Graziano Pascale |
El pasado domingo 29 de abril se cumplió el primer
aniversario de la muerte del Dr. Walter Santoro, uno de los dirigentes
políticos uruguayos más importantes de la segunda mitad del siglo XX.
Santoro
había comenzado su militancia política junto al Dr. Luis Alberto de Herrera en
los años 40, cuando arreciaba en su contra la campaña difamatoria impulsada por
el Partido Comunista, que exigía que el viejo caudillo, veterano de las guerras
civiles de 1897 y 1904, fuera enviado a la cárcel bajo la infamante y falsa
acusación de "nazi". Fue aquel un bautismo de fuego, que habría de
marcar toda su trayectoria política, enfrentando casi siempre desde el llano a
sus adversarios políticos desde su querido departamento de Canelones, y su
Santa Lucía natal.
Conocí
al Dr. Santoro en Buenos Aires en octubre de1983, cuando Wilson Ferreira
Aldunate acompañaba la victoria electoral de Ricardo Alfonsín. El nombre de
Santoro ya era leyenda en el Uruguay. Diputado de Herrera, senador de Wilson,
Santoro había sido ya entonces lugarteniente de los dos caudillos civiles más importantes
del Partido Nacional. Había desempeñado también funciones ejecutivas en el
"segundo gobierno blanco" (1963-1967) como Ministro de Industria y
Trabajo. Durante la presidencia del Dr. Luis Alberto Lacalle llegó a ocupar
incluso en forma interina la Presidencia de la República.
Luego
de aquel primer encuentro de 1983 siguieron otros, tanto en su despacho del
Palacio Legislativo como en su casa de Santa Lucía. A lo largo de esos casi 30
años en los que cultivé su amistad, fui descubriendo, con el ritmo que marcaba
su trato cortés y al mismo tiempo reservado, una de las personalidades más
ricas que he conocido en la vida política del Uruguay. Dueño de una memoria que
no cesaba de maravillarme, y de una elocuencia que se agigantaba con el paso de
las horas, sus recuerdos iban siempre acompañados de reflexiones punzantes y
certeras sobre personajes y circunstancias de la historia uruguaya que le tocó
vivir.
Como
pocos, Santoro supo convivir tanto en el mundo de las módicas aspiraciones de
la gente sencilla, como en el de las abstracciones propias del intelectual
volcado a la reflexión o a la labor legislativa y de gobierno.
Al
borde de su retiro de la política activa, anticipó los cambios que entonces se
estaban gestando en el Uruguay. Veía en ellos el resultado de un proceso de
deterioro de la sociedad y su sistema educativo, que condujo como si el país se
hubiera lanzado por un imparable tobogán, a la actual decadencia de los valores
sociales básicos, que parece no tener fin.
Como
contracara de este presente en el que le costaba reconocer a su propio país,
Santoro fue la encarnación de lo mejor que tuvo el Uruguay. Hijo de un hogar
con raíces italianas, en el que se rendía culto a los valores del trabajo y la
honradez, Santoro pudo alcanzar la cima de los honores que concede la
democracia uruguaya en base a su dedicación al estudio, y a la tenacidad en la
lucha por obtener el apoyo popular. En su presencia, el valor de la igualdad,
sobre el que se basa la democracia, convivía con el señorío hijo de su
cultivado talento, que determinaba que, con naturalidad, su interlocutor lo
colocara siempre en un nivel más elevado que el propio.
El legado de Santoro, defensor a ultranza de las libertades públicas y del sistema democrático de gobierno, será fundamental en el proceso que conducirá al Uruguay al reencuentro con sus mejores tradiciones de tolerancia, respeto y libertad.
(*) Periodista
No hay comentarios:
Publicar un comentario