Por Dr. Oscar Ventura (*)
Dado que este es un tema importante y presente hoy en nuestra sociedad, quiero dar mi visión. No pretendo con esto convencer a nadie que tenga un punto de vista diferente. Simplemente es mi visión y las razones por las cuales la sostengo. Quien encuentre puntos de coincidencia podrá incorporarla a sus pensamientos. Quienes discrepen, están en todo su derecho a hacerlo.
No voy a pretender hacer un análisis sesudo del tema del aborto, discusión que se extiende por casi un siglo en nuestro país y en la que han intervenido personas con mucho más conocimientos de los que yo tengo. Tenemos históricamente la particularidad de que durante un corto período el aborto no fue ilegal en Uruguay. Luego se lo volvió a penalizar, y hoy día es ilegal en toda circunstancia, excepto que el juez puede aplicar atenuantes que eventualmente pueden reducir a cero la pena impuesta. Pero ilegal lo es, y de ahí que se busque la despenalización.
Tengo la gran ventaja de ser agnóstico, por lo que puedo aproximarme al problema sin una creencia en la excepcionalidad del ser humano hecho a imagen y semejanza de la deidad. No existe, para mí, gran diferencia entre un ser humano y otras formas animales. Solo que, naturaleza humana mediante, me resultan más atractivos los animales con pelo, sangre caliente y forma aproximadamente humanoide. Me siento más cercano a un mono, un koala, un oso panda o un perro, que a una cucaracha o una serpiente. Incluso los peces y los pájaros me dejan bastante frío. Y convengamos que hay más peluches con forma de oso, perro o caballo que con forma de cucaracha, renacuajo o cangrejo. Por lo mismo, nos da menos pena matar un mosquito o matar una cucaracha -y me viene a la mente Men in Black- que matar un gatito, un perrito o un pony. Lo cual, contradicciones humanas mediante, no nos impide cazar un ciervo o un jabalí, pero eso es otra historia.
Si aceptamos la inexistencia de la razón religiosa para considerar que el ser humano es sagrado, nos queda decidir por qué existe el derecho a la vida. Parece razonable pensar que, en principio, es un derecho bastante conveniente. Si convenimos en que los demás lo tienen, nos aseguramos tenerlo también nosotros. Y generalmente -aunque no siempre- eso nos protege de una eliminación arbitraria del mundo de los vivos. También parece haber un criterio de racionalidad, en el sentido de que si todos los seres humanos somos iguales, entonces nadie está en posición superior como para decidir quién vive y quién no. Pero, también es cierto que creamos un sistema de "justicia" por el cual le arrogamos el derecho a ciertos seres humanos en ciertas condiciones para decidir sobre nuestra libertad y, en casos en que existe la pena de muerte, nuestra propia vida. Pero, ya lo dije, en casos extremos. No lo hacemos como algo normal.
Asumamos entonces que por conveniencia, por racionalidad y por igualdad, nos autoconcedemos el derecho a la vida. Ya dije arriba que en determinadas condiciones ese derecho se suspende. Lo hacen los países donde rige la pena de muerte, lo hacen los individuos que aceptan participar en guerras donde deben matar y/o morir, lo hacen los criminales para los que una vida humana no tiene más valor que un par de Nikes o unos pocos pesos. Pero la mayoría de nosotros, que estamos en la parte gorda de la distribución normal, aceptamos más o menos unánimemente que matar no está "bien".
Aunque, y acá viene el gran calificativo, depende a quién. El ejemplo más claro es el de la turba dispuesta a linchar a un violador, a un pedófilo o a dos o tres descarriados adolescentes que mataron a palos a un pobre perro, siempre que su sed de sangre se vea amplificada convenientemente por los medios de comunicación (no solo los comerciales, sino también las redes). La turba en general arropa los instintos primitivos del asesino primigenio que llevamos en nuestro interior. Pero es más difícil que el individuo aislado tome esas decisiones. Matar es un gran tabú para el individuo que no está protegido por la creencia social o por la troupe de fanáticos de una masa. Para vencer ese tabú hay técnicas bien conocidas. Una es la relajación de los límites impuestos por el cerebro, ya sea por el consumo de drogas de cualquier tipo, ya sea por malformaciones genéticas, ya sea por situaciones sociales extremas que destruyen o impiden construir la escala de valores que consideramos normal (me vienen a la mente cantidad de mangas japoneses donde la niñita violada a tierna edad se convierte en una sanguinaria samurái). Otra es la cosificación del individuo. La tortura del sádico se desarrolla tanto más libremente cuanto menos dignidad le quede al torturado. La capucha que impide ver la mirada en los ojos de la víctima, la desnudez que asimila al ser humano con un animal, la suciedad y el revolcarse inevitablemente en sus heces que hace que la persona ya no parezca un igual, tienen sus puntos de contacto con la identificación de "razas" inferiores por su genética o su color, o la asignación de "debilidades" morales asociadas a las preferencias sexuales.
