Las piezas de artillería apuntaban a la puerta del gobernador español Bernardo de Velazco. Durante la madrugada del 15 de mayo de 1811, el Capitán Pedro Juan Caballero hizo llegar una intimación para que el gobernador se rindiese. Las exigencias incluían la entrega de las armas y municiones, las llaves de la Secretaría y la Tesorería y que acepte otros dos diputados, elegidos por el Cuartel, que gobiernen con él. Mientras Velazco intentaba armonizar con los patriotas, Iturbe le mostró la negra boca de los cañones y le dio 15 minutos para capitular bajo la amenaza de hacer fuego.
La provincia del Paraguay se había caracterizado desde sus inicios por un cierto sentido de independencia. Alejada de las grandes urbes, rodeada de un paraíso ajeno a la ostentosidad de las grandes capitales virreinales, heredera de una cultura y una lengua mestiza, acostumbrada a rechazar y nombrar gobernadores con la Real Cédula de 1537, defensora permanente de los limites coloniales ante la ambición paulista, la Provincia se mantenía al margen de las demás colonias con una relativa autonomía y una incipiente idea de “nación”.
Ya a principios del siglo XVIII la idea de que la voluntad del pueblo estaba inclusive por encima de la voluntad del Rey, llevó a un enfrentamiento armado conocido como Revolución Comunera del Paraguay (1717-1735). Este enfrentamiento, junto con la exitosa independencia de las Trece Colonias (hoy Estados Unidos de América) y la revolución francesa despertaron en los compatriotas el anhelo de gobernarse por ellos mismos.
Uno de los detonantes más importantes fueron las invasiones napoleónicas a España, hecho que generó en las colonias una especie de desazón, ya que el rey Carlos IV se hallaba cautivo, y José Bonaparte reinaba en la península. Muchos reclamaban el trono de España y sus posesiones en América. Un caso particular es el de la princesa Carlota Joaquina, esposa del príncipe Juan VI de Portugal e hija primogénita del Rey Carlos IV, quien reclamaba su derecho por encima a reinar en estas circunstancias. Para cumplir con este cometido, arribó a Asunción el Teniente portugués Diego de Abreu, con órdenes de incorporar a la Provincia del Paraguay a Río de Janeiro. Ante la inminencia de un intento de revolución, Abreu ofreció a Velazco 500 hombres como fuerza auxiliar para frustrar los planes de los patriotas.
En medio de este confuso escenario, unos meses antes, la Junta de Buenos Aires envió un emisario, el Coronel Espínola y Peña. Espínola y Peña era un personaje repudiado por los paraguayos, debido a su actitud prepotente y poco tacto en cuestiones político-administrativas, quien convenció a la Junta de su influencia para la anexión de Asunción, capital de la Provincia, a Buenos Aires. Rechazado, como era de esperarse, huyó a Buenos Aires y pidió, “enviar auxilio de los muchos provincianos –quienes se unirían al contingente- que eran favorables a la idea de incorporarse a la Junta y ser liberados de unos pocos españoles que los oprimían”.
La misión de Belgrano era “someter” a la provincia del Paraguay al gobierno de Buenos Aires, por la fuerza, si era necesario. Nadie se sumó al contingente. Al contrario, los habitantes se mostraban hostiles y celosos del avance. La invasión porteña avanzó sin oposición hasta Paraguari, donde chocó con un valiente ejército, al mando de dos hijos de esta tierra: Juan Manuel Gamarra y Manuel Atanasio Caballero, puesto que Velasco desertó del campo de batalla con sus tropas. Las victorias sobre Tacuarí y Paraguari animaron a los patriotas en el deseo “de hacer a la Provincia del Paraguay libre e independiente…”.
El plan original consistía en hacer estallar la revolución en el interior, el 25 de mayo de 1811, y coronarlo con la toma de Asunción. El Comandante Blas José de Rojas tomaría la guarnición de Corrientes; Fulgencio Yegros comandaría las fuerzas de Itapúa que se sumarian a las de Cordillera, al mando de Manuel Cabañas. La columna marcharía sobre la capital, con la ayuda de los oficiales conspirados, declararían la independencia y asumirían el gobierno. Pero la conspiración tuvo que adelantarse, debido a que el plan llegó a oídos del gobernador, quien echaría mano de las tropas ofrecidas por Abreu.
