El SEMANARIO RECONQUISTA es el órgano de prensa de la Agrupación Reconquista del Partido Colorado, fundado por Honorio Barrios Tassano y Carlos Flores. Director Prof. Gustavo Toledo.

sábado, 30 de abril de 2011

Papelón.

Por Dr. Ope Pasquet (*)

Antes de que comenzara la interpelación del pasado martes en el Senado, ya se sabía que la mayoría oficialista declararía satisfactorias cualesquiera explicaciones diesen los ministros Bonomi y Rosadilla a las preguntas y cuestionamientos de los senadores Abreu y Viera. Pese a ello, cabía esperar que la sesión del Senado sirviese para arrojar algo de luz sobre el confuso e incierto episodio en el que unos encapuchados filmados en una película que sólo el Presidente de la República dice haber visto, habrían tenido la gentileza de avisar que intentarían liberar por la fuerza a los militares presos por delitos cometidos durante la dictadura.  

Aun esa expectativa resultó defraudada. Dos meses después de haber comunicado a los líderes políticos y al presidente de la Suprema Corte de Justicia -aunque no al juez penal competente- que existía esa hipotética amenaza, el Poder Ejecutivo no logró averiguar prácticamente nada más al respecto. Quizás, las licencias que se otorgan en el verano, el reinado de Momo y el  asueto de la Semana de Turismo resintieron el funcionamiento de los servicios de inteligencia del Estado. Por esas u otras razones, lo cierto es que los ministros del Interior y de Defensa del gobierno uruguayo no saben del asunto más que lo que leyeron en “Búsqueda” (digamos, para ser justos,  que “Búsqueda” no salió el jueves de Turismo, lo que obviamente perjudicó el lucimiento de los ministros en la interpelación...).

El fracaso de la investigación realza la importancia de lo que sabe el presidente. Mujica  dijo haber visto el video de los encapuchados, aunque posteriormente el ministro Bonomi lo corrigió y puntualizó que lo que Mujica vio fueron imágenes, de las cuales un video pudo haber sido, o no, el soporte. ¿Quién le mostró esas imágenes al primer magistrado?  Esa fue la pregunta que los  senadores interpelantes formularon una y otra vez, y que los ministros nunca contestaron.

Para disculpar su silencio, el ministro de Defensa explicó que el presidente –hombre de pocas palabras, como se sabe- no  le dijo espontáneamente quién le había mostrado las imágenes, y que él no se atrevió a preguntárselo (“yo no interrogo al Sr.  Presidente”).

Hasta donde yo sé, la ocurrencia del ministro Rosadilla no tiene antecedentes en nuestra historia parlamentaria. Nunca un ministro del Poder Ejecutivo había osado decirle al Parlamento que no puede responder acerca de lo que sabe o piensa el Presidente de la República sobre un determinado asunto, porque considera inapropiado “interrogarlo” al respecto.

Obviamente, nadie creyó lo dicho por el ministro de Defensa, y así se lo manifestó frontalmente el senador Bordaberry. Pero más allá de que el relato no sea  veraz, importa subrayar que el argumento es equivocado. Si existiera un ministro que no se atreviese a formularle preguntas al Presidente de la  República, ese ministro tendría que renunciar por no estar en condiciones de cumplir las funciones propias de su cargo. 

Todo ministro necesita y debe interrogar al presidente, en primer lugar para seguir sus indicaciones y además para informar al Parlamento y a la opinión pública. En nuestro sistema constitucional, de separación de poderes, es precisamente a través de los ministros que se comunican el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo. Los ministros no podrían cumplir tan importante función si no pudiesen hacerle preguntas al primer magistrado.

Es posible que lo que el gobierno está ocultando sea que el origen de toda esta historia de los encapuchados es tan poco digno de crédito, tan poco serio, que haberla difundido fue, si se actuó de buena fe, una fenomenal torpeza política.

Si no se actuó de buena fe, sino con la aviesa intención de crear  un ambiente propicio a la anulación de la Ley de Caducidad, por la  vía de atribuir propósitos sediciosos a  “militares retirados” (hipótesis que planteó el senador Gallinal), la torpeza pasaría a ser una canallada.

Pero estas son meras conjeturas; lo único cierto es que no se sabe, hasta hoy, de dónde salió este cuento fantástico que sonó al comienzo como una alarma institucional y termina pareciendo un cuplé de carnaval.

Quien puede aclarar el misterio es el Presidente de la República. Como él optó por guardar silencio, sus  ministros hacen papelones cuando tienen que poner la cara en el Parlamento.

(*) Abogado. Senador de la República. Secretario General del Partido Colorado.

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