Las declaraciones de altos dirigentes del Frente Amplio sobre sucesos recientes del acontecer internacional plantean una serie de interrogantes sobre la relación entre la Izquierda y los Derechos Humanos (DDHH).
Como es conocido por todos, a través de los medios de prensa, se viene desarrollando una profunda crisis política en Libia, que es una secuela de los sucesos en otras partes del mundo árabe-islámico (esa región del planeta vive un fermental proceso de eclosión, cuyos resultados son aún inciertos). En varios países se han producido revueltas populares dirigidas a terminar con regímenes autoritarios que han durado décadas en el poder, las dictaduras de Mubarak en Egipto o Gadafi en Libia. Toda la región vive un proceso sísmico en el cual la combinación de un fuerte crecimiento demográfico, sumado a la falta de oportunidades socioeconómicas, la mala calidad de la educación y la falta de libertades políticas, genera las condiciones propicias para los estallidos sociales. No es este el espacio para detenernos en analizar la situación de Libia o de los demás países del Oriente Medio y el Magreb, basta decir que la crisis libia, ha generado francamente una situación de guerra civil, con un gobierno que viene cometiendo groseros abusos a los derechos humanos, entre los cuales resulta bizarro el uso de la fuerza aérea de Libia para bombardear a sus propios civiles.
Diversos actores internacionales han expresado una fuerte condena a la forma como el dictador Gadafi está manejando la crisis política de su régimen; solo el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ha brindado su apoyo al gobierno de Gadafi. Cuba y Nicaragua (también gobiernos de Izquierda e históricamente vinculados a Gadafi) han mantenido una actitud de apoyo más cauteloso al dictador norteafricano.
Tampoco Uruguay estuvo exento a la discusión parlamentaria del tema libio. Hace pocos días se propuso condenar la actitud del régimen de Gadafi. En la discusión del tema los senadores del Partido Nacional, el Partido Colorado y los sectores moderados del FA, el Frente Líber Seregni y el Partido Socialista, apoyaron la condena al régimen libio, pero en la misma discusión, tal como relata el semanario BUSQUEDA, se produjeron declaraciones poco afortunadas de legisladores del MPP y del PCU, los sectores mayoritarios del partido de gobierno.
En las declaraciones de varios de los legisladores del oficialismo no solamente está ausente el rechazo o la crítica sino que incluso se puede ver un cierto tinte de justificación. Así, por ejemplo, Ernesto Agazzi, legislador del MPP, declaraba lo siguiente: “No es parte de la ola de movilizaciones de jóvenes desocupados o de la gente que está soportando condiciones políticas muy adversas —aseguró—. En realidad, Libia hace muchos años que invierte fuerte en ciencia y tecnología, tiene un sistema educativo con prestigio y ha hecho cambios en su aparato productivo desde los años 70. El problema es más político. Libia ha estado condenada por los Estados Unidos. La situación es muy delicada, por la posición que están teniendo gobiernos extranjeros que están diciendo que hay que invadir Libia”.
O sea, no queda claro qué es lo condenable, si lo que ocurre en Libia o la supuesta conjura de los EEUU, como responsable de lo que allí ocurre, pero lo más preocupante es la forma como el senador Lorier del PCU se refiere al tema. Según el mismo, la izquierda hace muchos años que no tiene relación con Gadafi, pero, aclara que es porque éste ha hecho acuerdos con los EEUU y la UE, y aplica políticas neoliberales, o sea, lo grave no es que sea una dictadura o que utilice aviones de combate para bombardear a los civiles, lo grave es que haya hecho acuerdo con los países de Occidente y que aplique políticas neoliberales.
Estas poco felices declaraciones de la izquierda criolla, se ven complementadas con las siempre habituales declaraciones de apoyo a la dictadura cubana, así en declaraciones del mencionado senador del PCU, en radio “El Espectador” éste mencionaba que en Cuba “no se violan los Derechos Humanos”. Hace algunos años atrás, en los tiempos de la crisis diplomática de Uruguay con Cuba, la entonces senadora marina Arismendi realizó declaraciones en las cuales defendía la existencia de “varios modelos de democracia” según este criterio Cuba tenía una democracia popular. Aún son pocos en la izquierda los que se atreven a criticar al régimen cubano, la mayoría de ellos desde el silencio o la omisión convalidan las violaciones a los derechos humanos, antes que animarse a hablar por miedo a la censura de sus compañeros, o, lo que es peor, de sus votantes. Ni siquiera el propio Líber Seregni (uno de los abanderados del aggiornamiento de la izquierda uruguaya) quedó exento de las críticas de sus compañeros, y del enojo de muchos en el FA cuando se atrevió a profesar sus verdaderas opiniones sobre lo que ocurre en la isla del Caribe. El episodio de las críticas de Seregni a los Castro y su régimen terminó con su casi proscripción en un acto de la coalición de Izquierda.
