Aunque a los uruguayos nos gusta revolver el pasado, enfrascarnos en debates anacrónicos y abrazar ideas y modelos perimidos, no cultivamos nuestra memoria histórica con la responsabilidad con la que deberíamos hacerlo. Admitámoslo: somos muy ingratos con los grandes hombres y mujeres que construyeron el “pequeño país modelo” que supimos ser. Permitimos, injustamente, que los devore el olvido. Así, no es extraño que una figura de la talla de don Domingo Arena sea casi un desconocido para las nuevas generaciones y una referencia borrosa, lejana, puntual, para las más veteranas.
Ayer, precisamente, se conmemoraron -en imperdonable silencio- 141 años del nacimiento de este ilustre ciudadano al que los batllistas debemos un justo y merecido homenaje.
Don Domingo Arena, el amigo fiel de don Pepe, nació en Italia el 7 de abril de 1870, siendo sus padres don Francisco Arena y doña Ana di Lorenzo, una pareja de calabreses de pura cepa. Con apenas 7 años de edad, llegó con su familia al Uruguay, donde se radicó definitivamente.
Aquí cursó estudios universitarios, graduándose en la Facultad de Medicina, como farmacéutico, y luego en la Facultad de Derecho, como abogado. Durante sus años de estudiante ocupó un puesto en la Fiscalía de lo Civil de Montevideo, donde alcanzó el cargo de Adjunto.
Desde joven, su inquietud social lo condujo a la militancia política, en filas del Partido Colorado, del que llegó a ser una de sus figuras más destacadas.
Fue en varias legislaturas, diputado por Tacuarembó, Soriano y Montevideo; senador por Montevideo en 1903, en sustitución de don José Batlle y Ordóñez, quien renunció a su banca con motivo de asumir la Presidencia de la República; presidente de la Cámara de Diputados en varios ocasiones; miembro de la Asamblea de Constituyentes de 1917, en la que le cupo una destacada labor; e integrante del primer Consejo Nacional de Administración entre 1919 y 1925.
Como periodista tuvo una brillante actuación, llegando a ocupar la dirección del diario “El Día”, su segunda casa, luego de desempeñar diferentes responsabilidades en su redacción.
Como legislador dejó una importantísima obra, habiendo sido animador, impulsor y defensor de muchas de las leyes sociales que hicieron del Uruguay un país de avanzada a principios del siglo pasado. Asimismo, fue una de las principales espadas con las que contó Don Pepe, con quien tejió a lo largo de toda su vida política una profunda relación de afecto y admiración recíproca.
Como legislador dejó una importantísima obra, habiendo sido animador, impulsor y defensor de muchas de las leyes sociales que hicieron del Uruguay un país de avanzada a principios del siglo pasado. Asimismo, fue una de las principales espadas con las que contó Don Pepe, con quien tejió a lo largo de toda su vida política una profunda relación de afecto y admiración recíproca.
Arena, el tano de aspecto bohemio, carácter afable y lealtad incorruptible, murió el 3 de junio de 1939 sin haber cumplido los 70 años de edad.
Francisco R. Pintos, autor de “Batlle y el Proceso Histórico del Uruguay”, escribió un hermosísimo prólogo para “Batlle y los problemas sociales en el Uruguay” de Domingo Arena, publicado el mismo año de su muerte.
Me permito compartir con ustedes un fragmento que habla por mí:
“Por toda la obra realizada, por el aporte valioso a las luchas impulsoras del progreso y el afianzamiento de la democracia, sin la cual no es posible el progreso, Domingo Arena se ha hecho acreedor al homenaje permanente de todos los hombres de bien de la República y de América. Su nombre es ya un símbolo y una bandera que deben empuñar y levantar en alto los combatientes de la democracia por encima de las discrepancias ideológicas.
No cayó, Domingo Arena, como Brum o Grauert, envuelto en su sangre en el medio de una calle o al borde del camino en holocausto de la libertad; pero, consumió en largos años de trabajo y lucha por esa libertad, que todos anhelamos, sus más sanas energías, entregando lo mejor de su talento excepcional. Decimos homenaje, ¿es qué existe mejor, más completo, permanente homenaje que hacer llegar hasta las amplias capas populares las realizaciones de los grandes hombres, todo lo que ellos nos han legado? Indudablemente, no. Entendiéndolo así, no nos es posible negar nuestra adhesión calurosa a la idea (…) de recordar a los hombres de hoy el deber a cumplir en todo momento, y para enseñanza y ejemplo de las generaciones del porvenir”.
¡Que así sea!
No hay comentarios:
Publicar un comentario