Días atrás, el senador Bordaberry y yo presentamos un proyecto de ley por el cual se establece un mínimo de días de clase a dictarse en el año lectivo, tanto en Primaria como en Secundaria (básica y superior): 180 días en el corriente año 2011, 190 días en el 2012 y 200 días en el 2013.
La idea básica es muy sencilla: en principio, para aprender hay que ir a clase, y los que van más aprenden más que los que van menos. Estos dictados del simple sentido común tienen el respaldo de la experiencia internacional: los países cuyos educandos obtienen los mejores resultados en las famosas pruebas PISA, imparten más días de clase: Corea del Sur, al tope de la lista, 221 días; Finlandia, en el segundo lugar, 200 días; Hong Kong (China), en el tercer lugar, entre 190 y 200 días. En nuestra región, Brasil y México ya establecieron el mínimo de 200 días; Chile lo fijó en 190 días y Argentina en 180.
Uruguay no debe cerrar los liceos por un año, como alguien dijo, ni resignarse a “hacer la plancha” mientras otros países avanzan. Propongámonos, como objetivo nacional, llegar a los 200 días de clase en el 2013. Los muchachos van a aprender más; y muchos de ellos, además, van a recibir en los centros de enseñanza la contención y aún la alimentación que en sus hogares no encuentran.
La autonomía de la enseñanza no es obstáculo para que por ley se establezca el objetivo indicado. El más importante administrativista uruguayo, Sayagués Laso, enseñaba que los entes autónomos y servicios descentralizados se encuentran, frente a la ley, en la misma situación que los servicios centralizados; es decir, la ley puede –sin inmiscuirse en lo estrictamente administrativo- fijarles objetivos y criterios generales de actuación.
Los 200 días de clase podrán llenarse de contenidos valiosos para los educandos, o ser una fatiga cara e inútil para todos; el resultado final dependerá de muchos factores (las autoridades de la enseñanza y su capacidad de gestión, los docentes y su motivación, etc.). La sociedad uruguaya no está condenada al fracaso, pero tampoco tiene garantizado el éxito; sus logros dependen de la inteligencia y del esfuerzo que dedique a alcanzarlos.
Es obvio que los 200 días de clase no resuelven todos los problemas; pero no incurramos, por favor, en falsas oposiciones. Se puede aumentar los días de clase y paralelamente trabajar para mejorar la calidad de la enseñanza, “aggiornar” sus contenidos y atender los reclamos de tantos docentes responsables, hartos de los obstáculos que cotidianamente embarazan y frustran su labor.
Es tiempo de dejar de hablar, solamente, de los problemas de la enseñanza.
Urge proponer y adoptar medidas concretas para ir resolviéndolos.
Nosotros estamos en eso.
(*) Abogado. Senador de la República.
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