Otra técnica que debilita el impulso de "no matarás" es el autoconvencerse de que el objeto a ser matado no está dentro de los límites de la prohibición. El ejemplo que daba antes de las "razas inferiores" es claro. Recordemos que a los negros se los consideró en un tiempo en el "mundo civilizado" como animales, por contraposición a los blancos que constituían la raza humana. Era obvio entonces que podían ser posesiones, como lo era todo esclavo, y su vida o muerte podían ser discutidas en los mismos términos que la vida o la muerte de un camello, o la destrucción de un coche. La justificación de los proabortistas extremos sigue mucho de este derrotero.
En primer lugar debemos contestar la pregunta de si el óvulo fecundado es una especie de tumor del cuerpo de la mujer, sobre el cual objeto la antedicha tiene derecho de ablación o no, cual un nódulo en una mama. La respuesta científica es claramente que no. El óvulo fecundado es la única célula en todo el cuerpo de la mujer que tiene una carga genética distinta al de todas las otras células propias (es claro que hay bacterias en el cuerpo humano que no tienen la carga genética de la mujer). Bajo las condiciones apropiadas, esa célula se convertirá en un ser humano de propio derecho. Y eso sucede desde el momento de la concepción. Es claro que múltiples causas naturales y artificiales pueden hacer que ese ser humano en prospectiva se quede en promesa y nunca se desarrolle. Pero lo propio se puede decir de un recién nacido, sobre todo si es prematuro, que a menos que reciba las atenciones apropiadas, morirá por falta de independencia para asegurarse su sustento y su protección del ambiente y de sus congéneres. Ni siquiera un niño de tres o cuatro años podría sobrevivir en el inframundo de un Montevideo infectado de ratas, a menos que reciba el apoyo que le permita crecer y medrar. Por lo tanto, para mí, no es de recibo decir que antes de uno, dos o tres meses de gestación el feto puede ser eliminado y después no. O es siempre, incluido cualquier momento de la infancia, la adultez o la tercera edad (con lo cual inmediatamente de aprobada la despenalización del aborto deberíamos proceder a despenalizar la eutanasia, el suicidio asistido y la ruleta rusa) o es nunca, desde el momento en que se concibió. Y, desde luego, al no ser una parte del cuerpo de una mujer, dado que tiene una carga genética diferente, no es el derecho de la mujer, sino el derecho del nuevo ser humano en potencia el que debe primar. Es un derecho humano el derecho a la vida, también para el nonato.
Cuando se habla de poner un límite de 12 semanas al aborto, lo que se dice es prácticamente que lo podemos matar mientras sea más parecido a un renacuajo que a un ser humano. La misma lógica que nos permite matar una cucaracha o una mosca, pero nos despierta la ternura cuando se pretende eliminar a un chimpancé. Lo malo es que la tecnología nos demuestra cada vez más sus avances. Y ahora vemos que el feto de 12 semanas se para, se mueve e intenta caminar. Se pone complicada la buena conciencia del abortista dodecasemanal.
Dicho lo anterior, veamos el problema social. Coincidamos en que existen embarazos no deseados, incluso en este tiempo de condones corrugados con sabor a fresa. Y coincidamos en que existe una real presión social para no cargar a la mujer, muchas veces de corta edad, con otra vida que le condicione el desarrollo no culminado de la propia. Y que en muchas circunstancias, el embarazo no deseado representa problemas sicológicos, sociales, económicos, morales o religiosos imposibles de soportar por la involucrada. Nuestro deber como sociedad es solucionar el problema social sin ceder hipócritamente ante el convencimiento de que el feto es una especie de cucaracha que podemos matar mientras no se parezca demasiado a un niñito adorable. Y, en lo posible, deberíamos desarrollar un mecanismo que permitiera reforzar el deteriorado panorama de nacimientos en Uruguay, donde la sociedad envejece cual la europea sin reales posibilidades de mejoramiento demográfico.
