La ironía de Fukushima es que nos obliga a todos a enfrentar nuestros miedos más profundos acerca de los peligros de la energía nuclear y nos encontramos con que muchos de ellos son tremendamente irracionales, basados en las historias propagadas a través de años de “mitología verde” sin comprobación científica y las exageraciones repetidas de los autoproclamados "expertos" en el movimiento anti-nuclear.
La ciencia de la radiación nos dice que los efectos de Fukushima son graves, pero mucho menos de lo que algunos medios de comunicación mediante razonamientos “tirados de los pelos” nos quieren sugerir.
Suena temerario y peligroso cuando las autoridades japonesas anuncian el vertido de enormes cantidades de agua radiactiva al Océano Pacifico, por ejemplo. Pero una persona debería comer algas y mariscos cosechados a sólo un kilómetro de la tubería de descarga durante un año entero para recibir una dosis efectiva de 0,6 milisievert. Para dar una idea al público en general: todos recibimos durante nuestra vida una radiación llamada “radiación de fondo” del orden de 3 milisievert anual y cien veces más que esto en algunas áreas naturalmente más radiactivas.
En cuanto al agua potable de Tokio que fue declarada no apta para los bebés, los más altos niveles de radiactividad medidos fueron 210 becquerelios por litro, menos de una cuarta parte del límite legal de Europa de 1000 becquerelios por litro. Las personas que abandonaron Tokio a causa de la amenaza nuclear han recibido más radiación durante el vuelo del avión que durante su permanencia en suelo nipón.
El movimiento verde y nuestra actual administración en el gobierno afirman que la combinación de energías renovables y la eficiencia pueden satisfacer el suministro de energía eléctrica bajando las emisiones a la atmósfera de gases de efecto invernadero ahorrándose los peligros que supone la energía nuclear. Esto es técnicamente posible pero muy improbable en la práctica. En el mundo real los países que deciden confiar menos en la nuclear es seguro que ahondan su dependencia de los combustibles fósiles aumentando su participación en el calentamiento global.
Esto ya está sucediendo en Alemania- cuyo gobierno trató de congraciarse con una población fuertemente anti-nuclear e imprudentemente cierra siete plantas nucleares perfectamente seguras después que la crisis comenzó en Fukushima – el carbón ha tomado el control de la generación eléctrica y las emisiones suben 11 millones de toneladas anuales por central nuclear cerrada. En China las cifras se vuelven aún más sombrías. El carbón es barato allí (al igual que las miles de vidas humanas perdidas en la extracción de ella cada año), y si el centenar de nuevas centrales nucleares propuestas para su construcción hasta el 2030 no se realizan, es una apuesta segura decir que más de mil millones de toneladas se puede añadir a las emisiones anuales de dióxido de carbono mundial como resultado.
En cuanto a la imagen global, basado en las consideraciones de los expertos en el “cambio climático” estimo que alejarse de la energía nuclear podría ser la diferencia entre si el mundo se calienta en 2 grados centígrados (malo pero manejable) y 3 grados centígrados (desastrosas) en el próximo siglo.
Los errores históricos a veces se repiten y esperemos que a diferencia de 1970 cuando la energía nuclear iba a jugar un papel mucho más importante de lo que finalmente resultó ser el caso, no se cambie de rumbo. El evento de Three Mile Island y el nacimiento del movimiento antinuclear dejó decenas de reactores a medio construir o en proyecto, las que fueron sustituidas por otras tantas centrales a carbón y petróleo. Por tanto, es justo decir que el movimiento ambiental ha desempeñado un papel importante en causar el calentamiento global, seguramente un error ecológico del cual deban aprender en los próximos años.
No me malinterpreten: yo soy un partidario entusiasta de la sustitución de combustibles fósiles por fuentes de energía renovables. Apoyo firmemente el viento, las opciones de tecnología limpia solar y otras. Pero todas las tecnologías energéticas vienen no sólo con un alto costo económico sino con un costo ecológico. Las turbinas eólicas matan y hieren a las aves y los murciélagos y se incendian desparramando materiales peligrosos en un área considerable. Las centrales térmicas solares del desierto de Mojave han levantado en armas a los conservacionistas. Si somos serios acerca de tomar en consideración la diversidad biológica, así como el cambio climático, estos problemas no pueden ser dejados de lado sin hacer nada.
En términos de uso de la tierra la energía nuclear también tiene la delantera pues la relación de potencia versus terreno respecto de las renovables es abismal. El combustible necesario para alimentar a una central nuclear de 1000 MW ocupa un vagón de ferrocarril al año que se almacena en una sola oportunidad mientras que una central a carbón de igual potencia necesita 3900 vagones ininterrumpidamente.
Si alguna mente afiebrada quisiera proponer la sustitución en Japón de centrales nucleares por generadores eólicos, estos requerirían 1,3 millones de hectáreas que cubrirían la mitad del territorio japonés. Si se piensa en energía solar se requeriría un área similar y un costo 1 billón de dólares.
Los antinucleares hablan también de la tecnología nuclear y sus dificultades pero nadie propone la construcción de los antiguos reactores de agua hirviente de la época de 1960 como los actuales de Fukushima en el siglo XXI. Actualmente existen conceptos de seguridad pasiva y opciones de 4ª generación cuyas ventajas sería largo de enumerar.
Lo necesario es perspectiva. Fukushima enseña que se puede mejorar la seguridad pero tengamos en cuenta que hasta ahora el número actual de muertes relacionadas con la radiación es CERO.
Mientras el carbón y otros combustibles fósiles son mucho pero mucho peor.
(*) Ingeniero. Ex Director de Energía del gobierno del Dr. Jorge Batlle (2000-2005)
No hay comentarios:
Publicar un comentario