Que
a los uruguayos nos gusta sestear, no es ninguna novedad. Es una vieja tradición
mediterránea que cultivamos con placer y constancia. Mucho más que otras también
heredadas de nuestros abuelos inmigrantes, como ser: trabajar, ahorrar,
estudiar, etc. La cama es nuestra verdadera patria. Dormir, nuestro estado
(casi) natural. Y el que no puede, añora hacerlo. Por eso no es extraño que traslademos esta
costumbre al mundo de la política.
Luego de votar, miles
de uruguayos se desentienden de sus responsabilidades ciudadanas. Miran para el
costado buscando el catre que les permita concretar su módico deseo: apagar la
luz y que nadie los moleste por cinco años. Olvidan que son sujetos de derechos
y obligaciones y que una democracia vigorosa requiere de ciudadanos atentos,
informados, críticos, exigentes.
Pero todo eso da trabajo. Nos resta tiempo para “mirar
para adentro”.
De vez en cuando suena
el despertador y abrimos un ojo. Nos sorprendemos. Preguntamos qué pasó. Y,
después de un rato, volvemos a los brazos de Morfeo. Nada es tan importante
como ese otro mundo, irreal, lejano, fantástico, en el que nos sentimos
livianos y únicos.
Días atrás, muchos pegaron
un salto cuando leyeron las declaraciones de la senadora Lucía Topolansky a la
agencia de noticias TELAM, señalando que desea unas Fuerzas Armadas fieles al
proyecto político del Frente Amplio. A diferencia de su esposo, que habla mucho
y dice poco, la señora Topolansky habla poco y dice mucho.
En esta ocasión, haciendo gala de una franqueza
digna de elogio, habló de Fuerzas Armadas “revolucionarias”, señaló que quiere trabajar
en las cabezas de los militares, que desea tenerlos de su lado para “sobrellevar
cosas” (no señalo cuáles) y hasta llegó a plantearse una meta: con un tercio de
la oficialidad y la mitad de la tropa de su lado, está contenta, aunque le “gustaría
todo”.
Que quede claro: nada de esto es invento de la
derecha ni de la prensa indócil. Ni se trató de un lapsus o de una
interpretación errónea de sus palabras. Así lo dijo (circula en la red la
filmación de la entrevista) y luego lo ratificó: "Yo quisiera que muchos (de los militares)
estuvieran con el Frente Amplio, quisiera (que) todos estuvieran con el Frente
Amplio porque creo que es la propuesta más cerca de la gente y en el caso
concreto de la tropa nosotros hemos mejorado muchísimo los salarios".
Ahora bien, no nos debería sorprender que esta
señora piense así. Y menos aun que no sienta el menor empacho en decirlo. No es
ésta la primera vez que deja ver su pensamiento antidemocrático.
Se trata de la misma persona que hace poco criticó
a los medios de comunicación porque “mienten flagrantemente” y “sin ningún tipo
de ética” y abogó para que el FA tenga un medio propio para dar su “versión” de
los hechos.
Es la misma que interrogada por una agencia
internacional de noticias acerca de si justificaba el uso de las armas para
defender ideas políticas manifestó que “nunca se puede decir nunca”.
Y es la misma que, años atrás, señaló que no
renegaba de la lucha armada y que "en esta etapa (ella
y sus camaradas del MLN) adoptamos otro camino porque se adapta mejor a la
etapa".
Clarito, ¿no?
Que lo diga una militante de base, sin peso
político ni influencia alguna, es una cosa. Que lo diga la esposa del
presidente de la República, su compañera de ruta, que además es la primera
senadora del oficialismo, la tercera en la línea sucesoria, la máxima figura
del sector mayoritario del Frente Amplio (el MPP) y eventual candidata a la
presidencia por esa fuerza política, es otra cosa.
Que sus delirios totalitarios se conviertan (o no) en
una triste pesadilla para el Uruguay no depende de ella, sino de que todos nosotros tengamos los
ojos bien abiertos.
El tiempo de la siesta ya pasó.
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