El Dr. Tabaré Vázquez no tolera bien las críticas, vengan de donde vengan, pero las de sus propios compañeros le producen especial fastidio. Por eso, cuando algunos dirigentes frenteamplistas censuraron sus declaraciones acerca del litigio con Argentina y el pedido de apoyo a los Estados Unidos, la reacción del ex presidente fue irse, dando un portazo. “Ahora, ¡que me vengan a buscar!”, pensará. Y no se equivoca. A buscarlo irán. Frenteamplistas de todos los sectores irán en peregrinación a pedirle al Dr. Vázquez que vuelva al ruedo, tal como los aqueos le pedían a Aquiles que depusiera su cólera funesta y volviera a pelear contra los troyanos. Después de hacerse rogar lo suficiente para satisfacer su vanidad herida, el Dr. Vázquez retomará el ejercicio visible del liderazgo. Lo único que no se sabe es cuándo lo hará. Algunos politólogos estiman que se tomará más tiempo que Cris Namús, aunque menos que el Dr. Lacalle. Cuestión de esperar y ver.
Más allá de lo anecdótico, el episodio mentado por el Dr. Vázquez puso al descubierto ciertos datos básicos de la inserción internacional del Uruguay. Cuando el país se siente amenazado por alguno de sus grandes vecinos, solicita el apoyo de los Estados Unidos; lo solicita, y lo obtiene.
Así ocurrió en 1904, como oportunamente lo recordó estos días el Prof. Hierro López. La revolución nacionalista contra el gobierno de Batlle recibía armas y municiones desde Argentina. Se temía una intervención de ese país en el Uruguay, so pretexto de poner fin a la contienda fratricida. Ante esa situación el presidente Batlle instruyó al embajador uruguayo en Washington, Eduardo Acevedo Díaz, para que solicitara el envío de barcos de guerra estadounidenses al puerto de Montevideo con el fin de asegurar la neutralidad de los vecinos. La prensa dio publicidad al hecho. Inmediatamente, las presiones argentinas cesaron. Tiempo después, cuando cuatro buques norteamericanos recalaron en nuestro puerto, la guerra ya había terminado y la visita pasó inadvertida (en el libro de Milton Vanger sobre la primera presidencia de Batlle hay precisa información sobre este asunto).
En 1912 el Dr. Luis Alberto de Herrera publicó uno de sus libros más importantes, El Uruguay internacional. En esa obra, que analiza con rigor y profundidad lo que hoy llamaríamos la inserción externa del país desde el punto de vista político y diplomático, Herrera sostiene que Uruguay debe apoyarse en los Estados Unidos para resistir los eventuales embates de sus enormes vecinos. “Para el Uruguay reviste excepcional importancia la amistad de aquella gran potencia”, decía el Dr. Herrera refiriéndose a los Estados Unidos. Y continúa: “Una simple insinuación de Estados Unidos llamaría al orden a cualquiera de los vecinos que alentara, a nuestro respecto, veleidades enfáticas.” Va todavía más allá el líder nacionalista: “Pero, ¿y su imperialismo, se dirá? A esta altura de nuestro comentario ya sería eficaz responder: ¿acaso Argentina no lo gasta mucho más inquietante para nosotros y acera por medio?” (ver la obra citada, en la edición de la Cámara de Representantes de 1988, página 269).
Durante la Segunda Guerra Mundial, los grupos militares nacionalistas y fascistoides que instalaban y derribaban gobiernos en Argentina no ocultaban sus simpatías por la Alemania nazi, la Italia de Mussolini y la España de Franco. Uruguay, en cambio, era aliadófilo y abiertamente partidario de los republicanos españoles, ya derrotados y en el exilio. La situación produjo tensiones graves entre Uruguay y Argentina, que se prolongaron más allá del fin de la guerra. Tanto Amézaga como Tomás Berreta y Luis Batlle Berres pidieron el apoyo de los Estados Unidos para contener las fuertes presiones argentinas. En julio de 1944, por ejemplo, aviones norteamericanos sobrevolaron Concepción del Uruguay y Paysandú, después de que maniobras nocturnas de la Armada argentina frente a Fray Bentos suscitaran del lado uruguayo el temor a una invasión (ver al respecto el libro de Juan Oddone, Vecinos en discordia, Ediciones El Galeón, segunda edición, diciembre 2004).
Nada nuevo bajo el sol, pues. Tabaré Vázquez hizo lo que otros presidentes uruguayos hicieron antes que él, con la única diferencia –no menor, por cierto- de que abrió la boca a destiempo.
No nos sorprende que el tema moleste a quienes quieren a su propia patria menos de lo que detestan a los Estados Unidos, al punto de que prefieren soportar los desmanes argentinos antes que recibir el apoyo norteamericano.
Nosotros, en cambio, pensamos que Uruguay debe defender su independencia, y que como no puede hacerlo solo, debe buscar -y cultivar- “amigos poderosos y lejanos”. Desde hace más de un siglo, ese amigo ha sido el Tío Sam. Es bueno recordarlo, cada tanto al menos, para tener claro dónde estamos parados en el plano internacional.
(*) Abogado. Senador de la República. Secretario General del Partido Colorado
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