Dos hechos recientes, destacados –apenas- por un sector de la prensa no inventariada, confirman mis temores: el Uruguay se desliza por el tobogán de la intolerancia hacia un régimen fascista. Sin un “putsch” que le abra la puerta. Sin camisas negras que recorran las calles sembrando el temor. Sin proclamas que levanten sospechas. De a poco, en pequeñas dosis, bien a “la uruguaya”. Casi sin que se note, ¿vio?
Uno de ellos tuvo como escenario a la Universidad de la República; el otro, a la Junta Departamental de Montevideo. Ambas instituciones -¡oh casualidad!- regenteadas por la misma gente…
En el primer caso, el Consejo de la Facultad de Derecho se negó a designar como Profesores Eméritos de esa casa de estudios a los catedráticos Daniel Hugo Martins y Mariano Brito.
De un total de 12 miembros, sólo siete dieron su visto bueno a la iniciativa, pero para ello se requiere una mayoría especial de ocho votos. Los representantes de la izquierda universitaria –docentes y estudiantes- se negaron a acompañar la propuesta, por lo que ésta naufragó. ¿Por qué? Porque esos dos destacadísimos docentes y profesionales, intachables desde todo punto de vista, dictaron clases en universidades privadas y participaron de un gobierno "de corte neoliberal". Sí, así como lo lee… ¿Se acuerdan cuando en la dictadura se le asignaba categorías a la gente, de acuerdo a sus antecedentes y proximidad al régimen; y en función de esas categorías se concedían libertades y privilegios a “unos” y castigos y restricciones a “otros”?
En el otro caso, la mayoría frenteamplista en la Junta Departamental de Montevideo anunció que denunciará penalmente a la edila colorada Viviana Pesce por las declaraciones que realizó recientemente al diario El País. ¿Qué fue lo que dijo esta señora que enardeció tanto a los figurines de la divisional B? Simplemente criticó la modalidad de “modificaciones cualificadas” de la Intendencia, mediante la cual la comuna autoriza a construir con mayor altura, o mayor ocupación del suelo de lo permitido, a cambio de dinero. "Estas excepciones a las normas vienen precedidas de informes de comisiones que pueden estar basados en elementos subjetivos, o en influencias o lobbies que puedan realizar los interesados", deslizó la edila.
Me pregunto, y les pregunto: ¿qué pasó con la libertad de expresión? ¿Y con la función de contralor de la minoría? ¿Acaso no son derechos amparados por nuestro orden constitucional? ¿Será que el oficialismo es incapaz de responder las interrogantes y críticas de la edila con razones y argumentos de peso? ¿O será que no tiene otra opción más que recurrir a una denuncia penal para amedrentar a la oposición y disuadir futuras críticas en ese orden? Si es así, mala tos le siento al gato…
Desde hace mucho tiempo, señales como éstas, y otras tantas, vienen indicando cual es el camino que –mansamente- venimos transitando. En muchos casos, se trata de episodios caseros, a los que, por repetidos, les restamos trascendencia. Preferimos, por comodidad, mirar para el costado y desentendernos de esos “problemitas”. Total, ojos que no ven...
Que el Paraninfo de la Universidad se haya vuelto una suerte de “salón de fiestas” para cierta fuerza política y sus asociaciones afines, nunca fue motivo para que nuestros prohombres se interesaran en el asunto y exigieran explicaciones, ¿verdad?
Que en la educación pública, un docente, y otro, y otro más, entren al aula con sus materas transformadas en instrumentos de propaganda política, nunca le quitó el sueño a nadie, ¿verdad?
Que las murgas, los grupos folclóricos y hasta los humoristas se hayan convertido en instrumentos de descalificación de “unos” y exaltación de “otros”, y éstos – ¡para colmo!- estén financiados con dineros públicos, nunca nos pareció razón suficiente como para dejar de ir al tablado o a las peñas folclóricas, ¿verdad?
Que las ONGs y las asociaciones civiles estén copadas por los elementos más “sensibles” y “comprometidos” con determinadas “tendencias”, en detrimento de personas de otras “confesiones”, independientes o no alineados, muchas veces impedidos de ingresar por su “origen” o, una vez adentro, echados en forma más o menos “sutil” por “herejes”, nunca alarmó a nadie, ¿verdad?
Que las oficinas y dependencias públicas se hayan convertido en cotos de caza de una fuerza política y de sindicatos fuertemente ideologizados, nunca nos pareció algo excesivamente grave ni digno de alarma, ¿verdad?
Pues bien, así, ante nuestros ojos, con nuestro silencio cómplice, con nuestra permisividad transformada en consentimiento, fueron tomando nuestra cultura, nuestro Estado y hasta nuestra conciencia.
Los que no adscribimos -ni activa ni pasivamente- a ninguna de las muchas variantes del marxismo criollo, nos transformamos en ciudadanos de segunda. En parias dignos de ser corridos a escobazos de cuanto espacio estemos ocupando por derecho propio. Somos, para ellos, una caterva de necios, ignorantes, sátrapas y delincuentes incapaces de ver la “luz” y de reconocer la naturaleza purificadora que entrañan la hoz y el martillo.
Una línea invisible nos separa: de un lado, ellos, los “buenos”, y del otro, nosotros, los “malos”. A los primeros, todo; a los segundos, ni la hora. Si eso no es fascismo, ¿que alguien me explique qué es?
Puede sonar exagerado, y hasta desubicado, señalar una cosa así, en tiempos de bolches solidarios y tupas buenos, pero, créame, no lo es. Tengo claro que los partidarios del “no pasa nada” me tildarán de alarmista, chicanero, tirabombas y vaya uno a saber cuántas cosas más. No me importa. Estoy en paz conmigo mismo. Me limito a tomar nota de lo que veo, a analizar los hechos y a sacar mis propias conclusiones. Sé que eso, hoy por hoy, no está bien visto. Decir algo en contra del régimen, poner en duda las decisiones que bajan de las alturas, plantear alternativas, leer la historia en función de los hechos y no de las interpretaciones antojadizas que nos obligan a creer y a repetir, es penado de mil maneras.
Pero, ¿saben qué?, no me resigno a ser parte del rebaño; y si me obligan a mezclarme con el resto, a vestirme igual que ellos, a no levantar la cabeza para que no me pasen la aplanadora por encima, para que no me hostiguen con demandas penales o me nieguen reconocimientos que me gané en base a mis talentos y virtudes como dice la Constitución de la República, yo, como buena oveja negra, pienso seguir balando fuerte y a mi manera.
Por lo menos, a ese derecho no pienso renunciar.
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