Poco a poco, el Uruguay se desliza por el tobogán de la demagogia hacia la anarquía. Sacamos pasaje al imperio del vale todo (en principio, sólo de ida). Cada uno hace lo que quiere. En las alturas del poder juegan al salto largo con la Constitución y las leyes. Poco les importan las instituciones y menos aún la voluntad de las mayorías. Para ellos, la democracia no es una meta sino apenas una escala técnica. Una etapa –transitoria- en el camino a la “tierra prometida”. Para conocer la meca a la que dirigen sus rezos hay que repasar los libros de historia. Eso sí, no se confundan: la vía uruguaya al socialismo es como el minué, un paso atrás y dos para adelante. O como dicen en el campo: a la que te criaste.
Días atrás, con los votos del oficialismo se aprobó una ley que deja sin efecto la prescripción de los delitos cometidos durante la dictadura. Con ingenio digno de mejor causa, le encontraron la vuelta para desconocer la voluntad popular. Esa que dicen respetar e incluso se ufanan de representar. Primero buscaron la anulación de la ley de caducidad; no pudieron. Después quisieron votar una “ley interpretativa”; tampoco tuvieron suerte. Ahora, finalmente, se salieron con la suya. Dos plebiscitos no fueron suficientes para torcer su deseo de revancha. Que el pueblo hable no es importante. Apenas un detalle. Lo importante es que la barra esté contenta y pueda seguir cultivando viejos enconos.
Durante el debate en la Cámara Alta, el senador comunista Eduardo Lorier señaló que aquellos que “defienden la impunidad (es decir, los que no apoyan la imprescriptibilidad de los delitos cometidos durante la dictadura) defienden a los torturadores". Sí, el mismo que es secretario general de un partido cuya bandera tiene a la hoz y el martillo como símbolo y jamás renegó de los crímenes cometidos en su nombre, agravia a la oposición con un recurso dialéctico tan infantil y canallesco como el que empleó Bush en su momento: están conmigo o con el enemigo. Dicen que los extremos se tocan y… ¡vaya si se tocan!
En la Cámara de Representantes las cosas no fueron mucho mejor. Los discursos de los señores diputados se redujeron a leer en voz alta los editoriales de El Popular, enrostrar a unos y a otros el Pacto del Club Naval y citar al pobre Artigas o a alguno de sus secretarios. ¿Cómo justificar lo injustificable y defender lo indefendible? Simple: usando el pasado como arma arrojadiza. Con una sábana y dos o tres frases hechas se arma un buen fantasma. Lo agitamos y… voilá!!!!
El presidente dijo que no le iba “a enmendar la plana a un pueblo” (debió decir “a su pueblo”). También dijo que no quería ver viejos en las cárceles. Que si fuera por él, los liberaría a todos. Siguiendo la lógica del senador Lorier, ¿esto lo transforma en defensor de la impunidad y cómplice de los genocidas? Porque si es así, ¿qué espera para dejar una florcita sobre su banca e irse para su casa?
Siendo senador, el "Ñato" Eleuterio Fernández Huidobro señaló estar de acuerdo con el general del aire José Bonilla cuando planteó que medidas como ésta impedirían conocer la verdad sobre lo sucedido. Sin embargo, el ahora ministro lo sanciona.
El diputado Semproni votó en contra de la anulación de la ley de caducidad, ahora vota a favor de la imprescriptibilidad. ¿Veleta o soldado obediente?
¡De locos! ¿El cinismo es vecino de puerta de la amnesia o viven juntos?
Mandela pacificó Sudáfrica. Cuando salió de la cárcel encontró más resistencia entre los suyos que en sus antiguos enemigos. Con perseverancia fue desmontando prejuicios y acercando a unos y a otros. Rompió la antinomia: buenos y malos. Se puso por encima de los odios de antaño y pasó a la historia como un pacificador. Aquí elegimos otro camino.
Por eso, no nos queda otra más que colaborar con el gobierno en su labor forestal. Ya que monos y gorilas no nos faltan, plantemos cada uno de nosotros un plátano en nuestras casas. Con nuestra ayuda y la de las autoridades, lograremos convertirnos en la república bananera con la que algunos sueñan desde hace rato.
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