Ocean Eleven es el nombre de una película del año 1960 que tenía un elenco estelar: Dean Martin, Frank Sinatra, Angie Dickinson, Sammy Davies Jr, Shirley MacLaine, entre otros.
En el 2001 se hizo un remake con grandes nombres como Julia Roberts, George Clooney, Brad Pitt, Matt Damon y Andy García.
El argumento de la película es un robo a un casino en Las Vegas que se logra hacer provocando un apagón, pero sobre todo aprovechando el festejo del comienzo de un nuevo año. Para hacerlo, los miembros de la Eleven se valen de una cantidad de estratagemas y falsedades, llamando la atención en un lado mientras operan en otro.
Recordé la película y su argumento cuando empecé a analizar lo que está sucediendo en la realidad política de nuestro país en estos días.
Estamos en presencia de una fuerte campaña mediática del gobierno y del Frente Amplio. Ella incluye de todo: presentación de proyectos de ley, propuestas varias, actos públicos, pintadas de muros con eslóganes tales como “No al latifundio”, “cumplimos con el programa” o incluso avisos televisivos comunicando presuntos logros.
Esta campaña comenzó no hace mucho.
Empezó cuando el Parlamento, con el no voto del diputado Semproni, le dijo no a la propuesta del tandem Mújica – Tabaré Vázquez de desconocer la voluntad de los uruguayos, expresada en las urnas.
Le dijo no, por suerte, a derogar una ley que había sido ratificada dos veces por la voluntad del pueblo. Lo hizo además pese que Tabaré Vázquez había afirmado que se podía desconocer lo que decide la gente cuando vota, porque según él, “el pueblo cuando vota no siempre tiene razón”.
Al final de esa extensa e histórica jornada parlamentaria en defensa de la soberanía del pueblo, el partido de gobierno se encontró en un grave problema.
Pocos creyeron que el diputado en cuestión no había recibido instrucciones. Varios se sintieron liberados de seguir votando lo que enviara el Gobierno al Parlamento y así lo dijeron públicamente.
Entonces, en una movida política populista y peligrosa, el Presidente Mujica resolvió levantar una bandera, una propuesta, detrás de la cual unir a las discordantes huestes gubernamentales.
Como los productores de la versión 2001 de Ocean 11, no se le ocurrió otra cosa que ir al baúl de los recuerdos, volver a los años sesenta, y poner como enemigo “a los grandes concentradores de la tierra”. La mayoría frenteamplista se alineó detrás de su bandera. Muchos salieron a pintar muros, repitieron antiguas consignas contra el viejo enemigo.
Alguna voz se alzó en contra. Un Senador oficialista dijo que tenía dudas y no aseguraba el voto. Veía, como veíamos todos los que estamos en política, el Ocean Eleven, la distracción para que no se hablara de la deserción en el voto de la derogación de la caducidad.
El propio vicepresidente de la República señaló sus reparos y cuestionó una propuesta que va en el sentido exactamente contrario a la Reforma Tributaria que él introdujera hace menos de tres años. Por eso propuso, coherentemente con su pensamiento, esta semana ir por el lado de aumentar el impuesto a la renta. Es decir que quien gana más, pague más.
Pero la gran estafa ya estaba en camino. Como en Ocean11, todos cantaban la canción del fin de año: “no a la concentración de la tierra”; “no al latifundio”.
Los primeros problemas vinieron cuando le hicieron las cuentas al Presidente. Quería poner un impuesto de 4 dólares por hectárea para recaudar 60 millones, pero no le alcanzaba para 15 millones. Para peor lo quería para mejorar las rutas y caminos y para ello necesitaba 600 millones.
No importa, pensó, aumento a 16 dólares por hectárea el impuesto y hago un fideicomiso por el que transformo los 60 millones en 400. Mientras tanto seguimos gritando contra los latifundios.
Hasta que se hizo pública la gran estafa que se le estaba proponiendo a los militantes del Frente Amplio. Mientras Mújica, Tabaré Vázquez, Topolansky y varios más gritaban el No al latifundio, habían firmado en las tinieblas una exoneración secreta al latifundio más grande que existe en el país.
Públicamente repetían la antigua consigna pero en un contrato secreto le aseguraban al mayor concentrador de tierras del país, una multinacional extranjera, que no pagaría no sólo el impuesto a la tierra. Tampoco pagaría el impuesto al Patrimonio, se le bajaría la obligación de contratar a un determinado número de personal uruguayo, y una cantidad de beneficios más.
Lo que hicieron ya fue percibido por la ciudadanía. Tuvimos un ejemplo esta semana cuando un militante increpó duramente al Presidente de la República que se enojó.
Por suerte esto está sucediendo. Creo que esta vez la alarma sonó a tiempo y los del Ocean Eleven quedaron expuestos y a la vista de todos. Incluso de los militantes de su propio Partido.
(*) Abogado. Senador de la República. Líder de Vamos Uruguay
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