Por Manuel Flores Silva (*)
Comienzo agradeciendo a los amigos de Reconquista el reparar en que este martes 15 de febrero se cumplen 26 años del fallecimiento de Maneco. Así como la invitación que se nos hace de escribir al respecto. Se entenderá que no soy la persona capacitada para dar una opinión objetiva sobre Maneco. Ni siquiera una evaluación sistemática de su pensamiento. Intentaremos describir apenas, y sin orden, algunos valores que nos trasmitió.
El problema del poder
Lo primero que nos viene a la cabeza es la relación que Maneco entendía que tiene que tener el ciudadano con el poder y con la política. Luis Batlle llamó a Maneco a colaborar con él cuando era Presidente (1947-1950) siendo Maneco un joven de 25 años que se distinguía ya en el periodismo cultural. Maneco no aceptó pasar a servir lo que consideró al poder. Solamente cuando tres o cuatro años después Luis Batlle aparecía derrotado por la alianza que se había dado entre la parte del Batllismo que lo rechazaba y el Herrerismo, entonces sí, Maneco aceptó trabajar en política, desde el llano. Dos años después era diputado y subdirector del Acción que dirigía don Luis.
Casi 20 años después Maneco recibió otro ofrecimiento que rechazó. En junio 1968, cuando las Medidas Prontas de Seguridad de Jorge Pacheco Areco, Maneco había renunciado al Ministerio de Trabajo. Es que esas medidas de seguridad Maneco no las encontraba necesarias puesto que se había logrado en pocos meses de gestión destrabar la huelga bancaria, la huelga del puerto y la huelga de diarios –todas habían durado meses- y se había encontrado una solución para los ajustes salariales regulares entre la patronal, la central obrera y el Ministerio. Siendo el dirigente sindical que actuó fue Enrique Pastorino, en mi casa instruyó que si el mismo solicitaba protección a cualquier hora del día, se lo acogiera y se lo protegiera. Había un estilo de gobernar diferente que, sin embargo, la ciudadanía reclamaba luego de la polarización y Pacheco obedecía y construía así un capital político inmenso que duraría décadas. No, Maneco arregló una huelga del Taxi –habían quemado un vehículo y todo- cayéndose una noche solo como Ministro a un perdido bar de La Teja donde se reunían los radicales y convenciéndolos de que era una locura el conflicto tal como lo planteaban. O golpeando la puerta en un frigorífico ocupado a las tres de la mañana y conversando hasta que con la luz del día venía la solución del conflicto.
Pero nos hemos ido de tema, lo cual probablemente volverá a pasar en esta nota. Dos años después de haberle renunciado a Pacheco, éste llama a Maneco a Casa de Gobierno y le ofrece ser el secretario general de la Unión Nacional Reeleccionista, con todo el poder que ello significaba, en cuanto poner a amigos como senadores, diputados, etc., etc.. No tendría inconveniente, le dijo Maneco a Pacheco –que nunca fue el cuco que pintan- pero hay un problema, agregó, yo no soy reeleccionista. Y no hubo argumento que le hiciera cambiar de posición, obviamente. Antes que hubiera pasado un año de eso, por menos de mil votos que faltaron, Maneco perdió su banca en el Senado. Eso sí, coherente consigo mismo.