Anualmente perdemos, según las estimaciones, entre 11.000 y 33.000 uruguayos, que mueren abortados, simplemente porque no hemos podido resolver dicho problema. ¿Podemos intentar algo distinto? Me gustaría pensar que sí y abajo esbozo una propuesta, sin duda perfectible, pero que tiene elementos que yo considero dignos de análisis.
Parto de la base de que el ser humano lo es desde el momento de la concepción y que su eliminación por decisión de otras personas es un crimen que debe estar penalizado. Asumo que, para promediar números, se abortan en Uruguay unos 15.000 uruguayitos en potencia por año. Conservemos los supuestos actuales, realistas que son, para la disminución hasta la inexistencia de la pena en casos concretos, pero mantengamos la penalización general. Y diseñemos un sistema paliativo con dos componentes: un gran esquema de adopción y un sistema de incentivos a la preservación del embarazo.
El esquema de adopción es simple en lo conceptual, pero probablemente bastante complicado en la implementación. Pero partamos de la base de que todo niño no querido por alguien, podría ser una bendición para otro alguien que no puede tenerlo. Creemos entonces un instituto que recogerá a todos los niños cuyas madres no los deseen, y que en las condiciones actuales son abortados, y que estarán disponibles desde el nacimiento para dar en adopción. Por supuesto que habrá que tener una legislación ágil y moderna que permita darle un hogar apropiado al chico. Pero no perdamos de vista de que hoy no le damos permiso a los padres para hacer venir hijos al mundo en hogares --si así se les puede llamar-- donde lo que menos impera es el amor y las buenas costumbres. Simplemente consideramos "normal" que las personas puedan tener hijos, sin importar demasiado las condiciones, pero no consideramos normal que un chico pueda ser dado en adopción a un hogar que quizá no sea el absolutamente ideal. Obviamente que habrá que pensar también en los costos asociados a la crianza y educación de niños que quizá nunca sean adoptados. Y a que quizá no existan suficientes hogares adoptivos en Uruguay en un momento determinado. Pero ¿por qué no puede pensarse en que sean adoptados por familias de otros países con el claro compromiso de mantenerle su nacionalidad y propender a la no pérdida de su identidad? En el fondo es todo cuestión de organización y gestión.
El aspecto necesario para llegar al esquema de adopción es que los niños lleguen a nacer. Y para ello debemos convencer a las madres para que no aborten. Acá también se necesita buena organización y gestión, pero no alcanza. Las madres deben también tener un incentivo que contrarreste los incentivos que el medio produce para que la mujer aborte. Y, claro, el mejor incentivo es económico. Lo que propongo es, simplemente, que la sociedad compre los niños. Sí, ya escucho el coro de voces bien pensantes de quienes considerarán esto una herejía. Pero pensémoslo sin prejuicios. Es la sociedad, todos nosotros, los que decidimos que esas mujeres no tienen derecho a abortar. Por lo tanto, les imponemos nuestra voluntad colectiva, pero dejamos que la responsabilidad de la acción la asuman individualmente. Entonces ¿qué mejor que la sociedad pague por sus decisiones?
Consideremos un esquema simplificado y primario. Supongamos que pagamos un sueldo de $ 20.000 a cada embarazada que fuera proclive a abortar, durante cada mes de su embarazo. En el momento que recibe su cheque mensual, la mujer debe completar un exhaustivo chequeo médico, lo que nos asegura su salud y la del feto. Si no va, no cobra. Los embarazos no deseados no se descubren en el propio momento del acto sexual, pero supongamos igual que consideramos los 9 meses del embarazo como con derecho a salario. Serían entonces unos USD 9.000 que nos costaría preservar la vida de esos uruguayitos. Considerando el promedio de 15.000 abortos anuales, hablamos de solo unos 135 millones de dólares, menos de lo que nos cuesta la UdelaR, la tercera parte de lo que se puso en el Banco del Sur y menos del 2% de lo que recaudó la DGI en 2010.
