El SEMANARIO RECONQUISTA es el órgano de prensa de la Agrupación Reconquista del Partido Colorado, fundado por Honorio Barrios Tassano y Carlos Flores. Director Prof. Gustavo Toledo.

sábado, 25 de agosto de 2012

El Uruguay a pedal


Por Gustavo Toledo

Uruguay, por muchas razones, se parece a una bicicleta. Pero no a cualquier bicicleta, sino a una de esas largas de cuadro rectangular con tres millones y pico de asientos, y apenas dos pedales. Aunque cueste admitirlo, nuestra principal dificultad como nación está allí, a la altura de los pies. Sucede que no pedaleamos todos juntos ni al mismo tiempo, o, si usted prefiere, para decirlo en términos deportivos: no jugamos en equipo.

De hecho, sólo algunos pedalean; y los demás, se dejan llevar. Eso sí: cuando hay una “bajadita” (aumento de los precios internacionales de las materias primas, incremento coyuntural de las exportaciones, etc.) levantamos las piernas y nos tiramos gustosos, sin pensar en el después.

Suponemos, con esa imperdonable mezcla de ingenuidad y engreimiento que caracteriza a nuestra idiosincrasia nacional, que el pelotón siempre nos va a esperar y que los punteros, tarde o temprano, van a pinchar o a tener algún revés que los ponga a nuestro alcance. No buscamos ponernos a su nivel apelando a nuestro esfuerzo sino, por el contrario, a que ellos se pongan al nuestro. No nos resignarnos a ser uno más del montón, es cierto, y no está mal que así sea, pero mantenemos la marcha de siempre, sin hacer nada para tomar la delantera. Duele aceptarlo, pero “dejarnos estar” forma parte de nuestra forma de ser.

Mientras tanto, por más que atrasemos los relojes, el tiempo pasa y el enamoramiento por el statu quo sigue intacto. No avanzamos, apenas hacemos equilibrio para no caernos. ¿Por qué? Porque no tenemos claro hacia dónde vamos, ni mucho menos hacia dónde queremos ir.

Nos guste o no, el tiempo se nos va y con él nuestras oportunidades de llegar a algún lado. Como sociedad, ya deberíamos haber entendido hace mucho que si no pedaleamos todos juntos en la misma dirección, terminamos fuera de carrera. Pero todavía no nos cayó la ficha, posiblemente porque aún no hemos advertido que uno de nuestros peores males es esa suerte de cortoplacismo autocomplaciente que nos impide hincarle el diente a los problemas (reales). Tendemos a atarlo todo con alambre, a emparchar y a seguir andando. Dilatamos indefinidamente las soluciones (reales), pateándolas para más adelante, como quien barre bajo la alfombra, a la espera de que alguien -un mesías, un iluminado, un salvador- en algún momento, se haga cargo. No hay planes con vistas a futuro, ni mirada prospectiva de ninguna clase. Sólo enunciados y buenas intenciones. Sólo lugares comunes y promesas de grandes cambios para algún día, pero no hoy, ni mañana, ni pasado mañana, sino, simplemente… algún día.

Nuestra intelectualidad –por llamarla de alguna manera- brilla por su ausencia de ideas y nuestra casta gobernante chapotea alegremente en la cuneta del voluntarismo, sin tener conciencia siquiera de dónde está parada. Pocos plantean desde “arriba” qué modelo de país quieren construir para dentro de quince, veinte o treinta años. Y quienes sí lo hacen, más que pensar en el futuro están pensando en el pasado. Hasta nuestros revolucionarios de antaño desistieron de sus sueños de redención colectiva: los más fieles se parodian a sí mismos, encerrados en sus mausoleos particulares, y los otros, los “pragmáticos”, sólo aspiran a la comodidad burguesa de un carguito público. Todo es aquí y ahora. Todo está signado por un oportunismo corporativista, cuando no lisa y llanamente individualista, sin norte ni brújula, que nos hace girar en círculos concéntricos cada vez más pequeños.

Quizás por todo eso, enamorados del statu quo, contemplándonos constantemente en el espejo del ayer, los uruguayos guapeamos con un par de mallas oro ganadas en el pasado -cuando sí nos animábamos a afrontar riesgos-, confiados de que esos viejos laureles convertidos ahora en fetiches anacrónicos van a abrirnos mágicamente las puertas del futuro y al mismo tiempo conformar nuestro ego huérfano de éxitos propios.

Pero, ¿sabe qué?... El mundo no es tan nostálgico, ni generoso como nos gustaría que fuera. No da ventajas. Es más, ni siquiera nos registra. Basta con hacer un cálculo al alcance de cualquier niño en edad escolar para constatar que representamos apenas el 0,055% de esos casi siete mil millones de ciclistas que circulan en este cada vez más congestionado Planeta. O sea, una gota en el océano; el equivalente, en términos estadísticos, a muchísimo menos que un error de redondeo y en términos estrictamente demográficos a un barrio mediano de alguna ciudad de China o la India.

Nuestra dimensión nos impide darnos el lujo de vivir en Babia, sin proyectos ni estrategia a largo plazo. Si no lo entendemos de una buena vez, si no empezamos a mirar hacia delante sin miedos ni aprensiones, promoviendo los cambios que hacen falta y pedaleamos todos juntos en la misma dirección, no sólo vamos a perder la carrera sino que hasta podemos llegar a perder la bicicleta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

perfecta descripcion...me encanto

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