El término Islam alude a dos realidades diferentes pero complementaria; por un lado, se refiere al nombre de una de las grandes religiones monoteístas del mundo; por otro define a la civilización que tiene por centro identitario a esa misma religión.
Como religión, el Islam es una continuidad histórica con las tradiciones judeo-cristianas, y comparte con ellas aspectos esenciales del dogma. Como el cristianismo y el judaísmo, el Islam es también una religión monoteísta y “salvacionista”, centra su creencia en la existencia de un único Dios, la inmortalidad del alma y la salvación de la misma. Como el cristianismo, el Islam es heredero también del judaísmo, valorando de manera positiva la Tora y los evangelios cristianos.
Desde el punto de vista del dogma, las tres grandes religiones monoteístas (es decir, el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam) comparten rasgos esenciales, y son herederas de un mismo legado, más allá de que para unos Dios sea Yahvé, Jehová o Ala, las tres hablan del mismo Dios, los mismos profetas y el mismo mensaje. Las diferencias estriban más en la interpretación del mensaje, así, mientras para los cristianos Jesús es el hijo de Dios, los musulmanes no aceptan esta visión, sostienen que fue uno de sus profetas, pero que el último (y definitivo) de los mismos es Mahoma, quien completa el mensaje de dios (Ala) para la Humanidad.
El término Islam en árabe significa “sumisión a Dios”, y el término musulmán quiere decir que se somete a Dios. Como civilización, el Islam es la síntesis de viejas culturas originadas en el creciente fértil (el Medio Oriente) desde hace miles de años (probablemente se trate de las civilizaciones más antiguas del mundo), muchos de cuyos elementos se encuentran aún presentes en la sociedad islámica.
Como civilización, el Islam es el epicentro de un amplio espacio geográfico que abarca desde Marruecos a Pakistán y desde Asia Central hasta el Norte y Este de África, pasando por el Medio Oriente y diversas islas de Asia. Como civilización, en el seno del Islam coexisten diversos pueblos, árabes, turcomanos, persas, malayos, indonesios, africanos, europeos eslavos, etc., manteniendo todos una idea común que los define como participes de una misma civilización: la religión islámica.
Todas las civilizaciones del mundo se definen por una serie de estructuras; Fernand Braudel, planteaba que las civilizaciones eran a su vez economías, espacios, sociedades y mentalidades colectivas, quizás en el caso del Islam sea la mentalidad colectiva, dominada por la religión el aspecto definitorio de su civilización, todos los musulmanes de todas las partes del mundo, y de todas las etnias se sienten partícipes de una comunidad, la Uma o comunidad de creyentes. Por ello ningún musulmán es considerado extranjero en tierras musulmanas. Es por ello también que en los países musulmanes, y en especial en los árabes, las lealtades nacionales son menos importantes que las religiosas, es la religión lo que moldea la identidad del mundo árabe-islámico, no el nacionalismo, que es un fenómeno introducido en esas tierras posteriormente a la descolonización y a la independencia de los antiguos dominios de Europa en esas tierras.
Hoy la gente de estas partes del mundo, y el Occidente todo, asocia a los pueblos del Islam con el atraso, el oscurantismo, la falta de derechos y el petróleo. Son las primeras ideas que a todos nos vienen a la mente, así como los jovencitos palestinos delante de los tanques israelíes, los coches bombas, las mujeres afganas tapadas con burkas o los aviones dándose contra las torres gemelas en Nueva York; esas ideas muchas veces reflejan realidades, pero en general son preconceptos y prejuicios, que no permiten descubrir las realidades y complejidades del Mundo Musulmán y sus problemas actuales.
Los prejuicios, los preconceptos, y el hermetismo dominan hoy en día la visión que el mundo occidental tiene sobre el Islam, sin embargo el pasado de esta civilización, su cultura y sus problemas actuales merecen más atención, para poder hacernos una idea más acabada sobre lo que acontece en esas regiones del mundo. Durante siglos, el mundo musulmán no era en ningún sentido menos avanzado cultural y científicamente que Occidente, sino todo lo contrario, los tiempos medievales fueron para la civilización islámica tiempos de esplendor. Así describe el historiador Paul Kennedy (en su obra “Auge y Caída de las Grandes Potencias”) la situación plateada hasta principios de la Modernidad (siglo XVI): “Durante siglos antes de 1500 el mundo del Islam había sido cultural y tecnológicamente más avanzado que Europa. Sus ciudades eran más grandes, estaban bien iluminadas y alcantarilladas y algunas de ellas poseían universidades, bibliotecas y mezquitas sorprendentemente hermosas. Los musulmanes habían detentado el liderazgo matemática, cartografía, medicina, y muchos aspectos de la ciencia y la industria”, contrariamente a la imagen (falsa en cierto modo)de una Edad Media oscura y pobre, el Islam medieval era una sociedad pujante de comerciantes, científicos, y guerreros, así por ejemplo las universidades musulmanas eran centros de ciencia y conocimiento, muchas veces traduciendo las obras clásicas grecorromanas los musulmanes contribuyeron más de lo que se cree en el propio “Renacimiento” de la sociedad occidental.