Consideremos los beneficios. Primero que nada, salvamos la vida a 15.000 personas. Segundo, la tasa de natalidad en 2011 es 1.35 % (nacen menos de 14 niños por cada mil habitantes) de donde sale que se producen unos 47.000 nacimientos por año. Con el esquema que propongo pasaríamos a una natalidad de 62.000 nacimientos por año, o sea un crecimiento del 32% y la tasa pasaría a 1.8%, avanzaríamos 40 lugares en la tabla y quedaríamos a la par de Brasil. En tercer lugar, crearíamos la profesión rentada de madre ¿por qué no? Mujeres cuya ocupación en la vida sería dar hijos al Uruguay, poblando este país. Algunos sin duda permanecerán con sus madres, ya que una vez nacidos no querrán darlos, pero todos ellos serán queridos, los unos por sus propias madres, los otros por sus madres adoptadas. Reduciríamos el desempleo, en dos sectores vulnerables, mujeres y jóvenes, y a largo plazo reconstruiríamos el país.
Y, finalmente -por qué no- seríamos nuevamente ejemplo para el mundo, teniendo una visión creativa y propositiva para resolver un problema que de otra forma no sale de la dialéctica "bien"/"mal" en la que nos movemos desde hace décadas.
(*) Doctor en Química
6 comentarios:
Como dijo el Negro Jefe: "los de afuera son de palo". Sólo quien está en una situación así tiene estatura moral y (sobre todo) derecho a opinar.
El resto, bien o malintencionadas opiniones, más o menos bien elaboradas teorías acerca de cómo debe resolver sus problemas otro ser humano. Baba batida más o menos bellamente expresada. Por favor, no lo tome como personal: es lo que opino no de sus ideas ni de usted, sino de las opiniones impropias y los que osan decir que tienen soluciones para la vida ajena cuando, en general, mal las tenemos para la propia.
Si le interesa abundar en mi pensamiento al respecto, lea "Acerca de la despenalización, que no del aborto" en https://sites.google.com/site/eldolappe/escritos-varios-1/politica
Sugiero que se dedique a escribir artículos científicos en una revista de química, puede ser un aporte sustancial de su parte al estímulo del desarrollo intelectual y cultural de esta sociedad, pero por ahora, se remite a escribir artículos que oscilan entre la ridiculez y la monstruosidad, reflejo de un pensamiento cuando menos elitista, y bastante lejano a la realidad. Creo que por usted, Sr.Ventura, bajo decae el nivel de una publicación que -siendo joven y de izquierda- leo gustoso. Lo poco atractivo de su pluma, sumado a lo descabellado de sus análisis - propuestas (no logro ver claro qué intentan ser) son una combinación terrible. Sin más, espero sepa apreciar una crítica que -por lo visto- es reflejo de un pensamiento común entre varios lectores del medio. Salud.
Un planteo fascista en el Partido Colorado
Exportando niños “cosa”.
El inefable Oscar Ventura no deja de pensar y de sacar a pasear ideas irrespetuosas de la persona humana. Lo hace con tolerancia total de su partido, el Partido Colorado, al cual representa en muchas comisiones importantes del quehacer nacional y del quehacer partidario. En la realidad, en las principales comisiones sea en lo nacional o en lo partidario. Hasta irse convirtiendo en el ideólogo de Vamos Uruguay.
En el artículo más tonto que usted pueda leer (“Sobre la despenalización del aborto”, Oscar E. Ventura, Reconquista, 16 de noviembre de 2011, http://semanarioreconquista.blogspot.com/2011/11/por-dr.html?spref=fb)
razona del siguiente modo. Saca la cuenta que el promedio entre 11.000 y 33.000 abortos anuales que se calculan en el país (se calculan, también, más) es 15.000 abortos anuales. Raro promedio (¿?).
Entonces propone que se “compre” por parte del Estado esos 15.000 niños. (“Lo que propongo es, simplemente, que la sociedad compre los niños”).
Introduce la lógica de mercado en un terreno donde no se transan mercaderías y como tampoco sabe nada de mercado lo hace mal.
