El SEMANARIO RECONQUISTA es el órgano de prensa de la Agrupación Reconquista del Partido Colorado, fundado por Honorio Barrios Tassano y Carlos Flores. Director Prof. Gustavo Toledo.

miércoles, 23 de marzo de 2011

El Uruguay y sus problemas. La emergencia demográfica.

Por Prof. Gustavo Toledo

Semanas atrás, el presidente de la República, José Mujica, reflexionó en su audición radial de M24 sobre el Bicentenario y las bondades y dificultades que, a su juicio, presenta nuestro país con relación a la región y el mundo.

Nuestra natalidad es bajísima y tal vez estratégicamente este es nuestro mayor problema, subrayó en esa oportunidad. Luego, señaló que la educación es nuestro gran segundo problema, grave e importante y puso como ejemplo, para ilustrar su afirmación, que los asiáticos dictan alrededor de 240 clases al año mientras los uruguayos nos aproximamos apenas- a las 155.

Además, reconoció que no nos matamos trabajando en términos generales aunque siempre existen excepciones y siempre nos las ingeniamos para lograr fines de semana largos.

Debo confesar que nunca coincidí tanto con el presidente de la República como en esta ocasión. Nuestros tres grandes problemas son esos y en ese orden: baja natalidad, baja calidad educativa y baja productividad. Un combo explosivo, si los hay, cuyos resultados están a la vista.

Por cierto, Mujica no descubrió la pólvora. Estos problemas, entre muchos otros, están esperando solución desde mucho antes que él llegara al poder. Es más, ya los conocía presumo- cuando su antecesor le calzó la banda presidencial hace casi un año. Lo que el presidente hace -y acierta en hacer- es poner la lupa sobre ellos. Quizás, gracias a su señalamiento, nuestra sociedad tome conciencia de que debe reclamarle a las autoridades, empezando por el vértice superior de la pirámide institucional es decir, el mismísimo presidente- que tomen cartas en el asunto y pongan -¡cuanto antes!- manos a la obra.  

Si la excusa del Bicentenario es la oportunidad para hacerlo, bienvenida sea.

BOMBA DE TIEMPO. A mediados del pasado mes de enero, el diario El Observador realizó un informe especial sobre la emergencia demográfica que enfrenta nuestro país y pocos, aparentemente, quieren ver. La nota comienza sintetizando el problema con extrema claridad: Dos palabras resumen la demografía uruguaya: pocos y viejos. Los números muestran un notorio descenso de la cantidad de nacimientos y del nivel de fecundidad así como también de las defunciones.

De acuerdo al informe, la actual tasa bruta de natalidad (TBN) es inferior a 15 por 1.000, mientras que la tasa bruta de mortalidad (TBM) es de 10 por 1.000. La diferencia entre ambas tasas refleja el magrísimo crecimiento de nuestra población, sólo comparable al de los países europeos o el Japón, pero sin los recursos que ellos poseen.

De acuerdo a los números, este fenómeno no es parejo. No afecta a toda nuestra sociedad por igual. ¿Saben ustedes en qué sector se reproduce mayoritariamente nuestra sociedad? En el más vulnerable de todos. Cerca del 40% de los niños que nacen en este país -¡nuestro país!- lo hacen por debajo de la línea de pobreza. ¡Sí, cerca del 40%! Asimismo, según el INE, el número de hijos está relacionado al nivel educativo de las madres, por lo que los valores oscilan entre 3,5 hijos para quienes no terminaron la escuela y 1,45 para quienes completaron estudios universitarios. Preocupante, ¿verdad?

Y como la expectativa de vida es alta -77 años, según la Cepal; y alcanzará los 81 en el 2040-, nuestra población no sólo no crece sino que además… ¡envejece! Actualmente, hay 21 pasivos por vejez (son 60 si se incluye a los menores de 15 años) cada 100 activos y una población mayor de 60 años aproximada de 600 mil personas (17,5% de la población); para el año 2050, se calcula que alcance… ¡el millón de uruguayos!

A todo esto hay que agregarle la sangría incesante de la emigración. La cifra impresiona: a los largo de la última década, 146.000 uruguayos partieron a través del aeropuerto de Carrasco y no regresaron. Para hacernos una idea de la magnitud de esa cifra, tengamos en cuenta que la población actual del departamento de Maldonado se estima en 140.000 personas.