El domingo 14 de mayo de 1811, Iturbe recibió la infeliz noticia de que el plan había sido descubierto. Caballero –en ausencia de Yegros que estaba en Itapúa- tomó el liderazgo del golpe revolucionario y acudió al Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, probablemente unos de los hombres más ilustrados de su generación, para que diseñara un nuevo plan de acción.
Aproximadamente una hora después del toque de queda, Caballero y otros próceres salieron de la casa de los Martínez-Sáenz (hoy casa de la Independencia) y por el Histórico Callejón se encaminaron hasta el Cuartel de la Ribera, del cual se apoderaron. El santo y seña había sido esparcido por Doña Juan de Lara “independencia o muerte”.
“¡Alboroto en la plaza!” era el grito generalizado. Los presos políticos fueron liberados, el cuartel estaba en manos de los patriotas. Las campanas de la Catedral tañían.
Al amanecer, Caballero envió una intimación a través de Iturbe. Velazco buscó dilatar la contestación, eventualmente para ganar tiempo. Iturbe y los sublevados sacaron las piezas de artillería y los posicionaron frente a la casa del Gobernador. A las 8 llegó un ultimátum, el Gobernador aceptó las condiciones y el regocijo estalló en la plaza. Ya durante la noche, Caballero envió emisarios con las nuevas a Yegros y los demás patriotas que se hallaban fuera de Asunción.
Una salva de 21 cañonazos anunciaba la independencia.
Estamos recordando el advenimiento de la independencia del Paraguay en su bicentenario. Sin embargo, esto genera una discusión interna ¿Permanecemos independientes? Este dilema, muy actual se refleja en todos los ámbitos, ya que, de alguna manera hemos perdido nuestra autonomía. Nos encontramos sujetos a intereses externos de multinacionales, organismos internacionales e incluso política externa. Hemos perdido los ideales de “Independencia o muerte” por modelos extranjeros culturales, políticos y económicos. De alguna manera, autonomía se refiere al proceso de tomar decisiones libres y basadas en la propia perspectiva. Paraguay está atravesando uno de los momentos más peculiares de su historia, y necesita de un modelo autónomo y sin precedentes para desarrollarse por sí mismo y dejar atrás ese estigma de permanente colonia, que aun no hemos conseguido superar del todo.
El cambio no solo es necesario, sino imperioso. El cambio que el Paraguay necesita no viene del gobierno, ni del Banco Central. El cambio se genera en las personas. En la gente. En las mentes adormecidas por la indiferencia, la mediocridad y la fatalidad. No podemos seguir llorando por la Guerra Grande que nos empobreció, ni la del Chaco que nos arrebató ricos recursos naturales, no podemos seguir culpando a la “dictadura” ni a la “democracia”. No es tiempo de buscar villanos o héroes en la historia, sino de aprender de sus aciertos y desaciertos. Ni de buscar culpables llenándonos la boca de palabras de muerte contra esta tierra rica y bendita que Dios nos dio. El Paraguay necesita patriotas que planeen con esmero –como Yegros-, sean flexibles ante los desafíos –como Caballero-, estén capacitados –como Francia, sigan peleando, incluso abandonados por sus líderes –como Rojas y Cabañas.
La independencia empieza en la mente, se enciende en el corazón y se transmite con las palabras. La independencia del pecado, de la corrupción, de la mentira, de la mediocridad, de la religiosidad, de las excusas empieza con una mente renovada por la palabra de Dios, encendida en el corazón por el Espíritu Santo y transmitida por hombres y mujeres que hablan la verdad, con fe y amor.
El golpe del 14 y 15 de mayo, no vio una gota de sangre derramada. Fue la única revolución independentista sin derramamiento de sangre en América y una de las pocas que no volvió a caer bajo el poder de la Península.
“Antes prefiero morir que ver a mi patria oprimida y en esclavitud…”
Luchemos por la autonomía y la libertad política, económica, cultural basada en el respeto, el amor al prójimo y la libre conciencia, ya que para eso Cristo nos hizo libres de todo peso.
(*) Licenciada en Historia, Universidad Nacional de Asunción.
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