cultural del país, la acción política debía discurrir adaptándose a las particularidades del momento histórico, incidiendo siempre en algún sentido, de manera de lograr una superación que signifique un acercamiento al estado político ideal”. Para Batlle,los principios debían guiar la acción, nunca inhibirla”.

Por tanto, no es lógico pensar que hoy Don Pepe seguiría sosteniendo exactamente lo mismo que a principios del siglo XX, como algunos anacrónicamente insisten en señalar, por la sencilla razón de que nadie que haya estudiado su pensamiento y accionar político se lo imagina convertido en un necio, en un reaccionario, en defensor del statu quo.

Batlle se escapa de los encasillamientos convencionales. No fue el “socialista” disolvente que algunos quisieron pintar ni el aristócrata conservador que otros hubiesen preferido que fuera, sino un centrista-reformista. Sí, aquel hombre enérgico, a veces implacable con sus adversarios y duro en el debate de ideas, fue el inventor del centro político. O, si se quiere, de la centro-izquierda a juzgar por algunas de sus posiciones más liberales. Un hombre que supo hacer equilibrio entre la tradición y la innovación; entre su pertenencia a la vieja divisa de la Defensa y la construcción de una corriente de pensamiento que abrevó en las fuentes del liberalismo, del socialismo democrático, del feminismo y del espiritualismo, entre tantas otras. Así se constituyó una doctrina política y social única que, como bien señala el Programa de Principios del Partido Colorado, “no es un artículo importado, ni un catecismo dogmático, ni una especulación doctrinaria despegada de nuestra realidad” sino una construcción original y trasformadora, abierta a las necesidades de cada momento histórico y verdaderamente progresista.

Si el centro es el punto de equilibrio entre la continuidad y el cambio, la negación de los extremos ideológicos y la expresión de las capas medias dispuestas a vivir en democracia, a que sus derechos sean respetados y a que el Estado sea el garante de ciertos equilibrios sociales, sin vulnerar las libertades y capacidades de cada individuo, no cabe duda de que el Batllismo es el mejor representante del centrismo uruguayo y el viejo Batlle su principal mentor.

A más de un siglo y medio de su nacimiento, es bueno saber que sigue alumbrándonos el camino que debemos transitar. 

jueves, 16 de mayo de 2013

Mujica y “el país del no se puede"

Por Gustavo Toledo

El presidente José Mujica, opinólogo mayor de la República, acaba de señalar que el Uruguay es "el país del no se puede". Dijo que esa es “la primera respuesta que se recibe cuando uno plantea algo nuevo”. Y,  de paso, aprovechó para quejarse de nuestra falta de “entusiasmo” y de que debe enfrentar “los obstáculos jurídicos y de los otros” (?) que le impiden hacer lo que quiere, y que lo que en cualquier otra parte del mundo lleva un año, aquí lleva “tres o cuatro”. Si su intención era poner en evidencia el carozo reaccionario de nuestro pueblo, o culpar elípticamente a la oposición por su falta de resultados, se quedó en el intento. Sus palabras, más bien, sonaron a justificación. A disculpas encubiertas. A resignación.

Es cierto que somos una sociedad conservadora, renuente al cambio y que perdemos demasiado tiempo en vueltas innecesarias -¡no en vano somos el país de las rotondas!-, pero no es menos cierto también que el señor presidente de la República y su fuerza política alimentaron, fogonearon y medraron durante cuarenta largos años con nuestro conservadurismo. Tengámoslo claro: si llegaron al poder al cabo de ese largo recorrido, no fue por sus promesas de cambio sino por su compromiso de no tocar nada. Por su cerril defensa del statu quo.

Quizás el presidente no lo recuerde, pero fue el Frente Amplio –partido al que pertenece si no estoy equivocado-, quien se opuso a la Ley de Caducidad (y a lo que la ciudadanía laudó con su voto en dos oportunidades), a la Ley de Empresas Publicas, a las AFAPs, a la Reforma Educativa del Profesor Germán Rama, a la Reforma Constitucional de 1997, a la Asociación de Ancap, al  nuevo aeropuerto de Carrasco, al canje de deuda de 2003, a firmar un Tratado de Libre Comercio con EEUU, a la baja de la edad de imputabilidad y a un largo etcétera que todos conocemos.

Si las cosas no salen como el presidente pretende, si no encuentra la forma de solucionar los muchos problemas que se amontonan frente a su escritorio, si no logra concretar una sola propuesta de manera más o menos razonable, si no logra alinear a su tropa, no es por culpa de la oposición, ni de la prensa, ni del imperio, ni de una conspiración internacional de malvados, sino pura y exclusivamente por su culpa y la de su fuerza política.  O, dicho de otro modo, por la suma de prejuicios ideológicos, contradicciones, compromisos internos y externos y desprolijidades varias que caracteriza al Frente Amplio y en especial al señor presidente de la República. 

Dentro de algunos meses, deberemos decidir con nuestro voto qué país queremos. Si queremos construir “el país del sí se puede”, es imprescindible cambiar. Si queremos que “el país del no se puede” prevalezca, no hay mejor opción que el FA.
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