Pongámoslo en negro sobre blanco: si sumamos a la bajísima tasa de natalidad que tenemos, que nuestra sociedad crece en su franja más vulnerable, que la emigración nos priva de una porción importantísima de nuestros compatriotas más jóvenes y mejor calificados, que la población pasiva crece (y con ella la demanda de servicios sociales) mientras disminuye la cantidad de trabajadores activos (que banca esos servicios sociales), estamos indudablemente frente a una bomba de tiempo. ¡Está en juego el futuro y la viabilidad del país y nuestros gobernantes están en Babia discutiendo sobre cuestiones coyunturales y en general anecdóticas! ¿Acaso no tienen sentido de la urgencia? ¿O no son conscientes de esta espada de Damocles que pende sobre nuestras cabezas?

POBLAR, EDUCAR, PRODUCIR. Juan Bautista Alberdi lo tenía claro. Para países jóvenes como el suyo (Argentina) o como el nuestro -no tan pequeño como algunos piensan-, en los que sobra espacio y faltan brazos, gobernar es poblar. Domingo Faustino Sarmiento, fiel al espíritu que lo hizo grande, agregó: gobernar es educar. Ciertamente, una cosa no excluye a la otra. Por el contrario, ambas van de la mano, se complementan. Poblar no significa sólo atraer personas de otros rincones del Planeta o estimular a que éstas se reproduzcan para que ocupen una porción de suelo, cultiven la tierra o contribuyan de algún modo a la generación de riqueza sino también instruirlas, educarlas, hacerlas partícipes de la civilización.

Alberdi y Sarmiento no sólo tenían razón sino que además veían lejos. Sabían que su país tendría futuro siempre y cuando atendiera esos dos aspectos. Y así fue, durante algo más de medio siglo, hasta que los argentinos decidieron lanzarse a la búsqueda de atajos (el primero fue el golpe de Uriburu en 1930, al que luego le siguieron una docena de intentos de refundación nacional, golpes de Estado, gobiernos populistas, etc. que sumieron a la Argentina en el desquicio y la pobreza). Así se cortó el ciclo de expansión y crecimiento del país que estaba llamado a ser potencia. Así, los que antes venían, comenzaron a irse y la educación que había sido modelo para la región, se transformó en motivo de vergüenza nacional.

Nuestro país, en menor escala, siguió ese mismo derrotero. Partiendo de la nada, se constituyó en poco tiempo en un prodigio de civilidad y progreso. En un pequeño país-modelo, como quería el viejo Batlle y buena parte de sus contemporáneos. El camino fue duro y empinado, es cierto, pero el norte estaba claro y hacia allí confluyeron los esfuerzos de (casi) todos.

El punto de partida no pudo ser peor. Alberto Zum Felde describe el paisaje de aquel lejano Uruguay a inicios de su vida independiente del siguiente modo:

Es este un país semi-desierto sin alambrados y sin caminos; sin agricultura que cree hábitos sedentarios y pacíficos, al mismo tiempo que intereses conservadores; sin más vías ni medios de comunicación que el caballo y la carreta; con costumbres musculares y púgiles generadas por las faenas pecuarias; sin más centro de asociación que la pulpería, ni más autoridad reconocida que la del caudillo. La acción de la autoridad legal casi no puede ejercerse en ese desierto, con tan largas distancias cortadas de montes y serranías. La comisaría y la escuela, los dos órganos de la civilización de la ciudad, son escasos, están dispersos, perdidos en vastas zonas, no alcanzan a ejercer influencia sensible.

Ese desierto de apenas 74.000 habitantes, sin hábitos sedentarios y pacíficos (entre 1832 y 1904 se sucedieron casi 70 revoluciones, motines y levantamientos armados) ni comisarías y escuelas (en 1850, por tomar una fecha, el país contaba con apenas 32 escuelas), fue nutriéndose de sucesivas oleadas migratorias (franceses, españoles, italianos, etc.) a las que le debemos lo que somos. Eso que Darcy Ribeiro llama pueblo trasplantado y Borges resumía en una frase brillante: los rioplatenses somos europeos en el exilio.

Es innegable que la inmigración europea tuvo gran importancia para nuestra conformación demográfica, económica y cultural (no sólo trajo consigo inversiones e innovaciones tecnológicas sino también las costumbres, tradiciones y valores que le permitieron al Uruguay  incorporarse al mundo civilizado).

