Por Prof. Gustavo Toledo.
Sepa el lector, que la siguiente nota fue escrita hace más de un año atrás. Cuando “el Pepe Mujica” (así lo llaman los argentinos) aún no se había calzado la banda presidencial y su amigo y mecenas López Mena le organizó un almuerzo multitudinario con la oligarquía regional, nada más ni nada menos que en el Conrad, a fin de que les mostrara sus dotes de violinista. Por aquello de que ese noble instrumento se toma con la izquierda, pero se toca con la derecha, ¿vio? Pues bien, hace pocos días, acaba de repetirse la misma “escena”. Más o menos los mismos comensales. Más o menos el mismo discurso. Más o menos las mismas reacciones. Más o menos el mismo menú. Si el presidente se plagia a sí mismo, yo también puedo hacerlo. Al fin y al cabo, en tanto “Padre de la Patria” es nuestro deber seguir su ejemplo, ¿no?
Mediodía del martes 10 de febrero de 2010, Punta del Este. Una voz retumba en el Salón Monte Carlo del Hotel Conrad, decorado especialmente para la ocasión. Cerca de 1500 empresarios se reparten en numerosas mesas distribuidas a lo largo y a lo ancho del salón, con el único propósito de escuchar al señor del estrado, el presidente electo de los uruguayos, José “Pepe” Mujica.
“Hay que cuidar el clima de inversión porque la riqueza es hija del trabajo y el trabajo necesita estabilidad”, les dice con un ademán que ya todos conocemos. “Los que crean la riqueza, son los empresarios, los emprendedores”, agrega con cara de haber descubierto la pólvora. Y remata con una frase teledirigida al bolsillo de cada uno de ellos: “Jugala acá que no te la van a expropiar ni te van a doblar el lomo de impuestos”.
Se oyen aplausos, algún que otro bravo, ruido de cubiertos. A esa altura, ya nadie se acuerda de la temperatura infernal que arrebata al balneario ni de la llamativa frugalidad del almuerzo. Algunos piden sacarse una foto, otros una reunión privada con el disertante. La mayoría simplemente se encamina hacia la puerta de salida con la sensación de que valió la pena cruzar el río, abandonar el yate por unas horas o tomarse un vuelo desde Buenos Aires o Sao Paulo para escuchar en vivo y en directo al personaje mediático del momento.
Para muchos de ellos, las palabras de Mujica y la presencia de los líderes de la oposición, embretados por la necesidad cuasi obsesiva de ser “políticamente correctos”, les aseguran un “clima” confiable en el cual poder hacer buenos negocios. Esos que en otras partes no pueden hacer por la volatilidad patológica de su clase política. Para otros, en cambio, su interés radica en que el pequeño Uruguay siga siendo un buen ejemplo para sus vecinos y su atípico presidente un modelo de conversión ideológica y acatamiento de las leyes del mercado.
Por eso, hábil como es, el inefable Pepe hizo gala de su proverbial histrionismo para sorprender a unos y a otros con un discurso digno del más rancio liberalismo. A unos les dijo lo que querían oír (a los cientos de empresarios desparramados por el salón) y a los otros (a la pequeña comitiva de sindicalistas expuestos como “animales exóticos” en una mesa periférica), los dejó con las ganas de oír alguno de sus típicos discursos de barricada. A unos y a otros, sin embargo, les quedó una duda del tamaño de la Isla Gorritti dando vueltas en la cabeza: ¿es o se hace?
Por un lado, están los que piensan que ES así, un hombre sensato, respetuoso de la iniciativa privada y de las reglas del capitalismo. Me refiero, concretamente, a aquellos que se dejan llevar por los titulares, la puesta en escena, su show mediático; los que quieren ver en él a una suerte de Lula criollo o, para usar sus propios términos, a un “gato montés vegetariano”.
Por el otro, estamos los que creemos que no ES sino que SE HACE el “chancho rengo” para “cazar giles”. Quienes conocemos su pasado y entorno sabemos que detrás de su palabrerío insustancial se esconde un proyecto de sociedad que no es precisamente el que la mayoría de los uruguayos suscribiría si se lo plantearan claramente. Ni más ni menos que aquel por el cual estuvieron dispuestos a matar y a morir en su momento.
Y si alguien tiene alguna duda, lo invito a que razonemos juntos.
Pongámoslo de esta manera. ¿Se imaginan a Ignacio de Posadas o a Alejandro Vegh Villegas, esos talibanes del libre mercado tan denostados por la izquierda, paraditos frente a un auditorio como el que escuchó a Mujica reivindicando las bondades de la economía planificada, la intervención estatal y los monopolios públicos? No, ¿verdad? Entonces, ¿por qué habríamos de creer que Mujica llevó a cabo un giro de 180 grados en su cosmovisión política y económica en apenas unos meses? ¿Puede cambiar tanto una persona en tan poco tiempo?
Ahora bien, supongamos que Mujica realmente cambió de manera de pensar y que todo lo que dijo frente a la crema y nata de la oligarquía regional es verdad y que además lo siente en lo más profundo de su corazón, cabe que nos preguntemos, entonces, si cambiaron de igual modo Marenales, Fernández Huidobro y el resto de los muchachos de la barra, ¿no les parece? ¿Dejaron de abogar por el socialismo por el cual tomaron las armas hace cuarenta años para reivindicar ahora el sistema que siempre combatieron y pretendieron abolir? ¿O sólo cambió Mujica? Y en ese caso, ¿qué posibilidad hay de que transite el camino de la racionalidad económica teniendo a sus antiguos compañeros en la vereda de enfrente?
Sea como fuere, el paisaje que nos pinta el presidente electo dista de ser creíble. Sea que nos esté mintiendo a todos con su “declaración de fe capitalista” o que esté prendiendo el señalero para doblar a la derecha, los cinco años que se avecinan no nos depararán “más de lo mismo”. No hay que ser brujo para imaginarnos lo que nos espera.
Hace un tiempo, en un breve rapto de sinceridad brutal, Mujica dijo algo en lo que muy poca gente reparó: "Cuando Fidel Castro estaba en la Sierra Maestra nunca habló de socialismo y habría sido una estupidez que lo hiciera".
Agrego: Pepe, no te olvides, "como te ven, te tratan, y si te ven mal, te maltratan".
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