Por Prof. Juan Martín Sánchez (*)
La idea de los laberintos siempre ha resultado atractiva para la gente, lo demuestra la maravillosa película “El laberinto del fauno”. En realidad la idea de laberinto es muy vieja en la cultura occidental. ¿Cómo olvidar el celebre mito griego de “Teseo y el minotauro”, en el cual el héroe ateniense Teseo, para salvar a su pueblo del rey cretense Minos, debe entrar al laberinto y matar al monstruoso minotauro?
La historia es muy vieja y conocida; como es sabido, Teseo, con la ayuda de Ariadna -hija de Minos- consigue cumplir su cometido y acabar con el monstruo; es también sabido que el héroe griego comete excesos que le provocan luego grandes desgracias(es un tópico común en la mitología griega que el héroe sea castigado por su soberbia).
Ahora ejemplos de laberintos y soberbias no hay que buscarlos sólo en la Antigua Grecia, acá tenemos y muchos. Los laberintos existen y no siempre son materiales, y pueden explicar parte de la crisis identitaria que sufre la izquierda Uruguaya, un proceso de mutación cultural, que de tener éxito sería un pasaje de ida hacia el reformismo, pero, claro, todo ello depende de que tan fuertes sean los laberintos ideológicos.
La izquierda uruguaya (como la latinoamericana toda) desde los años 60, se fue formando en una visión del mundo que tomando diversos aportes, confluyó en la creación de una cultura contestataria a la dominante. Así marcharon a la coctelera, las teorías de los marxistas clásicos, las visiones leninistas, la producción teórica de las revoluciones rusa y china (Mao tuvo su influencia con la convicción de que las vanguardias revolucionarias provenían del campesinado, más que de los obreros, ideas que podían ser más entendibles en sociedades preindustriales como las del Tercer Mundo), el dependentismo económico, etc. Así, pues, la izquierda latinoamericana muy intelectualizada fue capaz que crear una contra-visión del mundo, opuesta al capitalismo, al imperialismo y, de paso, al liberalismo y a la democracia (la que se entendía como “burguesa”).
Nuestra izquierda, en concreto, cobró vigor en los años sesenta, creció y se desarrolló bajo el influjo de todas estas tendencias; los viejos socialismo y comunismo uruguayos, cobraron nueva vida. De allí emergieron dos vertientes, una más “formalista” y respetuosa de los caminos institucionales (aunque también influenciada por el socialismo), y otra “revolucionaria”, que tomó las armas sin importar si las “condiciones objetivas” para la revolución existían o no; las condiciones importaban poco(decían los tupas), “las mismas se crean luchando”. No importaba, por tanto, la naturaleza del gobierno capitalista (democrático o no) que se enfrentara, había que tomar el tren del socialismo, internacionalizar la lucha, radicalizarla, sin importar sus costos; tampoco importaba qué opinaran las mayoría, los supuestos “beneficiarios” de esas luchas (90% de los uruguayos votaban pos los partidos tradicionales, el resto por una variopinta colección de partidos). Ya conocemos el final de aquella historia; guerrilla, autoritarismo y dictadura fueron el epilogo de aquella “aventura” revolucionaria, la que el propio “Che” había desestimado en su visita a Uruguay a principios de los sesenta.
Quienes hoy gobiernan gran parte de los países de la región, y al propio Uruguay, se formaron en esa cultura contestataria, que creció con la Guerra Fría, el conflicto en Vietnam, que vivió y tuvo sus esperanzas en la Revolución Cubana, que escuchaban a Silvio Rodríguez y a Zitarroza, leían a Benedetti, Galeano y Neruda, muchos de ellos fueron jóvenes que abrazaron la esperanza en un mundo nuevo, en la Revolución y el Socialismo, tomaran o no las armas. Esa fue su fe, y su “pasión revolucionaria”(al decir de Furet). Poco importaban los debates en torno a la democracia, los derechos humanos o las instituciones; poco importaban las ideas concretas, la revolución lo seria todo, liberaría a la humanidad. No se trataba de discutir cambios graduales, no era el tiempo de la socialdemocracia, mala palabra sin duda en el corazón rebelde de muchos de esos jóvenes.