El tema Cuba, y el tema régimen de los Castro es uno de esos temas tabúes; la izquierda uruguaya no logra romper con el sistema existente en la isla, y no sólo los dirigentes (muchos de los cuales saben la realidad, y de vez en cuando se les escapa algún comentario, “cuba se cae a pedazos” , se atrevió a decir el propio Mujica), sino que para muchos votantes históricos del FA el tema es espinoso, genera adhesión y justificaciones a partir de los supuestos “logros” de la “Revolución Cubana”. Son pocas las voces de la izquierda que se atreven a mostrar discrepancias con este criterio. Una de las voces más prestigiosas es la del Prof. Gerardo Caetano, quien junto con otros intelectuales, autodefinidos como de “izquierda”, publicaron el año pasado una brillante nota titulada a “A No Callar”. En la misma se criticaba con dureza el silencio de la izquierda uruguaya por la muerte del disidente cubano Orlando Zapata, quien falleció como consecuencia de una huelga de hambre en protesta por la existencia de presos políticos en Cuba. Con acierto Caetano comentaba que no se puede tolerar en otros países lo que no se está dispuesto a tolerar en el propio, así la izquierda que sufrió la dictadura, la cárcel y las torturas en nuestro país, no puede tolerar un régimen como el de Cuba que incurre en esas misma prácticas.
Esa misma izquierda, a la que tanto le cuesta reconocer las violaciones a los DDHH más elementales, es la que en nuestro país hace gárgaras con el tema de los DDHH, y se declara la abanderada de su defensa.
Justamente y con acierto en muchos casos desde la izquierda intelectual y política se cuestiona a las potencias occidentales, y en especial a los EEUU (blanco de las críticas de forma habitual), cuando estas potencias democráticas apoyan gobiernos autoritarios, les venden armas, o cuando son ellas mismas responsables de graves atropellos a los DDHH, como ocurre con la invasión estadounidense de Irak. Esa misma izquierda es la que guarda un culposo silencio cuando las atrocidades no son cometidas por las naciones de Occidente o sus acólitos, así pues nunca dedicaron siquiera una línea a recordar las víctimas del comunismo chino, el genocidio cultural del Tíbet, las víctimas de la violenta reconquista rusa de Chechenia, o las víctimas de los dictadores del Tercer Mundo como Robert Mugabe, abanderado de la “liberación de su pueblo”. Es como si las víctimas de los regímenes autoritarios del Tercer Mundo, o de los antiguos aliados de la Guerra Fría, o de las potencias no occidentales, tuvieran menos derechos humanos, que las víctimas de Occidente, tal como si tuvieran más derechos las víctimas palestinas de los israelíes, que los israelíes víctimas de atentados palestinos o las víctimas de EEUU en Irak o Afganistán, más que los occidentales víctimas del terrorismo islamista. Es ese propio antioccidentalismo radical el que impide ver que los mayores violadores de los DDHH en el mundo no son las naciones democráticas de Occidente, sino justamente los aliados de la izquierda vernácula: China, Irán, Pakistán. Los Gadafi, Castros, Mugabe y Mubarak de hoy, que cuando están cerca de perder el poder son repudiados por la izquierda, hasta no hace mucho tiempo eran tomados como héroes por la misma izquierda, héroes de la “liberación nacional o el socialismo”, en el mismo panteón en que en otras épocas estaban Lenin, Stalin y Mao.
La misma desigual ponderación, el mismo doble criterio se aplica a la evaluación de los hechos de la historia más reciente del Uruguay, para ese discurso dual, valen menos las vidas de las víctimas de los tupamaros, que las de la violencia del terrorismo del Estado, en tiempos de la dictadura. Una está justificada y la otra no, por eso se negaban a que el “día del nunca más” fuese (como entendía el entonces presidente Vázquez) el día del nunca más a la violencia política, y sólo debía ser el del nunca más Terrorismo de Estado.