Alguna vez comentando esto del poder –y del cierto desapego con que hay que tratarlo- Maneco nos recordó que Don Venancio (víctima de otro mito de la historiografía antiliberal) cuando no estaba de acuerdo se iba a Entre Ríos. Así lo hizo cuando, durante la Defensa de Montevideo, fracasó la tesis conciliadora con Oribe que llevaron adelante Rivera y Flores, así lo hizo cuando luego de ser Presidente constitucional vino el nuevo gobierno constitucional que él había prohijado, pero al que no quería influir y así lo volvería a hacer, años después, cuatro días luego de abandonar el poder por propia voluntad, lo que no pudo concretar porque lo mataron el día anterior a su viaje. Años en Entre Ríos. Cuando no te guste lo que se cocina, me dijo Maneco, una vez, te vas a Entre Ríos (metafóricamente hablando). Siempre lo he hecho (he rechazado ofertas muy generosas de cuatro hombres que luego fueron presidentes, pues ninguno me pareció suficientemente republicano, así de simple, es la vida)
Maneco creía –y le pasó a él- que el verdadero carácter republicano se forma más en el llano que en el poder. Eso fueron sus contratapas de Jaque, un inmenso grito desde el llano contra el abuso de poder. Reclamando una identidad republicana que, sin embargo, la restauración democrática todavía no trajo y, por el contrario, vamos cada día republicanamente peor. El viento en contra es el que verdaderamente cincela el carácter de un hombre libre, pensaba Maneco. Un hombre tiene en su vida realmente dos o tres oportunidades de verdaderamente servir a su país. Es bueno que esté entero en cada oportunidad y no erosionado por las transacciones del poder: al ciudadano político le hace mal un excesivo apego a figurar en las planillas del presupuesto nacional. El poder es meramente un medio y no un fin. Cuando uno lo concibe como un medio, el poder es algo inferior a nosotros, cuando uno lo concibe como un fin, el poder inexorablemente nos manipulará desde arriba. (Ahora, por el contrario, se ha desarrollado una suerte de estadística enamorada del poder; los foristas dicen, por ejemplo, que Sanguinetti fue el único presidente que lo fue dos veces y dos veces por voto popular. Eso es por un lado un error histórico y luego una injusticia política. Error histórico, porque Rivera fue tres veces Presidente, si se cuenta que murió siendo Triunviro, y Batlle fue cuatro veces Presidente, si se cuenta cuando asumió tal carácter como Presidente del Senado y se cuenta, asimismo, que fue electo popularmente como Presidente del Consejo de Gobierno durante el sistema de gobierno de la Constitución de 1919. Error histórico porque Luis Batlle fue dos veces presidente, elegido popularmente, si se cuenta su arrolladora victoria de 1954 que lo colocó como Presidente del Ejecutivo Colegiado que era el único Poder Ejecutivo que existía entonces. E injusticia política, porque si bien Batlle y Ordóñez fue solo tres veces presidente por voto indirecto, dado el sistema de elección entonces vigente, pudo serlo por voto popular, sin lugar a dudas en 1919 y en 1927. Tan era así, que la condición de que Batlle no se presentara de candidato a Presidente fue impuesta por el Partido Nacional para aprobar la Constitución colegialista de 1919. Pero Batlle antepuso cambiar el país a ser más veces presidente y engrosar la estadística. Si se piensa en la grandeza de Batlle y en sus renunciamientos presidenciales para no haber sido más veces Presidente, da cierta pena oír las frivolidades falsamente estadísticas que por allí se dicen. Compararse con Batlle y Ordóñez es una desubicación, pero ganarle en esa comparación, usando a favor los renunciamientos de Batlle, un gran despropósito, cosa a que lleva los mareos del poder)
Esa concepción de los peligros del poder estaba en el centro de la enseñanza de Maneco. Un republicano como él sabe que el poder es el primer problema de la democracia. Que la república consiste en generar instituciones, pesos y contrapesos, divisiones de poderes, para regular al poder y no permitir que el se exceda cual intrínsecamente de común el poder desea. Que allí donde hay un abuso de poder, simultáneamente, en otro lado de la sociedad se está dejando a gente sin poder, sin sus derechos ciudadanos. Que allí donde al poder le falte transparencia, inexorablemente se generarán irregularidades que terminarán perjudicando concretamente a los ciudadanos, sea en calidades de servicios, sea en tarifas y precios. Que allí donde el Estado permite rentas excesivas debido al abuso monopólico, a la falta de competencia entre oferentes de un bien o de un servicio, a la protección política, a la concesión privada mal regulada, a privilegios a particulares desde la política pública, simultáneamente, en otro lado de la sociedad se generarán falta de recursos y pobreza.