También eran sociedades relativamente tolerantes en el plano religioso, así (contrario a lo que pasó después) en la España musulmana, Al-Ándalus, se practicaba una mayor libertad religiosa para judíos y cristianos, muy distinta a las persecuciones que tiempo después impondrían los reyes católicos a la sombra de la santa inquisición. Los árabes también disfrutaban de una gran prosperidad comercial, merced al especial punto geográfico que ocupaba su civilización a mitad de camino entre tres continentes (Europa, Asia y África), lo que convirtió al Islam medieval en un emporio comercial de primer nivel. Recién será en la Modernidad, y como consecuencia de los cambios económicos, sociales, y políticos producidos por esta, que Europa conseguirá adelantarse a sus viejos adversarios Islámicos, y no de manera definitiva, ya que las sociedades islámicas fueron capaces de resistir el influjo de Occidente al menos hasta el siglo XIX. Es más, incluso durante gran parte de la Modernidad, los estados islámicos más poderosos siguieron siendo capaces de desafiar a las fuerzas occidentales. Recordemos por ejemplo que en 1680 las fuerzas turcas-otomanas fueron capaces de sitiar Viena, y solo fueron derrotados por una acción combinada de diversas naciones cristianas.
El imperialismo occidental recién arribó a tierras islámicas de forma tardía, exceptuando algunas regiones de Asia, como las Indias Holandesas (actual Indonesia), o la propia India dominada por los ingleses, el núcleo central del Islam pudo sustraerse de la influencia de Occidente hasta los siglos XIX y XX. Las zonas del Magreb fueron las primeras en ser ocupadas por las potencias occidentales durante el siglo XIX, pero las zonas claves del Islam, el Oriente Medio, Palestina y Arabia permanecieron al margen de la dominación occidental hasta el siglo XX, al terminar la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano, el último de los grandes poderes del Islam, y heredero del Califato (es decir del poder político y religioso) fue derrotado, al igual que su aliada Alemania, por los poderes occidentales, lo que abrió el Oriente Medio a la ocupación de las fuerzas franco-británicas, que no tardaron en convertir Palestina, Siria, Irak, Jordania y el Líbano en mandatos de Occidente. Situación que se mantuvo hasta la segunda posguerra, cuando al igual que las otras regiones del “tercer mundo”, el mundo árabe accede a la vida independiente.
A pesar del impacto que Occidente tuvo en las sociedades islámicas, sobre todo durante el último siglo y medio, no es licito culpar a las potencias occidentales de los problemas que aquejan a esas sociedades, ya que la dominación de los imperios occidentales en las tierras islámicas fue reciente y de muy corta duración, no más de unas pocas décadas. Sino, que las raíces de la decadencia del Islam hay que buscarlas en la propia civilización islámica, que durante la Modernidad pierde terreno en los aspectos centrales del desarrollo económico y sede el paso al crecimiento del poder de Occidente. Para muchos autores la decadencia de la civilización islámica comienza con la propia dominación Otomana sobre los árabes, desde el surgimiento del Imperio Otomano, producto de la invasión de una tribu turca conquistadora, los turcos se reservan el derecho a gobernar el Califato, este concepto denomina al estado religioso islámico, fundado por el profeta Mahoma y sus seguidores, y dirigido por un Califa, durante siglos diversos pueblos han dirigido el Califato musulmán, siendo el último el Otomano, que se extiende desde el siglo XIII hasta la Primera Guerra Mundial.
