El pez Vela (Istiophorus platypterus) es uno de los más veloces del Océano. Puede llegar a los 110 quilómetros por hora, los tres metros de largo y los cien kilos de peso. Posee una aleta dorsal enorme que se asemeja a la vela de un barco (que le da el nombre) además de un hocico que termina en una punta afilada.
Se alimenta de calamares y peces.
Para los pescadores deportivos es una de las piezas más deseadas y buscadas. Como el pez no tiene dientes, primero aprieta con sus potentes mandíbulas a su presa para matarla, luego la libera y da una vuelta antes de volver a comerla.
Se lo pesca desde una lancha en movimiento de la cual se lanzan dos señuelos. Uno, un pedazo de carne de pescado que va dejando el olor en el agua. El segundo un pequeño pez que los lugareños llaman penny (monedita).
El pez vela huele el pedazo de carne y, al acercarse a él, el pescador lo atrae al penny mientras la lancha se detiene. Es un espectáculo impresionante ver venir a toda velocidad al enorme pez surcando el agua azul. Cuando este muerde al penny y lo deja, el pescador saca rápidamente del agua a este y en su lugar arroja un señuelo con un anzuelo.
Todos los que están abordo aguantan la respiración, mientras el señuelo con el anzuelo comienza a hundirse. De pronto surge el enorme pez vela desde las profundidades y se lleva el señuelo creyendo que es el penny que mordió antes.
Comienza en ese momento una batalla épica que puede llevar entre 45 minutos y una hora, donde el pez salta una y otra vez fuera del agua para liberarse. La mayoría de las veces logra hacerlo constituyéndose en un formidable rival. Los verdaderos deportistas luego de lograr subirlo a bordo se fotografían con él y - con cuidado - lo devuelven al Océano para que el noble animal siga con su vida.
Lo interesante es la estrategia de la pesca: se deja el rastro y olor de una carnada primero; luego se utiliza un segundo pez para que sienta el gusto y piense que lo ha dejado inconsciente; finalmente se arroja el señuelo para que lo muerda. Pero eso es lo más sencillo. Lo difícil es la lucha posterior de más de tres cuartos de hora en la que el pez Vela pelea para liberarse.
Algo similar parece habernos ocurrido a los uruguayos.
Desde el Frente Amplio se nos aseguró una y otra vez que se respetaría nuestro voto. El pueblo uruguayo, poco a poco, fue confiando en ello, pese a algunas dudas. Dudas que surgían de afirmaciones del candidato a Presidente en el 2009 cuando expresaba que no creía en la Justicia “un carajo”, que al Senado le veía “un tufo nobiliario”, que admiraba a una tribu africana que trabajaba dos horas y “después se pasaban todo el día de joda o chusmerío”, o que por Fuerza Aérea quería tener sólo 80 pilotos suicidas, entre muchas cosas.
Ante el escándalo que tales declaraciones ocasionaron la respuesta a coro de muchos formadores de opinión fue que en realidad esas eran “reflexiones filosóficas” y no lo que él pensaba. El entonces candidato se replegó a y su Partido asumió la campaña. Había olor a respeto por la decisión del pueblo pero también dudas a partir de estas declaraciones. El pueblo le creyó.
Terminada la primera vuelta electoral y al empezar la segunda ronda rumbo al ballotage, el entonces candidato y hoy Presidente, junto a su Vicepresidente, nos mostraron la monedita a todos los uruguayos. En declaraciones públicas, en la televisión, en actos políticos, afirmaron una y otra vez que respetarían el resultado de los plebiscitos y el voto de la gente.
“Yo no le enmiendo la plana al pueblo. Este ya decidió y nos guste o no, hay que respetarlo” fueron sus contundentes e inequívocas palabras. Hoy circulan por internet, en Facebook, Twitter y hasta se animó a mostrarlas un canal de televisión.
Son contundentes, claras. Le dieron total seguridad a los uruguayos acerca de una de las cosas básicas de la Democracia: que lo que decide el Pueblo se respeta.
Si en ese momento los entonces candidatos a Presidente y Vice hubieran expresado que no respetarían lo que pocos días antes había decidido el pueblo otro podría haber sido el resultado electoral. Los uruguayos mordimos el anzuelo, el señuelo y ellos fueron electos.
No ha pasado aún un año y medio desde que asumieron y ahora directamente expresan que no respetarán lo que dijeron respetarían: la decisión popular manifestada a través del voto.
Nos engancharon con el señuelo de respeto a la Democracia, pero parece que era sólo eso: un señuelo.
Ahora no solo le enmiendan la plana al Pueblo, no respetan lo que este votó, sino que afirman que las mayorías cuando votan no siempre tienen la razón.
Lo curioso es que a aquellos que como el pez vela se sacuden para sacarse el anzuelo los obligan a votar en el Senado por disciplina partidaria aunque luego renuncien. O les hacen pedir licencia y así ocultarse de la vergüenza de la promesa incumplida o se enojan cuando con dignidad les gritan en la cara – como hizo el Senador Saravia – que se trata de respetar el resultado de la urna.
Como el pez vela nos tienen enganchados. Todavía quedan tres años y medio. Pero seguiremos saltando y peleando por el respeto del voto de los uruguayos y por sacarnos este anzuelo que lastima nuestra Democracia.
Es que como decía Batlle y Ordoñez no es que el Pueblo nunca se equivoca, es el único que tiene derecho a hacerlo.
(*) Abogado. Senador de la República. Líder de Vamos Uruguay.
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