Mis padres se casaron ya veteranos. Era el primer matrimonio de ambos. No sé por qué locura se les ocurrió tener hijos pero aquí estamos, mi hermana y yo. Papá tenía 42 años y mamá 38 cuando nací, un 3 de setiembre de 1968, un año y medio después nació mi hermana.
En aquellos tiempos de una sociedad machista, mamá dejó de trabajar, era profesora de piano, y mi padre que de joven había sido guionista, actor y director de teatro, periodista y varios etc., vivía entonces de comisiones que le pagaban algunas empresas de Europa por colocar productos aquí, como por ej. reproducciones de obras de arte, todo esto por carta y envíos por barco que demoraban un montón, algo así como los negocios virtuales que se hacen hoy día pero mucho más lento, claro. Papá nunca viajó.
Un día esos negocios no caminaron más y todo se complicó. Yo tendría 6 años y no me daba mucha cuenta de cómo las cosas iban en picada lentamente.
Si algo recuerdo es cómo me gustaba estudiar y aprender, íbamos a un pequeño colegio católico del barrio La Comercial, María Auxiliadora, en una edificación donde hoy funciona un liceo público. Estaba en segundo año y un día volví a casa con fiebre y vómitos, vino a verme la doctora Guisande y me llevaron corriendo a internar, tenía principio de meningitis. Por suerte los niños no tienen esa conciencia de lo que está pasando, esos 15 días internada solo pedía libros para leer y colorear y que me trajeran los deberes porque no quería atrasarme en la escuela. Pobre mamá, no quiero imaginar la angustia que pasó.
Pasaron los años y el colegio cerró, así que en 4º año comenzamos a ir a la escuela pública, mi timidez y yo, cuando digo timidez era algo serio, no me animaba siquiera a pedir una goma de borrar a mis compañeros varones. Creo que fue un trauma que se generó cuando en jardinera una vez le dije a mi padre “Pablito es lindo” y me dijo de todo, pero por sobre todo aquella frase que me reitero unas cuantas veces con cara de enojado “las nenas no juegan con los varones”,
y bueno, me llevó algunos años pero finalmente superé ese complejo.
Es increíble como los padres influyen en sus hijos sobre todo cuando son muy pequeños, verdad? También me quedaron grabadas como parte de mi esencia cosas que agradezco, como por ejemplo “si no estudias no sos nadie” - “para ganar dinero hay que trabajar” - “las mentiras tienen patas cortas y solo dan problemas”.
Lo poco que ganaba papá lo hacía comprando bijouterie en el barrio de los judíos y luego las revendía en los quioscos, algunos días caminaba por todo Montevideo y no vendía nada, como testigos estaban aquellos zapatos perfectamente lustrados, con agujeros en la suela. Pese a todo, él nunca salía a la calle sin su camisa y corbata, y traje bien planchado, nunca lo vi vestir de otra forma, odiaba los jeans. Papá era muy intransigente en muchas cosas y también se había encargado de romper relaciones con toda la familia.
Ya casi al final de los años escolares y en adelante, las situación en cuanto a dinero fue crítica y vivíamos a salto de mata, nos desalojaron de la casa que alquilábamos, nos mudamos a otras casas de donde también nos desalojaban, fuimos a vivir con unos tíos y nuestros padres a una pensión, alguna vez ellos durmieron en la calle y no le contaron a nadie, pasamos una larga temporada de nuestra adolescencia donde algunos días se comía y otros no, y otros días comíamos algún plato de comida que nos arrimaba un vecino, también pasamos un tiempo en que dormíamos en colchones en el piso, porque hubo que vender hasta los muebles. Nunca dejé de estudiar. Al terminar 3º de liceo, me anoté en el bachillerato técnico de Ayudante de Arquitecto, quería seguir arquitectura después en la facultad. Hubo un tiempo en que no se podía pagar la luz y hacía planos y tareas a la luz de una vela. Finalmente nos mudamos todos a la casa de una amiga de mamá.
Yo quería trabajar pero con menos de 18 años era difícil. En aquel tiempo estaban de moda los parches para ropa con los logos de los grupos musicales como AC/DC, Metallica, etc. así que compré tela y pintura y me puse a fabricar parches. Antes de entrar a estudiar, me daba una recorrida por las galerías del centro, por las disquerías, y trataba de venderlos, alguno que otro vendía y alguno me compraban mis compañeros de estudio. Igual no daba para nada, pero se sentía bien estar haciendo algo productivo.