El intelectual de la acción
Maneco se había educado en el Liceo Francés y tenía una fuerte influencia de esa cultura. Los franceses, como se sabe, han desarrollado un personaje que no es el político puramente político, ni el intelectual puramente intelectual. Lo que llaman el intelectual de la acción (frecuentemente no entendido, si no menospreciado, ni por los políticos ni por los intelectuales). Emile Zola, por ejemplo. O André Malraux por quién, como escritor y como político, Maneco tenía verdadera admiración. Malraux peleó por la revolución indochina, por la revolución china, por los republicanos españoles (en su fuerza aérea que consistía en avionetas que luchaban contra la aviación nazi) y fue luego jefe de la resistencia de Este de Francia contra los nazis, hasta que fue detenido y torturado. Malraux estuvo años después en Montevideo, dio una conferencia en el teatro Solís, cuando en Francia ya habían decidido otorgar la independencia de Argelia y los estudiantes acá fueron a abuchearlo por colonialista. Malraux paró su conferencia y les dijo que cuando creyeran en una causa hicieran como él, fueran a combatir del lado de la misma. A la salida hubo incidentes y al lado de Malraux, en las fotos se puede ver un joven diputado amparándolo: Maneco. Yo leí a los 20 años el discurso de Malraux cuando rompe con el Partido Comunista en 1947 –y con él Picasso y otros- y es la defensa de la democracia y de Occidente que más ha influido en mi vida. En aquél entonces, más que oportuna además.
Maneco perdió a su padre a los 14 años. Sintió por Luis Batlle una verdadera veneración. La muerte de Don Luis fue por él vivida como la muerte de un segundo padre. Los hombres en quienes Maneco reconocía sus maestros fueron Juan Carlos Onetti, José Bergamín y Paco Espínola. Onetti fue su jefe cuando con 17 años Maneco entró a trabajar a la agencia de noticias Reuter. Un día le comentó a Carlos Maggi, compañero de primaria, secundaria y facultad y amigo siempre, que su jefe escribía y que había publicado un librito que le parecía bueno. Ah, sí, le contestó Pibe, como se le dice a Maggi en familia, por su parecido cuando era chico con el Pibe de Chaplin, no me digas que justo tenés un jefe que un buen escritor. ¿No serás medio alcahuete, vos? El librito en cuestión era nada menos que El Pozo de Onetti, cuya edición en papel de almacén tengo todavía en mi casa. A través de Onetti Maneco descubrió a William Faulkner, un escritor a partir del cual la literatura toda cambió. No se qué locura le vino a Maneco que unos días que se tomó de vacaciones con mi madre nos dejó a los niños al cuidado de Onetti, que nos daba mucho susto (teníamos alrededor de 6 años) pues lo veíamos feo y osco.
José Bergamín era un poeta de la generación del 27 de España. Discípulo de Unamuno, estrecho amigo de Machado, ambos de la generación previa, sus amigos eran Federico García Lorca, Miguel Hernández, Rafael Alberti y toda esa increíble generación. Bergamín, gran amigo de Malraux y personaje de la principal novela del mismo, “La condición humana”, se exilió en Uruguay y vivió en nuestra casa. Es responsabilidad de él que me digan a mí Manolo, rompiendo la tradición de los Manecos que llevaba ya cuatro portadores. Bergamín acercó mucho a Maneco a la lectura de los españoles, particularmente a su devoción por San Juan de la Cruz , Francisco de Quevedo, Federico García Lorca y Miguel Hernández. Yo estaba en Paris cuando los duelos de Maneco y los pasé con Don Pepe, que así le decíamos.
Por Francisco Espínola Maneco tenía también una infinita admiración. Se lo llevaba fines de semana largos a una casita que teníamos en Rincón del Indio -entonces había solo tres casas y los terrenos no valían nada y se compraban en cuotas a varios años en la Caja Obrera- y Paco contaba. Paco era lo que en la antigüedad llamaba un aeda. Contara lo que contara lo hacía de un modo que el oyente no podía menos que quedar subyugado. El poder vivo del relato oral. La última vez que Maneco lo vio fue unos meses antes que Paco muriera; falleció el día antes del golpe de Estado. Había en casa de Paco un par de personas más y nos caímos con Maneco y Paco empezó a contar la Odisea a las 10 de la noche, cuyo argumento todos sabíamos pero no se trataba del argumento sino del modo de contar, y terminó a las 4 de la mañana sin que se moviera una mosca en todo ese tiempo.