Así, hacia 1860 aquel núcleo humano se había multiplicado por tres, hacia 1890 por nueve y hacia 1930 por veintidós. No es casual que esto haya sucedido de ese modo. A lo largo de ese período, comprendido entre la llamada Revolución del Lanar y la Crisis de 1929, nuestra economía creció de la mano de un modelo agro-exportador abierto al mundo. Pero esa apertura no fue sólo económica sino también cultural. La Reforma Vareliana no sólo es el mejor ejemplo de ello sino también su buque insignia. Ese Uruguay, en ciernes, buscaba fuentes de inspiración en Europa y Estados Unidos. Copiaba lo mejor, aplicándolo generalmente- con criterio e inteligencia.

A partir de 1929, los vientos de la historia cambiaron. A la cerrazón económica le siguió la cerrazón cultural. Nos convencimos de que como el Uruguay no hay, y empezamos a rodar cuesta abajo. Comenzamos a resolver nuestros problemas a la uruguaya (es decir, pateándolos hacia adelante, ocultándolos, negándolos y, a menudo, agravándolos). Entre la crisis del 29 y la crisis de finales de los cincuenta, vivimos sin rumbo, subidos primero a la balsa salvadora de la Segunda Guerra Mundial y luego a la de la Guerra de Corea que nos permitieron levantar coyunturalmente- nuestras exportaciones, convencidos de que encerrados, alimentando una industria cara y obsoleta, y contemplándonos el ombligo, podíamos vivir mejor. Creímos, tontamente, que esos ramalazos de prosperidad nos harían volver el tiempo atrás. ¡Grave error!

A la ilusión le siguió la decepción y el desconcierto. La cerrazón económica y cultural se agravó. Cayó la Universidad en manos de los seguidores de Gramsci, que, rápidamente, colonizaron murgas, orquestas, elencos teatrales, periodistas, círculos literarios y artísticos, historiadores, oficinas públicas...  Rotaron los partidos políticos en el poder, luego de décadas de predominio colorado. Apareció la guerrilla y con ella la violencia armada. La economía se estancó, y, lo que es peor, nos acostumbramos a vivir recluidos en el circulo vicioso de la resignación y la nostalgia, atados a un tiempo que se nos fue. Así, poco a poco, sin hacer nada, en menos de medio siglo, logramos la proeza de expulsar  la friolera de 600.000 uruguayos. ¡Sí, 600.000! Por falta de oportunidades y horizontes. Por no tener claro lo que fuimos ni mucho menos lo que queríamos ser.

¿A DÓNDE VAMOS? Si bien es fácil coincidir con Mujica en el diagnóstico que hizo de los problemas que afectan a nuestro país, y en el orden en el que los planteó, resulta bastante más difícil compartir las soluciones que propone, si es que se le puede llamar de ese modo a los anuncios rocambolescos que suele hacer o a los arrebatos voluntaristas que caracterizan a la mayor parte de sus colaboradores aún en cuestiones tan trascendentes como éstas.

Supongo que a esta altura de los acontecimientos ya todos tenemos claro que nuestro presidente no sabe lo que quiere, pero lo quiere ya. Como a los niños, la novelería lo mata. Vive haciendo zigzag, yendo y viniendo todo el tiempo, sin que su gestión muestre un norte, salvo el que sus antiguos delirios anarco-marxistoides dejan entrever. Un día se levanta con la idea de importar campesinos ecuatorianos, al otro de atraer peruanos calificados y no marineros de tercera (sic) o peruanas con fama de ser muy buenas, honradas y dóciles (sic). A la semana, le vuelve la idea de que imitemos a los Kung San que no viven para trabajar sino que viven para vivir (sic), a la otra que sigamos el ejemplo de los chilenos y a la siguiente de que nos volvamos una copia de Finlandia.

Se quiere estimular la natalidad, repatriar uruguayos y atraer extranjeros capacitados con promesas de paisajes bucólicos y engañapichangas. ¡Pamplinas! ¡Es imposible que podamos transformarnos en destino de alemanes, japoneses, holandeses, chilenos, coreanos o españoles, cuando nuestros connacionales siguen yéndose año tras año por miles! Para que las cosas cambien, y vuelvan a ser como fueron antes, tenemos que abrirnos al mundo, volver a ser una sociedad abierta, con una educación de calidad. Debemos terminar con los prejuicios y aprensiones que nos atan a modeles perimidos y reencontrarnos con aquel Uruguay que atraía a los extranjeros dándoles oportunidades y le daba a sus hijos la posibilidad de progresar en base a su esfuerzo personal. Hoy, en plena revolución tecnológica, seguir jugando al achique es condenarnos a la frustración y al fracaso.

Si no abrimos la cabeza de una buena vez y nos integramos al mundo, desaparecemos. Así de simple.

gustl@adinet.com.uy

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