Apenas cumplí 18 años me puse a ver los clasificados del diario y me presenté en un lugar donde pedían dibujante para taller de serigrafía, allá fui yo con mis planos y dibujos, y le insistí tanto al dueño que por favor me tomara, que trabajaría por lo mínimo, que a la semana me llamó. Seguía estudiando, los cursos técnicos de la UTU en aquel entonces eran de 4 años, y de las materias del último año, algunas se podían revalidar en facultad.
Papá estaba cada día más flaco y no había forma de convencerlo de ir al médico. Yo me había ennoviado con un chico de otro curso de la UTU con quien nos conocimos en una discoteca y nos terminamos comprometiendo. Mi padre se enfermó un día y en un par de meses falleció, no pude llorarlo hasta mucho tiempo después, en el trabajo quisieron darme licencia y me negué, necesitaba ocupar la mente en algo. Mamá se fue a vivir con mi hermana que por aquel entonces estaba en pareja. No nos quedó nada porque sencillamente no teníamos nada y papá no tenía aportes al BPS. Terminé el curso y no pude entrar a la facultad, era imposible compatibilizarla con un trabajo de 9 horas.
Con mis 20 años y estimo que un poco por inconsciente y otro poco por aferrarme a algo parecido a tierra firme me casé, ya por ese entonces había cambiado de trabajo y entre el sueldo de los dos nos daba para mantener los gastos de la casa, una casa pequeña, alquilada, pero prolija y con todo lo que una casa debe tener.
Yo seguía trabajando y aprendiendo todo lo que me dieran oportunidad de aprender en donde estaba. Así fue que un día el dueño de la imprenta trajo una computadora, era una Macintosh Classic de Apple, y me dijo: “te animás a usarla”? Desde entonces la empecé a usar como otra herramienta de dibujo y sencillamente me enamoré.
En 1992, a mis 23 años, nació Vanessa, mi primer hija, si algo tenía claro era que no podía faltarle nada.
Un año más tarde me contrataron en una agencia de publicidad donde llegué a ser encargada de arte, y donde aprendí muchísimo de cómo se maneja el trabajo creativo y las estrategias de medios. A mis 27 años decidí renunciar y trabajar en forma independiente, con algunos tropezones pero siempre siguiendo adelante y superando obstáculos.
A los 29 años me divorcié y a los 30 años conocí a Osvaldo, con quien seguimos juntos y tengo 2 hijas más: Ivanna y Antonella.
Por 1999 ya empezaba a sonar fuerte aquello llamado internet, y el trabajo creativo y de diseño gráfico se iba desvalorizando. Necesitaba aprender a hacer sitios web, mi intuición me decía que el futuro estaba allí. Hice un curso en un instituto que no voy a nombrar, pero es bastante popular en Uruguay, y lo terminé con la misma sensación que tendría uno si hace un curso de inglés y solo le enseñan a decir “Hello, my name is...” me faltaba aprender mucho más si quería dedicarme a esto en forma profesional. Así que empecé a recorrer foros, tutoriales y todo tipo de recursos que podía encontrar en internet con mi módem telefónico de 56 kb (qué tiempos aquellos). Realmente nunca se termina de aprender porque en la red todo cambia muy rápido. Hoy tengo un pequeño estudio que lo mantengo unipersonal, con una buena posición en las búsquedas de Google y lo más importante, con clientes satisfechos.
Me pregunto por qué escribí todo esto, tal vez tú si estás leyendo te preguntes lo mismo, que necesidad de dejar al descubierto todos los surcos que nos ha dejado una vida recorriendo esa ruta incierta.
No lo sé. Creo que me hacía falta recordármelo a mí misma y reafirmar que no tengo vergüenza, sino un profundo orgullo de lo que se puede hacer con voluntad, sentido común y perseverancia, y lo más importante sin dinero, sin influencias y sin capital alguno.
O tal vez para contarte a vos que tenés 20 años o menos, que de pronto no te falta nada en tu casa o te falta todo, que se puede progresar y alcanzar metas si estás dispuesto a transitar el camino con pasión y sin detenerte ante los obstáculos.
O también, tal vez para contarte a vos, que me ves bajar del auto y pensás que soy una veterana cajetilla, oligarca y no sé cuánta estupidez más, que no es oro todo lo que reluce y que hay muchas personas a las cuales nadie les regaló nada.
Sábado 15 de Octubre de 2011.
Romana Ferrer
Autodidacta. Webdesigner.
43 años. 3 hijas.
Votante de Pedro Bordaberry
No hay comentarios:
Publicar un comentario