Pagándole 1.000 dólares por mes a cada madre hasta el nacimiento de la criatura. Hace la cuenta y le da 135 millones de dólares por año. Le parece buen negocio.
No toma en cuenta:
a) que en Uruguay nacen 50.000 niños por año, de los cuales el 52% lo hacen en hogares por debajo de la línea de pobreza. De manera que hay 25.000 candidatos más al subsidio para no abortar, porque es muy probable que si le pagan a alguien por el mero hecho de decir que va a abortar, la gente pobre se ampare en dicho subsidio, diciendo meramente que si no le pagan entonces abortan. Mediante esa declaración de intenciones, pasa a estar subsidiado. Es decir no se trata de 15.000 niños no abortados, o más, con el promedio real de las cifras verdaderas, sino de 50.000 subsidios por año, incluyendo a la gente que se amparará lógicamente en el subsidio. Se trata de 500 millones de dólares por año, pues. Para tener luego los niños sin subsidio ninguno al nacer. Es decir, Ventura le erra a las cuentas. Hace la barbaridad de aplicar lógica de mercado con las criaturas y no sabe nada de mercado, reitero. Porque tampoco cuenta que dicho estimulo puede producir más niños no deseados por gente con necesidad y sin valores parentales, lo que agregaría cifras de nacidos sin hogar.
b) propone que con los 15.000 niños nacidos que iban a abortar (cifra errática y a todas luces menor que la realidad) se hagan tres cosas. O los que lo querían abortarlo se encariñaron y ahora críen al niño. O se dan en adopción, para lo cual tendría que haber una demanda anual inexistente de 15.000 niños en adopción o más, que no hay hoy ni la vigésima parte, pese al acumulado de varios años. O se exporten a otros países con la condición de que los padres se comprometan a educarlos en la identidad uruguaya (“Pero ¿por qué no puede pensarse en que sean adoptados por familias de otros países con el claro compromiso de mantenerle su nacionalidad y propender a la no pérdida de su identidad? En el fondo es todo cuestión de organización y gestión”. Y de que un holandés, por ejemplo, críe a su niño adoptado, en uruguayo (¿?). ¿Cómo se fiscalizaría por parte del Estado uruguayo ese compromiso? Se confiaría en la buena voluntad de los adoptantes o, acaso, habría que montar oficinas fiscalizadoras de la identidad uruguaya en todo el mundo, que por ejemplo, controlen que los niños coman dulce de leche, asado, tomen mate, y escuchen murga, por ejemplo? Si se tratare de esto último, agrego que seguiríamos abatiendo los índices de desocupación en Uruguay, pues el Estado tendría que contratar a centenares de expertos en la “población vulnerable” asociada al servicio exterior. No se puede negar que es creativo.
c) Obviamente, con mucha suerte, convirtiéndonos en el primer país del mundo en exportar niños oficialmente, pongamos 2.000 por año, cediendo en adopción al barrer (30 veces más de adopciones que las que se dan hoy, el triple de la demanda que hay hoy acumulada de años), contando los padres aborteros encariñados al nacer la criatura, sobran más de 10.000 niños por año, que quedan a cargo del Estado. O el doble, según se saquen los promedios correctos de los datos correctos.
Según propone Ventura se crearía un nuevo empleo: “crearíamos la profesión rentada de madre..., mujeres cuya ocupación en la vida sería dar hijos al Uruguay, poblando este país”. De manera que al mismo tiempo se abatiría el desempleo, se abatiría particularmente el desempleo joven y “reconstruiríamos el país” y “seríamos, nuevamente, ejemplo para el mundo”. (“Reduciríamos el desempleo, en dos sectores vulnerables, mujeres y jóvenes, y a largo plazo reconstruiríamos el país. Y, finalmente -por qué no- seríamos nuevamente ejemplo para el mundo”)
Es decir, la solución “Ventura” o “Aventura” es poner 500 millones de dólares para poner 10.000 niños o más por año en albergues del Estado luego de dar en adopción niños por encima de la demanda de adopción y exportando una parte al exterior. Comprando y exportando niños. El articulista no tiene en cuenta, asimismo, porque no advierte el efecto, que habría que crear cargos especializados en los albergues estatales para los niños que no fueran adoptados. ¡Seguiríamos bajando el desempleo! Un creativo.