La decadencia del Islam comenzó al mismo tiempo que el auge de Occidente, durante la Modernidad, los grandes imperios musulmanes, como el Otomano, el Mogol o el Persa fueron sucumbiendo a un espíritu oscurantista, al ser estados religiosos gobernados por sultanes (el especial el Otomano, cuyo sultán se reservaba el título de califa del Islam), no se toleraba la discrepancia religiosa, y a diferencia de la Europa de la Modernidad, donde proliferaron los conocimientos científicos y tecnológicos, el mundo musulmán condenó con fuerza la herejía (como la España de los reyes católicos), incluso la imprenta (elemento de gran importancia en la difusión de las ideas de la Modernidad en Europa) fue prohibida por considerarla peligrosa para los dogmas establecidos. Este cultivo de la intolerancia puede explicar por qué aún hoy en día el mundo musulmán es una de las regiones que menos libros produce y publica, según el historiador Bernard Lewis (autor de “La crisis del Islam: Guerra Santa y Terrorismo”, y del clásico “Los Árabes en la Historia”) todo el mundo árabe produce menos libros por año que un solo país de Europa, España. A este oscurantismo cultural se sumó el despotismo político; en los grandes estados islámicos de la Modernidad ni existían contrapesos a la autoridad del monarca, líder a la vez espiritual y terrenal, esto generó una situación de inseguridad, sobre todo para los sectores adinerados e inventivos de la sociedad, que vivían con la preocupación de que el Estado pudiese expropiar sus bienes; un viejo refrán en el Imperio Otomano decía “mi casa tiene dos puertas, si el sultán entrase por una, yo saldría por la otra”. El carácter despótico de los imperios islámicos, en especial el turco y el mogol, se hizo sentir en la existencia de pesados tributos que pagaban los súbditos para mantener los enormes ejércitos de los soberanos, estos tributos aumentaron sobre todo cuando los estados islámicos dejaron de expandirse. Los otomanos, descendientes de una tribu conquistadora de Asia central realizaban la guerra como un botín, saqueaban los territorios ocupados, al dejar de crecer su imperio, se dedicaron a saquear a sus súbditos, de hecho los turcos, al igual que los mogoles despreciaban el trabajo manual y el comercio, actividades que en el califato otomano se asociaban con los súbditos no musulmanes, sobre todo los griegos, judíos y armenios.
En tiempos recientes muchos árabes han considerado que la decadencia del Islam se debió a que la civilización islámica cayó en manos de los turcos, una tribu de guerreros conquistadores, y que al decaer el predominio de los árabes, el califato otomano contribuyó a la decadencia de todo el Islam, o al menos de su porción más importante, sin embargo resulta difícil omitir que la concepción religiosa del Islam, tan distinta a la occidental, por la cual el poder político y el religioso van de la mano, contribuyo a impedir la emergencia de una cultura laica, racional, como la que por esos tiempos empezó a surgir en Europa, y que asociada con el capitalismo explican el éxito de Occidente durante la Modernidad.
Las razones de la decadencia relativa del Islam en comparación con el Occidente son pues más profundas que el imperialismo occidental, son anteriores a este. Si bien es cierto que la presencia occidental en esa región, sobre todo después del fin de la Gran Guerra, contribuyó a agravar los problemas del Islam.
El año 1923, marca el inicio del siglo XX en las tierras islámicas, ese año se produce la caída de califato otomano, cuando un grupo de militares turcos nacionalistas derrocan al sultán y proclaman la república turca. El líder de ese movimiento fue Mustafa Kemal, llamado por los turcos “Ataturk” (padre de los turcos). Durante su gobierno, Ataturk no sólo abolió el califato; también separó el Estado de la Iglesia; otorgó derechos a las mujeres; modernizó los códigos del país e implantó un modelo educativo basado en los occidentales; estableció como idioma oficial el turco (en lugar del árabe asociado con la religión); latinizó el alfabeto, y aplicó un amplio programa de modernización (autoritaria, “desde arriba”, por supuesto, donde incluso el ejército obligó, como por “si el sayo hiciera al monje”, a los hombres a afeitarse y usar vestimenta occidental). El programa de Ataturk buscaba modernizar el país según patrones occidentales, se asociaba el atraso con los rasgos islámicos de la sociedad, aunque en lo esencial Ataturk tuvo cierto éxito, logró convertir a Turquía en un estado moderno basado en el criterio occidental del Estado-Nación, no consiguió transformar sustancialmente la economía del país, ni lograr un verdadero despegue económico. El ejemplo de Turquía, sirvió de modelo a otros regímenes autoritarios del Oriente Medio, que también intentaron modernizar sus sociedades, en especial después de la descolonización, durante la segunda posguerra emergieron diversos líderes árabes e islámicos que tuvieron amplios programes modernizadores, entre ellos se destacan los “socialistas árabes” como Gamal Abdel Nasser, de Egipto; Basar El Asad de Siria; Muhammad Gadafi de Libia; o Saddam Hussein de Irak, también hubo líderes modernizadores no socialistas como el Sha de Irán Mohamed Rezha Palevhi, entre otros.