El tema de fondo no es el del pasado reciente, o el de la dictadura en Cuba, o el de la violenta represión en Libia, o el de las violaciones a los DDHH cometidas por los países de Occidente, el tema de fondo es el del propio discurso de una izquierda que se niega a actualizar su concepción, el tema de fondo es la persistencia de un discurso revolucionario (las izquierdas como herederas de la Revolución Francesa, y en especial de la experiencia jacobina, creen y predican la idea del cambio como motor de la historia, y en especial del cambio brusco, del cambio de estructuras). El mismo por definición positivo tendrá sus oponentes y los mismos, los “malos”, deben ser combatidos por los “buenos”, es decir los revolucionarios. Así pues la violencia de los Castro, la de Gadafi o la de todos los líderes revolucionarios están justificadas porque tienen por cometido “salvar la revolución”. Así como en su momento la guillotina de los jacobinos se justificaba para salvar la revolución de sus enemigos reales e imaginarios, ya que la aplicación del terror jacobino tuvo sus etapas arbitrarias, de esa misma manera los derechos humanos pueden sucumbir cuando el fin es el logro de los objetivos de la revolución y la liberación del hombre. El germen totalitario nace del propio pensamiento del “jacobinismo” de la izquierda, la idea de que ni los DDHH ni las instituciones importan si las mismas no sea adaptan a los objetivos revolucionarios, después de todo ¿cómo justificar el origen de una guerrilla en el Uruguay de principios de los años sesenta? Cuando en el país existía un régimen democrático, libertades individuales y multiplicidad de partidos políticos. Y es que los DDHH y la creencia en que el hombre tiene derechos naturales no son un patrimonio de la izquierda. Por el contrario, son un patrimonio del Liberalismo. Fueron las revoluciones liberales como la Inglesa, la Estadounidense y la Francesa, las que plantearon y declararon la existencia de estos derechos, que finalmente fueron consagrados por la Naciones Unidas en la declaración de 1948 (que no fue suscripta por la URSS, ni por los demás regímenes comunistas, valga la aclaración). Esas mismas libertades que la declaración de la ONU, retomando las de las revoluciones liberales, consagraba fueron denostadas por amplios sectores de la izquierda, que las consideraba como “libertades burguesas” y “democracia burguesa” al régimen político que vela por su mantenimiento. Fue la propia pérdida de esas libertades durante el período de facto, lo que enseñó a la izquierda el valor de esas denostadas libertades.
Es precisamente en el discurso y en la concepción del mundo, donde persisten los viejos paradigmas de la izquierda, esos son sus últimos campos de batalla con el Liberalismo, las palabras, más que los hechos la separan de éste. Dos gobiernos del FA que aplican un culposo liberalismo, no parecen consagrar esa separación entre la izquierda y la derecha. No se trata aquí de discutir si ese liberalismo de izquierda, o Neoliberalismo de izquierda como lo definió el periodista Raul Zibechi, es o no mejor, que el Liberalismo que a su manera expresan Blancos y Colorados, de lo que se trata es de reconocer que en los hechos un gobierno del FA no difiere de forma radical de uno de los partidos tradicionales. Nadie duda ya que las políticas macroeconómicas han llegado a cierto común denominador, que el socialismo está muerto, y que todos más o menos hacen las cosas parecidas, por ello el último reducto de batalla es el discurso, en él aún sobreviven la pasión revolucionaria, la esperanza en el socialismo, y la creencia de que se puede crear el hombre nuevo, creencias y esperanzas que viven aún en la mente de la Izquierda, que aún le dan sentido a su discurso, ¿sin esas ideas que los separa del Liberalismo?
Es pues, tarea de nosotros los liberales reivindicar sin miedo, sin complejos y sobre todo sin criterios duales, la defensa de los DDHH. Desde un discurso de reivindicación del papel del liberalismo en la defensa de los mismos, que no son patrimonio de la izquierda, aunque ella hace uso de ellos cuando le sirven y los tira para un costado cuando no. Debemos plantear con claridad que no todo vale, y que la defensa de los derechos humanos es un fin en si mismo, que no hay que callar, y que no hay que negociar con ellos. Es por ello que valoramos muy positivamente la señal que se da desde los legisladores y referentes políticos de nuestro país que condenan los hechos de Libia, como en otras ocasiones condenaron la dictadura de los Castro. Es una cuestión del espíritu, de las convicciones y de ellas debe hacerse la política también.
Para terminar nos permitimos citar al ex canciller de México Jorge Castañeda quien en una columna de opinión en el diario “La Reforma” expresaba “La izquierda del ALBA latinoamericana se solidariza con Gadafi y denuncia al imperialismo; Gadafi masacra a su pueblo; los aliados del imperialismo ya se marcharon. En esta batalla, y por esta vez, ¿quiénes son los buenos y quiénes los malos?”.
Hasta la próxima...
(*) Profesor de Historia.
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