Por Gustavo Toledo
La decadencia de una sociedad comienza por el
bastardeo de su idioma. Cuando sus habitantes no sienten el más mínimo respeto
por las reglas que rigen la ortografía y la sintaxis de su lengua, cuando
hablan como se les canta y su vocabulario se reduce a un puñado de palabras mal
empleadas y un sinnúmero de onomatopeyas sin contenido, la comunicación se
envilece, el diálogo se dificulta y la comunicación se vuelve virtualmente imposible.
Sin comunicación no hay entendimiento y sin entendimiento la convivencia
democrática se resquebraja. De ahí a la anarquía hay tan solo un paso.
Si se piensa como se habla y se habla como se piensa, estamos en
problemas.
En un país culturalmente “tinellizado” como el nuestro, transformado
desde hace décadas en una colonia televisiva argentina, donde se replican con
fruición toda clase de inmundicias propias de la vecina orilla, no es de
extrañar que el humor se construya sobre la base de la descalificación del
otro, los buenos ejemplos (trabajar, estudiar, esforzarse) pierdan valor en
favor de modelos de conducta incompatibles con la vida civilizada y, en
consonancia, los jóvenes (y los no tanto) se expresen del modo en el que lo
hacen.
Lo que sí llama la atención es que las autoridades contribuyan a este
progresivo y fatal empobrecimiento de nuestra lengua, y, lo sepan o no, de la
convivencia entre los uruguayos. El vocabulario que a menudo emplean algunos de
nuestros gobernantes, empezando por el mismísimo presidente de la República, no
solo es indigno en personas con tan altas responsabilidades como ellos, sino
que además constituye un pésimo ejemplo para las nuevas generaciones.
Cuando el presidente, sin ir más lejos, tilda a un periodista de “nabo”,
se refiere a un líder de la oposición como “pichón de Hereford sin guampas” y manifiesta
–como lo hizo en una reciente entrevista televisiva- que hay que “avivar a los gurises”, diciéndoles
“no seas gil nabo de mierda, (porque) vas a terminar como una rata de cárcel” y,
para colmo, termina su reflexión señalando que “hay que decirlo así, en un
lenguaje bien duro”, para que entiendan, habilita a que nos preguntemos, ¿si
cree realmente que hablar así es “hablar claro” o lo hace para llamar la
atención de una manera burda y efectista?
Si cree lo primero, nos
da por desahuciados y renuncia a su labor docente (toda figura pública lo es o
debería serlo). Y si busca lo segundo, contradice lo que señaló el 1º de marzo
de 2010 ante la Asamblea General: “Los gobernantes deberíamos ser
obligados todas las mañanas a llenar planas, como en la escuela, escribiendo cien
veces: «Debo ocuparme de la educación»”. Yo le agregaría, si me permite el
señor presidente, que deberían escribir todas las mañanas cien veces o más: “DEBO DAR EL EJEMPLO”.
Quizás con eso no alcance, pero sería sin duda una gran
contribución a la educación y cultura de los uruguayos. Además de una tranquilidad para los profesores de Idioma Español.
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