¿Qué es entonces lo que ha fallado? Lewis considera que el Islam ha sido un “fracaso de la modernidad”, que en definitiva los distintos intentos modernizadores han fracasado y que hoy las sociedades musulmanas se hayan rezagadas no sólo frente a los países de Occidente sino también frente a las naciones emergentes de Asía. Así, por ejemplo, tanto en venta y producción de conocimientos, como en productividad las sociedades del Oriente Medio se hayan muy lejos de los países centrales y los asiáticos, y salvo el sector petrolero sus economías no han sido capaces de crear estructuras modernas y competitivas. Obviamente que aquí hay que hacer una salvedad: las sociedades islámicas de Asía, como Malasia, Indonesia o Singapur, que son estados dinámicos y en crecimiento. Pero los problemas del Islam no terminan solo en el plano económico o educativo, sino que también toda la región sufre de gobiernos despóticos, faltas de libertades básicas y represión, algunos gobiernos pueden ser laicos (Egipto, o Siria) otros religiosos (Arabia Saudita o Irán) pero todos por igual son regímenes autoritarios, y opresivos.
El otro factor de inestabilidad es un fenomenal impulso demográfico que hace de las sociedades islámicas las de mayor crecimiento demográfico (con tasas del 3%, junto con las de África son las más altas del mundo). Todo ello confluye en que hay mucha población joven, sin esperanzas, sin libertades, y sin alternativas de un futuro mejor, una población que (como en los tiempos de la Revolución Francesa) ve cómo sus elites dirigentes (laicas o religiosas) dilapidan los recursos de sus países en comprar armas, hacer guerras, construir faraónicas infraestructuras o en llevar un fastuoso estilo de vida. Así describe Bernard Lewis(“La Crisis del Islam”) la situación: “ La combinación de baja productividad y tasa de natalidad elevada en Oriente Próximo supone una mezcla inestable, como una población numerosa y en rápido aumento de jóvenes desempleados, incultos y frustrados”. Toda esta situación ha generado que muchos en el mundo islámico hayan buscado en los fundamentos más tradicionales de su civilización y en el fanatismo religiosos las bases de su identidad. Así como muchos musulmanes respondieron a Occidente por medio de la modernización al estilo Ataturk o Nasser, ante las limitaciones de la modernización, otros musulmanes (ya desde fines del siglo XIX) proponían volver a los fundamentos de su civilización y rechazar el influjo de la modernidad occidental. Este retorno a los “fundamentos”( de allí el término fundamentalismo) tiene dos vertientes, la chiíta iraní, representada por la Revolución Islámica de los ayatollahs, la otra vertiente (menos marketinera en Occidente, pero mucho más peligrosa) es la del Wahhabismo saudita, que contiene los fundamentos ideológicos del terrorismo de Al Qaeda y del régimen de los talibanes afganos. El propio Occidente no ha contribuido muchas veces a la solución de los problemas del Islam, por el contrario durante la “Guerra Fría”, EEUU respaldó a los fundamentalistas sauditas y pakistaníes que ayudaron a crear el movimiento talibán como un instrumento con contra de la URSS y el socialismo.
En estos términos está cifrada la gran encrucijada del Islam, las sociedades del Medio Oriente necesitan cambios que mejoren el devenir de esos pueblos, pero esos cambios solo pueden nacer de sí mismas, no pueden surgir de la imposición de las potencias occidentales, esta especie de “primavera de los pueblos” que vive el mundo árabe puede contribuir a cambiar esta situación, pero dependerá de que fuerzas triunfen al final, si los modernizadores o los fundamentalistas, de ello dependen muchas cosas, incluyendo la paz y la guerra en los años venideros, Occidente no puede inducir esos cambios, lo peor que puede hacer es imponerlos, sólo puede estar expectante, alerta, y con disposición a contribuir, no desde la prepotencia, sino desde la colaboración.
En otros tiempos el mundo musulmán tuvo facetas más tolerantes, más abiertas, el camino para esas sociedades pasa por poder combinar lo mejor de sus tradiciones, de su identidad, con lo mejor de la modernidad, y en especial con la democracia y los derechos humanos, de ello depende el destino de todos.
Hasta la próxima…
(*) Profesor de Historia.
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