Aunque la prensa calculó en algo más de 1.000 personas las asistentes al último acto del 1º de mayo, los que saben dicen que no eran más de 700. Desde el estrado se podían percibir los espacios vacíos -esos claros que asustan vistos desde lejos-, apenas disimulados por las banderas y carteles desplegados a lo largo. A la preocupación inicial, le siguió la nostalgia de aquellos viejos tiempos en los que el Pit-Cnt era capaz de reunir a miles de personas en el momento que quisiera y las palabras del camarada Castillo (o las de alguno de sus lugartenientes) enardecían a las masas.
En esta ocasión, ni siquiera con la patriótica excusa del Bicentenario, la oratoria almibarada del incalificable Eduardo Galeano y el mismísimo presidente de la República y varios de sus ministros como parte del decorado lograron movilizar más que a esos pocos cientos de militantes (casi todos inventariados) desperdigados en el Club Juventud de Las Piedras. Caras nuevas, ninguna. Entusiasmo, cero.
Seguramente más de uno pensó en lo mucho que han cambiado las cosas y lo fácil que era en otras épocas juntar gente y lanzar discursos incendiarios, cuando blancos y colorados se alternaban en el poder y el enemigo estaba de “ese” lado; cuando era fácil culpar de todo al Imperio y a sus personeros; cuando podían cantar La Internacional con gesto adusto y el puño en alto, sintiéndose siempre a punto de asaltar el Palacio de Invierno.
“Pero, fíjate, ¿quién iba a venir con este día?”, reflexionó uno de ellos, echándole la culpa al mal tiempo. “Además, ¿quién iba a venir hasta Las Piedras?”, agregó otro, buscando consolar al resto.
Ciertamente, nunca antes el mal tiempo ni la distancia fueron impedimento para que la “clase trabajadora” se reuniera a “celebrar su día”. Si de algo se podían jactar los caciques del Pit-Cnt, era de su poder de convocatoria y del espíritu militante de su grey. Sin embargo, las cosas ya no son como eran. Bastaba con darse una vueltita por el Club Juventud el pasado domingo para darse cuenta de ello. No sólo faltaron las “masas” sino también el fervor y los discursos de antaño.
“El país está mejor”, diagnosticó Juan Castillo enfundado en una impecable campera de cuero negro, que bien pudo haber sido amarilla. “No queremos vuelta atrás de la historia. No queremos retroceso, queremos empujar el cambio para adelante”, dijo para algarabía del oficialismo, tan falto de caricias por estos días. Destacó, siguiendo el guión preestablecido, la “baja de la mortalidad infantil”, la “reducción de la pobreza e indigencia”, la “baja en el desempleo” y la “cobertura en salud” alcanzada por los gobiernos del Frente Amplio.
Asimismo, cuestionó, como era de prever, “el lloriqueo permanente” de las cámaras empresariales que -“en forma revanchista”- llevan a la OIT sus quejas, como pasó con la Ley de Negociación Colectiva.
Por su parte, su compañero, Edgardo Oyenart, en una burda y grosera referencia a la campaña que promueven el Partido Colorado y una parte del Partido Nacional con el propósito de plebiscitar en las próximas elecciones la baja de la edad de imputabilidad, señaló que “la derecha no entiende (que) no es a fuerza de palo que se genera conciencia, hay que llenarles la panza (a los jóvenes) y no cagarlos a palos”. Y, siguiendo la vieja costumbre de refregar la bandera de los derechos humanos sobre cuanto estrado tienen enfrente, se refirió al proyecto de anulación de la Ley de Caducidad, exhortando a los trabajadores a que rodeen el Parlamento el día 20 de mayo cuando se apruebe (si es que se aprueba, claro) dicha norma.
Es lógico, el horno no estaba (ni está) para bollos. Son radicales, pero no bobos. Saben que el gobierno, la fuerza política y el movimiento sindical ya no despiertan la confianza que antes despertaban, y que si tiran mucho de la piola la cosa se desmadra. Saben, además, que su lucha es en las sombras, combatiendo a sus compañeros de ruta (los moderados), y que el “gran botín” está al alcance de la mano siempre y cuando sepan esperar el momento adecuado y muevan sus fichas con paciencia e inteligencia.
Por eso, los “Castillo” optaron por tragarse unos cuantos reclamos y críticas que les hubiese gustado plantear en aras de no hacer olas.
Pocos días después, las olas tan temidas se transformaron en un tsunami que barrió de un saque la poca cordura que quedaba y el gobierno se sumió en una crisis sin precedentes. Y en esta ocasión -¡oh sorpresa!- el Pit-Cnt no tuvo nada que ver.
No hay duda, los bolches ya no son lo que eran…
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