Se puede ser no abortista (educación sexual, sistemas anticonceptivos accesibles a la gente –cada día más desarrollados-, intento estatal de disuadir el aborto, como en Francia, adopción simplificada en sus trámites, pero realista) o se puede ser abortista, considerando el derecho de la madre o de los padres de decidir sobre el feto, cuando las circunstancias económicas, psicológicas, etc. lo ameriten, también, luego del empleo de las políticas disuasivas, de prevención y asistencia estatal o de los servicios privados de salud. Lo que no se puede ser es idiota, comprar y vender niños, hacer mal las cuentas, y tener en 10 años 100.000 o 200.000 niños en albergues del Estado, ya que fueron comprados por el Estado, los padres en principio aborteros no se encariñaron con ellos después de nacer (pues los tuvieron por el solo estímulo económico), no se pudieron exportar ni dar en adopción en las cantidades requeridas.
200.000 niños en albergues, eso recuerda a la experiencia fascista de los niños del Estado. Ventura combina una suerte de producción “fordiana” de niños, locura que sustituye a la familia, para luego exportarlos. ¡Excelente política poblacional!
Lo grave con todo no es toda esta pavada previa que se ha explicado. En todo ella demuestra incapacidad, insensibilidad, deseo de originalidad, Lo grave son los conceptos “transpersonalistas” (desconocedora de la persona humana y sus derechos inherentes). Los transpersonalismos conocidos son el fascismo y el comunismo.
No, la tontería de Ventura tiene origen filosófico, según se puede observar en el mismo artículo.
Ventura cree que solo quienes tienen pensamiento religioso creen en la excepcionalidad del ser humano. Luego cree que no existe diferencia relevante entre el ser humano y otras formas animales, particularmente con los animales con pelo, sangre caliente o forma “humanoide” (entre las que incluye al perro) (“puedo aproximarme al problema sin una creencia en la excepcionalidad del ser humano hecho a imagen y semejanza de la deidad. No existe, para mí, gran diferencia entre un ser humano y otras formas animales. Solo que, naturaleza humana mediante, me resultan más atractivos los animales con pelo, sangre caliente y forma aproximadamente humanoide. Me siento más cercano a un mono, un koala, un oso panda o un perro)”. Es decir, no siendo el ser humano receptor de ninguna excepcionalidad, comprar o vender niños es más o menos como hacerlo con los perros.
Para Ventura, además, el derecho a la vida no existe per sé, por su valor intrínseco, por los derechos humanos (iguales, en su caso, a los derechos perreros). El ser humano no es sagrado, porque así solo piensan los religiosos, ignorando Ventura todo el acervo de filosofías humanistas no religiosas. Ventura no sabe que existe el humanismo, el cual nace del ejercicio de la razón, en la cultura greco-latina (siglos V A.C. y aún antes si consideramos a los presocráticos, y siglos siguientes), que luego es retomada en el Renacimiento (siglos XV y XVI) y el Racionalismo de la Ilustración (siglos XVII y XVIII). Un ignorante dando cátedra de filosofía: triste. Para Ventura el derecho a la vida no surge de la filosofía humanista que ha construido el ser humano, sino de su egoismo, de la conveniencia que el derecho a la vida tiene para que a uno no lo maten. El derecho a la vida no existe como filosofía de protección al prójimo, sino como filosofía de interés personal. Lo que facilita que se trate a las vidas de todos y de los recién nacidos como cosas (“Si aceptamos la inexistencia de la razón religiosa para considerar que el ser humano es sagrado, nos queda decidir por qué existe el derecho a la vida. Parece razonable pensar que, en principio, es un derecho bastante conveniente. Si convenimos en que los demás lo tienen, nos aseguramos tenerlo también nosotros. Y generalmente -aunque no siempre- eso nos protege de una eliminación arbitraria del mundo de los vivos”).
Es decir, el ideólogo de Vamos Uruguay –o por lo menos su omnirepresentante- no entiende nada, de nada. El nuevo Partido Colorado se catapulta desde este hombre que saca a pasear su “enano fascista” todos las semanas, quedando bastante claro ello, con su teoría “transpersonalista”. Se entiende por qué dice “me siento muy cercano al mono”.
Mag. © en Ciencia Política, Víctor Rodríguez Otheguy
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