El ministro de Desarrollo
Social, Daniel Olesker, escribió una nota titulada “Lo que dejó la dictadura y
de lo que se habla menos”, que se publicó en la edición de “Búsqueda” del
pasado jueves 28.
Nos alegra que las cosas en el MIDES anden tan bien,
que el ministro se da el lujo de dedicar su tiempo a escribir artículos de
prensa, acompañados por gráficas, cuadros estadísticos y notas a pie de página.
Pero por otro lado, lamentamos que las cosas en “la fuerza política” anden tan
mal, como para que se tenga que echar mano al viejo recurso de provocar
conflictos con los de afuera, para disimular los líos de
adentro.
Para hacer la crítica de la política económica de la
dictadura y sus consecuencias sociales, el ministro Olesker cuenta desde el año
1968 hasta 1984, equiparando así el gobierno constitucional y legítimo del
período 1967-1972, con la dictadura que comenzó en 1973 y duró hasta 1985. Así,
muy suelto de cuerpo, el ministro presenta un cuadro y una gráfica bajo el
título “Salario real en dictadura”, y comienza la serie con el año 1971...
Pues bien: es absolutamente falso que el gobierno
presidido por Jorge Pacheco Areco haya constituido una dictadura. Pacheco era
vicepresidente de la república cuando falleció el presidente Gestido, en
diciembre de 1967, y lo sucedió en el cargo de conformidad con las normas
constitucionales pertinentes. Le tocó gobernar en tiempos extraordinariamente
difíciles. La guerrilla tupamara –que había iniciado sus operaciones armadas en
1963, con el asalto al Club de Tiro suizo- se empeñaba en derribar a sangre y
fuego las instituciones democráticas; el Partido Comunista perseguía el mismo
objetivo, pero por el camino más largo de la paralización del país y la
desestabilización del gobierno, a través de las medidas de fuerza dispuestas
por los sindicatos. Pese al asedio de los enemigos de la democracia, las
instituciones permanecieron en pie: el Parlamento siguió siendo el escenario
para que Wilson Ferreira brillara en la oposición al gobierno, El Popular
(diario del Partido Comunista) y Marcha (semanario de izquierda independiente),
entre otros periódicos, siguieron criticando con ferocidad al presidente
Pacheco y a sus ministros, se formó el Frente Amplio en 1971 y ese mismo año la
ciudadanía eligió un nuevo gobierno en comicios libres y ardorosamente
disputados. El “dictador” Pacheco aspiraba a la relección, pero la mayoría no
lo quiso y nadie jamás pudo decir que Pacheco haya dudado un instante siquiera
en acatar el veredicto popular.
Los hechos son muy claros, pero quizás los conceptos
no lo sean. Para nosotros, allí donde hay pluralismo político, elecciones
libres, prensa opositora, un Parlamento donde está representada la oposición y
una justicia independiente, hay democracia (sin perjuicio de las críticas que
pueda merecer la gestión del gobierno de turno). El ministro Olesker tiene
otras ideas. Para él y para el Partido Socialista –cuyo Comité Central el
ministro integra-, democracia es lo que hay en Cuba -donde no hay elecciones y
el poder se traspasa entre los hermanos Castro- pero no lo que había en aquel
Uruguay de 1971, que vio nacer al Frente Amplio en un multitudinario acto
callejero.
Los hechos son muy claros y no le dan la razón; por
eso, quizás, el ministro siente la necesidad de respaldarse en la autoridad de
la ley, y nos recuerda que la ley 18.596, votada exclusivamente por los
legisladores del Frente Amplio para halagar a su clientela,
estigmatiza todos los años comprendidos entre 1968 y 1985 y equipara las
medidas prontas de seguridad, previstas por la Constitución, con la “doctrina
de la seguridad nacional” que inspiró a la dictadura militar.
Otro error de concepto. El ministro Olesker es de los que piensan que no hay por
qué respetar el resultado de un plebiscito, porque “las mayorías no siempre
tienen razón”, pero en cambio cree que las polémicas políticas se pueden zanjar
por imperio de la ley. Es al revés, ministro: las mayorías son las únicas
dueñas legítimas de las decisiones, pero no son las dueñas de la verdad. Una
decisión plebiscitaria, o una ley, pueden imponer normas de conducta, pero no
pueden transformar en cierto lo que es históricamente falso y conceptualmente
equivocado.
En Uruguay la dictadura empezó en 1973. Los que antes
de ese año mataron, secuestraron, extorsionaron, rapiñaron y de otras mil maneras sembraron el terror en la
población para imponer sus ideas políticas, no se estaban defendiendo
contra ninguna dictadura, sino que estaban atentando contra la democracia.
(*) Abogado. Senador de
la República (Vamos Uruguay – Partido Colorado)
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