Cuando Perón regresó a la Argentina en 1972, luego de casi dos décadas de exilio, brindó una conferencia de prensa en cuyo transcurso se le preguntó por las fuerzas políticas que disputaban el favor de sus compatriotas. Mencionó a los radicales, a los socialistas, a los conservadores y a otros partidos menores, pero no hizo referencia al peronismo. Cuando un periodista le marcó ese aparente olvido, Perón contestó: "¡Ah, no! Es que peronistas somos todos".
Quienes seguimos la actual campaña electoral en la vecina orilla con cierta mezcla de morbo y perplejidad, bien sabemos que el general tenía razón. Un votante no peronista (¡y no le digo un antiperonista!) no tiene más opción que votar en blanco o anulado. Repasemos: Cristina es peronista; Duhalde es peronista; Rodríguez Saá es peronista (entre los tres, sumados, estamos hablando del 77% del electorado); pero también hay peronistas al lado de Alfonsín, Binner, Macri y Carrió. Sólo el pobre López Murphy se resistió a ser colonizado y así le fue…
Dentro del peronismo hay de todo. Desde los muchachos de La Cámpora hasta ex menemistas como Carlos Reutemann, Palito Ortega y Daniel Scioli. Históricos como Antonio Cafiero y recién llegados como el ministro Amado Boudou. Ex aliancistas como Chacho Álvarez y la ministra Nilda Garré y piqueteros proiraníes como Luis D´Elía y su tropa. Los gordos de la CGT con Moyano a la cabeza; y los del gremio de los gastronómicos con Luis Barrionuevo como apéndice. Pavos reales como Rafael Bielsa y Jorge Taiana y matones como los Fernández. Señores feudales como los Saadi de Catamarca y los Juárez de Santiago del Estero y afrancesados como el ex jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Jorge Telerman. Ex colaboradores de la dictadura como Domingo Cavallo y las madres y abuelas de plaza de mayo transformadas en parte del decorado presidencial. Intelectuales de izquierda como José Pablo Feinmann y francotiradores como Jorge Asís. Artistas como Leonardo Fabio y Fito Páez y payasos mediáticos como Jacobo Winograd y Ricardo Fort. Incalificables como Isabelita y Aldo Rico; Gatica y Herminio Iglesias; Firmenich y López Rega; Maradona y el padre Mugica. Principistas de izquierda y oportunistas de derecha. Ateos y religiosos. Socialistas y neoliberales. Millonarios y arribistas. Radicales y moderados. Profesionales e improvisados. En fin, un gran cambalache cuyo único punto en común es su adhesión a un señor que supo ser admirador de Mussolini, amigo de Trujillo, huésped de Franco, protector de criminales de guerra nazis, mentor de los Montoneros y padre putativo de la Triple A. Una pin-tu-ri-ta, ¿no?
Juan José Sebreli, uno de los pocos intelectuales argentinos que se atreve a llamar las cosas por su nombre, en su libro “Los deseos imaginarios del peronismo”, recuerda que Luchino Visconti decía que “el nazismo había sido una tragedia, el fascismo italiano una comedia; y el peronismo no fue más que una caricatura de la comedia mussoliniana; aunque no faltó por cierto el crimen, careció de la grandeza wagneriana de la maldad nazi”. Mejor definición, imposible.
Lo que antes se daba en forma alternada, ahora se da en forma simultánea. Antes, no hace mucho, el peronismo era una cosa y después otra. Algo así como una campera reversible. Iba cambiando de acuerdo a las modas y a los capangas de turno. Un tiempo era de derecha; al otro de izquierda. Ahora, eso cambio; es ambas cosas y muchas más al mismo tiempo. Un tenedor libre, en el que cada uno se sirve lo que más le gusta.
Es fácil prever lo que va a suceder dentro de un par de días. La presidenta, con el apoyo de EL -desde el más allá -y de su corte de alcahuetes -desde el más acá- será reelecta; y sus antiguos adversarios, derrotados, terminarán encolumnándose detrás de ELLA. La lógica del cuartel impuesta por el general es implacable, la llevan en la sangre: el que gana manda; y el que pierde, acompaña.
Para el peronismo reinante, ser políticamente correcto implica ser peronista. Adorar a Evita. Recitar de memoria “Las veinte verdades peronistas”. Citar al general. Cantar la marcha peronista al son de la voz de Hugo del Carril. Combatir el capital. Recortar la historia, tergiversarla, reinterpretarla… No hacerlo supone ser un antipatria. Un enemigo de la causa nacional y popular. Un gorila.
A medida que la presión aumenta, la población no peronista disminuye. Silenciada por la patota justicialista, no le queda otra más que traicionarse a sí misma y mimetizarse con sus adversarios. Es decir, ser lo que no son.
Si la cosa sigue así, dentro de poco van a tener que empezar a importarlos de algún país vecino. Sin gorilas, ¿a quién le van a echar la culpa de todo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario