De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda el
golpe bajo, el comentario ruin, la canallada. A falta de argumentos convincentes
y propuestas creíbles –para eso se necesita tener algo en el mate- se dispara
por debajo de la línea de flotación. Y a quemarropa. Sin importar las
consecuencias. La cortesía, el buen gusto y hasta el honor se convirtieron en
piezas de museo. Antiguallas.
En rigor,
para los pigmeos de la política, lo único que importa es ensuciar al
adversario, rebajarlo, estigmatizarlo, y para eso vale todo: vida privada,
historia laboral, antepasados, enfermedades…
Por
desgracia, ningún partido está exento de este flagelo. Basta recorrer las redes
sociales, escuchar algunas audiciones partidarias o leer ciertas publicaciones
y los comentarios de los lectores –algunos de ellos bien conocidos- en los
sitios web de los medios de comunicación, para comprobarlo. Algún cagatintas
de los que nunca faltan podría bautizar a este fenómeno como “La
transversalidad de la infamia”. O, “La bajeza hecha sistema”.
En lo
personal, nunca vi algo igual. Es más, nunca me hubiese imaginado que en un
país civilizado como el nuestro el debate político pudiera descender a esos
sótanos y envilecerse tanto.
En
democracia se puede (¡y se debe!) debatir ideas y proyectos de país, ese es el
intercambio que importa y que ciertamente hace progresar a las sociedades, pero
discutir de quién es hijo fulano, sobrino mengano o bisnieto perengano es un
absurdo, además de una vileza.
¿Qué
responsabilidad puede tener un dirigente político que aspira a llegar a la
Presidencia de la República, a la Intendencia de Florida o a la Junta
Departamental de Soriano, por ejemplo, respecto a lo que hicieron o no hicieron
sus ancestros? Absolutamente ninguna. Cada uno debe ser valorado por sus
defectos y virtudes, como seres independientes, no por sus árboles genealógicos.
A no ser que creamos en alguna suerte de determinismo biológico, en el que el
ADN sea tanto o más importante que el curriculum de los candidatos, y su
parentela que la consistencia de sus propuestas.
Varios
siglos atrás, en la España de los Reyes Católicos, se impuso un mecanismo de
discriminación legal hacia los conversos bajo sospecha de practicar en secreto
sus antiguas religiones o de no practicar el cristianismo con convicción
verdadera llamado “Estatutos de limpieza de sangre”. Consistían en exigir (al
aspirante a ingresar en las instituciones que lo adoptaban) el requisito de
descender de padres que pudieran probar descendencia de cristiano viejo. La
pureza de sangre se apoyaba en la idea de que la presencia biológica de sangre
no cristiana en las venas de un individuo lo identificaba como tal. Por ello,
la búsqueda de esa "mancha" podía y debía ir tan lejos como lo
permitiese la documentación.
El objetivo
era eliminar la competencia y ascenso que significaba la promoción social de
los conversos para los puestos más importantes de la sociedad. Con este
instrumento se deslegitimaba al adversario, se le desproveía de sus derechos y
se le excluía del nivel social y político que le correspondía.
Es triste,
pero algunos sueñan con algo parecido, con imponer la primacía de la sangre y
el linaje por sobre el talento y el mérito personal, y -¡para colmo!- no tienen
el menor empacho de expresarlo.
Señores,
no caigan en esto.
Aunque les
cueste imaginarlo, se puede hacer política de otra manera: con dignidad y un
mínimo de respeto por el adversario.
1 comentario:
Interesante...cuando muchos deeste gobierno fueron asesinos, terroristas, entre otros hechos.
Interesante tambien que algunos lucran con ser "hijos de" sin que se les haya caido una idea nunca (a vos te hablo Michelini)
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