Cambia, todo cambia... De los tiempos en los que ser de izquierda suponía estar en contra de los EEUU, pintar en las paredes “yanquis go home” y despotricar contra el imperio, ya no queda nada. El último lugar común que definía a los puros (perdón, debí decir el penúltimo: todavía les queda Cuba), se vino abajo. Y con él, más de una estantería.
Las recientes declaraciones del ex presidente Tabaré Vázquez, señalando que pidió ayuda a su par de Estados Unidos, George Bush, ante la posibilidad de un conflicto bélico con Argentina por la ex Botnia, puso al descubierto no sólo su extraordinario pragmatismo sino también la indolencia de Brasil y nuestra absoluta indefensión frente a la prepotencia de un vecino diez veces más grande que nosotros. Pero eso no es todo. Semejante confesión es una fortísima y certera pedrada en el imaginario de izquierda. Que un presidente del Frente Amplio, el primero, haya solicitado ayuda al más belicista de los gobernantes norteamericanos de las últimas décadas supone una genuflexión que el ala dura seguramente jamás se hubiese imaginado.
El filósofo liberal Jean François Revel decía que en un mundo desideologizado, sin convicciones firmes, ni proyectos colectivos que movilicen a las masas la certeza de ser de izquierdas descansa en un criterio simple, al alcance de cualquier individuo: ser, en todas las circunstancias, de oficio, pase lo que pase y se trate de lo que se trate, antiamericano. Dicho por un francés que no lo era, el concepto tiene un valor especial. Los uruguayos, siempre nos sentimos más cerca de Francia que de Estados Unidos. “La latinidad nos hizo franceses honorarios”, escribió el mexicano Carlos Fuentes. Nos dio sentido de pertenencia y un espejo en el cual mirarnos. Rodó mediante, siempre vimos al coloso del norte como la encarnación mal, como una fuerza ruin y materialista que era mejor tener lejos que cerca. Es decir, como la antítesis de nuestra América Latina virginal y desamparada, sometida a los desbordes de su voracidad sin fin. Si la idea no estaba clara, a principios de los setenta, el bueno de Galeano nos regaló “Las venas abiertas de América Latina”, en el que nos explicó que primero fuimos víctimas de los imperios coloniales (España y Portugal) y luego de los imperios británico y estadounidense. Por tanto, sólo nos quedaba mirarlos de reojo y recriminarles sus reiterados abusos.
La izquierda uruguaya se formó leyendo a Rodó, a Galeano y a sus continuadores. Se hizo antiimperialista desde la cuna. Las nuevas generaciones se iniciaban quemando banderas de la unión y tirando piedras a la embajada americana. Incluso algunos tomaron las armas en contra del “imperio” y en favor de la revolución socialista. Decenas de personas murieron en nombre de esas banderas. Hasta que un día, todo cambio. Curiosamente, cuando las urnas –y no las armas- les dieron el gobierno, decidieron arriarlas. Negociaron con el FMI. Brindaron con el Banco Mundial. Se fotografiaron frente a la Casa Blanca. Se besaron con Condoleezza y le palmotearon la espalda a George W. Bush. Las cosas cambiaron, ¡y vaya si cambiaron!
Dentro de pocos días, el ex presidente Vázquez será el orador principal del acto que realizará el Partido Comunista en la plaza 1º de mayo para celebrar los 91 años de su fundación. Sería bueno que a la luz de los hechos, les avisara a sus socios más escorados a la izquierda, como sucede cada tanto con esos combatientes japoneses que desde hace décadas se mantienen firmes en la defensa de alguna recóndita isla del Pacífico: camaradas, la guerra ha terminado.
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