El jueves pasado, en Caraguatá, esa lúcida mujer del interior que es Martha Montaner profundizó en este concepto y me dejó pensando: la nueva ruralidad.
Nos encontrábamos bajo unos eucaliptos, compartiendo con los vecinos el mediodía y la charla cuando Marta reseñó los profundos cambios que ocurrieron en los últimos años en el campo uruguayo.
Tomé la posta para señalar como estos cambios están afectando la vida de quienes viven en la zona rural.
También el desafío que significa para todos, en especial para el Estado, el adaptarse a esta nueva ruralidad.
Hace 20, 30 años, quien trabajaba en el campo a 25 o 30 kilómetros de un centro poblado salía, iba al pueblo, una vez por mes. El hoy salgo, era ausentarse por tres o cuatro días para visitar a la familia, ver al médico o acercarse hasta el boliche a tomar unas copas con los amigos. Una vez por mes solamente para los afectos, las amistades.
Esto, por suerte, cambió. Uno mete la nariz en el galpón de cualquier establecimiento rural y se encuentra con motos, autos, de los que trabajan en la zona rural.
Hace veinte, treinta años llamar por teléfono desde cualquier establecimiento rural era hablar con la operadora que, invariablemente, respondía las horas de demora que había para poder comunicarse. A veces, la demora ni siquiera se podía fijar, porque su respuesta era el tan temido “indeterminado”. Si uno se ponía cargoso y pedía el llamado como urgente, se le respondía que la demora era “indeterminada pero con preferencia”.
Hoy el ruralcel pero sobre todo la telefonía celular (la estatal y de sus dos competidoras) permiten no sólo el llamado instantáneo sino que además suman los mensajes de texto.
Mensajes de texto que sustituyen a los viejos radio mensajes que emitían las radios locales y en los que se avisaba desde el envío de una encomienda hasta el fallecimiento o la enfermedad de un familiar.
Esas mismas radios por las que hablaban a mediodía Chicotazo o el Dr. Corso hoy se sustituyen por el Direct TV que permite ver directamente el noticiero nacional o los partidos de fútbol del fin de semana o la Champions Europea.
La llegada de la agricultura intensiva y la forestación cambió la forma de trabajo en las zonas rurales. Aparecieron los contratistas prestadores de servicios con sus mosquitos, cosechadoras, tractores, que invierten en el equipamiento que el pequeño y mediano productor no puede comprar. Así van de predio en predio brindando sus servicios de la misma forma que antes lo hacían las comparsas de esquila.
Esto provoca que más gente viva en los pueblos puesto que la tercerización de estas tareas la aleja de la vida permanente en los establecimientos rurales.
La facilidad de traslado en moto o vehículos, la nueva forma de contratación y servicios, la facilidad de comunicación llevó a que quien trabaja en el campo no sólo “salga” los fines de semana sino que muchas veces él y su familia viven en el pueblo o la ciudad.
Esto ha vaciado también a muchas escuelas rurales que vieron mermada la cantidad de niños que asisten a las mismas. Lo que lleva a que los alumnos de distintos grados muchas veces no tengan compañeros de su misma edad y en definitiva se aburran cuando la maestra atiende a los mayores o los menores.
El costo de la inversión en maquinaria, pero sobre todo el disponer de capital, llevó a que surgieran nuevos jugadores en el medio rural: los pools de siempre, las empresas transnacionales de forestación, la megaminería. Para ellos todo número es chico y hablan de millones de dólares. Dólares que a fuerza de mayor capacidad de inversión están corriendo a los medianos productores de sus predios.
Estos cambios profundos en la vida rural, la nueva ruralidad, deben ser atendidos por el Estado, el que les debe prestar mucha atención.
Si antes a caballo llevaba casi medio día recorrer 20 o 30 kilómetros o a veces hasta una hora en automóvil, el tener hoy caminería rural en forma es vital. No sólo para sacar la producción. Esa saldrá de todas formas. Es vital tener buena caminería para que el trabajador pueda trasladarse a los pueblos y ciudades seguido.
Los servicios de comunicación, celular, telefonía fija, electricidad, la televisión cable, deben verse facilitados.
Las escuelas deben retomar o seguir con lo que el visionario que fue Germán Rama comenzó a finales de la década del noventa: la agrupación de niños por grado, con servicio de bus para llevarlos a cada escuela. Así aprenderán con más niños de su edad y se aprovechará mejor el tiempo del maestro y el de ellos.
Las normas de tercerización de servicios deben adaptarse a esta realidad no haciendo responsable al productor que contrata por las obligaciones del contratista.
Las policlínicas y hospitales en ciudades y pueblos deben ser ordenadores de gastos para poder brindar servicios a todos aquellos que si pueden trasladarse veinte o treinta kilómetros pero no cien para atenderse.
Fortalecer los planes de vivienda a través de Mevir será una necesidad cada vez mayor por la demanda derivada del traslado del trabajador al pueblo.
La educación a distancia, por televisión o por Internet, debe reforzarse. Muchos niños e incluso adultos pueden estudiar, capacitarse o mejorar sus conocimientos y destrezas a través de la educación a distancia.
Realizar trámites por Internet, comunicarse rápidamente con la Policía para prevenir abigeatos y robos, utilizar GPS por parte de las autoridades son algunas de las cosas que se vienen.
Ayudar a los productores pequeños y medianos a través de planes que hagan viable el acceso al fósforo y el riego es el camino para enfrentar el avance de las grandes multinacionales. En lugar de ponerle más impuestos a los productores nacionales y perdonárselos a las empresas extranjeras como se pretende hacer hoy.
Lo único que no podemos hacer es sentarnos a tomar mate y ver como esta nueva ruralidad nos pasa por delante y no reaccionamos.
(*) Abogado. Senador de la República. Líder de Vamos Uruguay
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