Así, pues, generaciones de jóvenes se formaron en una contracultura, como los jóvenes del Norte, con la diferencia que mientras aquellos predicaban el “amor libre”, la paz y la “revolución cultural”, los del sur se formaron con el Socialismo y la Revolución, discursos más adecuados a las apremiantes realidades del Tercer Mundo. Esa contracultura incluía todo un relato de buenos y malos, victimas y victimarios, y hasta la Historia Nacional fue reescrita con esas pautas.
¿Y qué paso después con esos jóvenes? Como a todos el reloj biológico les jugó en contra, los años pasaron y la Historia siguió otro curso. Menos de treinta años después, la profecía revolucionaria se esfumó, dejando tras de si el fracaso absoluto, y el horror del Stalinismo, el Maoísmo, los campos de exterminio de Pol Pot, el horror de todos los regímenes totalitarios del otro lado de la cortina de hierro; también, de paso, la globalización económica barrió con las fronteras nacionales, y el capitalismo lejos de vivir tiempos de agonía, se desarrolló con impulso. Para sorpresa de muchos intelectuales de izquierda el mundo del post-comunismo siguió pautas muy distintas, renació con fuerza el nacionalismo y las luchas étnicas, y religiosas, así el “opio de los pueblos” resultó mas fuerte que la ideología, y ocupó el lugar de las ideologías, dando nuevos significados a la barbarie de la guerra.
A pesar de los evidentes e innegables cambios en la Izquierda uruguaya de los últimos años, es igualmente fuerte la persistencia de visones trasnochadas, que cada dos por tres salen a la luz, es imposible olvidar, que durante nuestra crisis diplomática con Cuba, la ex senadora Marina Arismendi realizaba toda clase de piruetas conceptuales para intentar demostrar que Cuba es otro modelo de democracia alternativa(y mejor, por supuesto) que el que tenemos en Uruguay, con una argumentación donde comentaba la dicotomía sesentista de democracia burguesa vs democracia popular, con un evidente olor a naftalina, claro. Similares actitudes se tomaron en el parlamento donde la actual bancada oficialista(en bloque y si disidencias) voto a favor de la dictadura cubana. Ejemplos de ello abundan, y no es necesario recordarlos aquí, pero lo que si hay que cuestionarse es hasta qué punto la izquierda uruguaya procesó con éxito su conversión en un partido socialdemócrata. ¿Esa conversión es total o aún existen resistencias? En años recientes el politólogo Adolfo Garcé (2006) publicó “Donde hubo fuego”, en este trabajo centrado en la evolución del MLN a la vía electoral, se demuestra cómo, incluso, en fechas tan recientes como 1994 muchos dirigentes del MLN-Tupamaros pretendían volver a la lucha armada en el Uruguay ya que, según entendían, la democracia uruguaya es una democracia burguesa, o dirigentes históricos del MLN diciendo que la etapa electoral es sólo una táctica, y que el objetivo sigue siendo el mismo, es decir “el Socialismo y la Liberación Nacional”, lo que deja mucho margen para pensar.
Estos son los dilemas existenciales de la izquierda. Aquí de lo que se trata es de la identidad, del sentido de la existencia misma. El parto de la socialdemocracia, si se hace, se hará con esfuerzo y dolor, es por ello también que cuesta tanto conciliar con el Liberalismo y Occidente, mientras muchos de los dirigentes históricos del FA, y sus intelectuales orgánicos sigan presos en sus laberintos sin Teseo, Minos y Ariadna, pero con Lorier, Gargano y Galeano, lo importante, lo relevante será dejar atrás aquel legado, y tomar de él, lo que aún tenga valor en el mundo contemporáneo, lo que sin duda constituye una tarea harto compleja, como dijera el gran historiador francés Fernand Braudel “Las mentalidades son cárceles de larga duración”.
Hasta la próxima...
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