Por Dr. Pedro Bordaberry (*)
«Aquel día ocurrió algo que cambió mi vida: estaba en la orilla de un arroyo que hay a las afueras del pueblo en el que vivo, sentado en una piedra entre cañas y jaramagos, cuando eructé y cuál fue mi sorpresa cuando las ranas me contestaron...Y volví a eructar y me volvieron a responder. Aquello era el milagro de la comunicación. Desde entonces soy El hombre que hablaba con las ranas».
Así comienza “El hombre que hablaba con las ranas” el ingenioso libro de humor del español Miguel Ángel Rodríguez. En él el protagonista logra comunicarse con los batracios y desarrolla una nueva corriente de pensamiento: la filosofía inútil.
Eso es lo que parece haberle sucedido a nuestro Presidente. Hace ya unos años empezó a desarrollar una comunicación especial y sintió que le contestaban. Un día dijo una cosa y otro día dijo otra y muchos rieron frente a su ingenio. Como te digo una, te digo la otra. Otro día expresó en un reportaje que no creía en la Justicia, que el Partido Socialista era una maquina de conseguir cargos y que admiraba a los Kung San, una tribu del África que trabaja dos horas por día y el resto de la jornada “se pasa de joda y chusmerío”. Pero no pasó nada porque esas fueron según varios analistas “reflexiones filosóficas no su verdadero pensamiento”.
Semana a semana lo observamos en los noticieros centrales de la televisión o lo escuchamos en su mensaje radial hablando de todo y de todos. Con voz campechana, parece que mide sus palabras, hace pausas, para luego soltar reflexiones. Así construyó un personaje, el Pepe, al que se le prestó atención y llegó a la Presidencia de la República.
Aquello fue el milagro de la comunicación. Se convirtió en “El hombre que hablaba con la gente”.
Pero hoy nos encontramos con que esa filosofía diaria se enfrenta con la realidad. Ya no alcanza estar sentado en una roca filosofando entre cañas y jaramagos. Hay que concretar, hacer, tomar decisiones. Quien estaba en la tribuna dando cátedra de cómo se debe jugar de pronto se encontró en el campo de juego y se le pide que marque, que ordene, quite, pase y haga goles.
Él trata de hacerlo pero le falta método de trabajo. Entonces, el personaje Pepe devora al Presidente, aparece y filosofa, como dice una cosa dice la otra. A veces sin consultar, otras veces sin analizar a fondo los temas.
Entonces como dice una cosa dice la otra o, peor, hace la otra. Le ordena a su Ministro de Relaciones Exteriores redactar la ley derogatoria de la de caducidad. Pero luego dice que el Gobierno no tiene nada que ver, que está entre dos fuegos, pero que no la vetará. Luego le dice a su Ministro de Defensa que vio un video en el que se lo amedrenta, pero después le dice que no vio un video sino imágenes.
Un día dice que los concursos para ingresar al Estado “son una joda” y al día siguiente el Ministro de Trabajo expresa que se seguirán utilizando. Otro día afirma que se trajo unos “mandaditos de Buenos Aires” pero que no le hace los mandados a nadie.
Un día dice que no le enmendará la plana al pueblo y que lo decidido en los plebiscitos es definitivo, pero al siguiente coincide en que las mayorías no tienen razón y por ende desconocerá lo votado por los uruguayos.
El problema no es que el Presidente José Mujica sea bla, bla como me preguntaron desde “Voces”. Él –como todos– quiere concretar, hacer, mejorar el Uruguay. El problema es que a cada rato en lugar del Presidente aparece el personaje Pepe, se sienta en la roca entre cañas y jaramagos, recuerda el momento en que la gente le contestaba y vuelve a esa filosofía que Miguel Ángel Rodríguez llama inútil.
La que dice una cosa y hace otra, en lugar de hacer y concretar.
(*) Abogado. Senador de la República. Líder de Vamos Uruguay.
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