Hay un texto de Maggi sobre Maneco, cuando la presentación de la edición de las obras de teatro de Maneco, texto que se recogió en Posdata, en que Maggi explica de la manera en que cada uno de los tres maestros influyó en Maneco.
No puedo dejar de mencionar entre los maestros a los que Maneco admiraba a Felisberto Hernández con quién trató mucho. Yo lo vi tan solo un par de veces en casa siendo yo muy chico. Su mujer, María Luisa, que se ha venido a saber que era la jefa del espionaje ruso en América Latina, con participación en el asesinato de Trostsky, con su verdadero nombre África de Las Heras, tenía cobertura de modista de cierto renombre y mi madre se vestía con ella. Era encantadora, me comenta mi madre. Medalla Lenín, murió en Moscú el año antes de la caída de la Unión Soviética.
La generación literaria a la que perteneció Maneco es conocida como la generación del 45. Estaba dividida en cierto modo entre los “lúcidos” (más admiradores de Borges) y los “entrañavivistas” más admiradores de los españoles a través de Bergamín. José Pedro Díaz y la poeta Amanda Berenguer, su esposa, Ángel Rama y la poeta Ida Vitale, su esposa entonces, Carlos Maggi y su esposa María Inés Silva Vila, cuentista, mi tía, hermana de mi madre y madrina mía, Mario Arregui y la poeta Gladys Castelevechi, su esposa de entonces, eran el grupo entrañavivista más asiduo. Son las caras que recuerdo de mi primera infancia. Eran 5 matrimonios que debatían regularmente sobre los problemas literarios. Mi madre estaba más vinculada a la plástica, como egresada de la Escuela de Bellas Artes y antigua discípula de Torres García. Por supuesto Maneco terminó años más tarde siendo gran admirador de Borges, más de sus relatos y sus ensayos que de su poesía, y admirador de un “lúcido” como fue Emir Rodríguez Monegal.
Ni los maestros ni los compañeros de generación (incluida mi madre) estuvieron muy de acuerdo nunca que Maneco se dedicara a la política, que optara por el camino de intelectual de la acción. Para ellos supuso siempre una pérdida para las letras y no parecía, en aquel Uruguay feliz, que faltaran políticos.
Menos lo entendían dos íntimos amigos de Maneco, sobrevivientes de la época del café Metro que quedaba en la Plaza Libertad y no atrás como se dice ahora, que eran el Tola Invernizzi y el “gallego” Montero de Durazno. Los dos eran, como Mario Arregui, comunistas. La guerra de España dejó muchos comunistas valiosos entre nosotros. Por supuesto no entendían el coloradismo de Maneco, pero los tres, cuando Maneco iba de gira por Piriápolis (Tola), Trinidad (Mario) o Durazno (Montero) le ponían los micrófonos del Partido Comunista al acto público organizado siempre con pocos recursos de los adictos de Maneco.
Pero es que no se puede entender a Maneco sin la idea de que la construcción de la identidad nacional es una tarea cotidiana. Le tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir, decía Borges sobre un antepasado. A Maneco le tocó vivir la desarticulación nacional desde la izquierda y desde la derecha. Al final de su vida, sin embargo, el destino fue generoso con él, pues con sus contratapas reconstruía identidad nacional, republicana, socialdemócrata. Esa era su ilusión verdadera. Murió pensando que ese día, el día en que falleció, el 15 de febrero de 1985, el país se encontraba consigo mismo. Murió en ese sentido feliz.
Estaría horrorizado del país de hoy.
La oposición al pensamiento cultural hegemónico.
Yo tenía 18 años en 1968 y era en la acción gremial uno de los pocos batllistas del IAVA. Eran tiempos en que cada 10 estudiantes inteligentes, 8 no eran demócratas, por razones que no viene a cuento desarrollar y que se refieren al apogeo del marxismo en las universidades del mundo, al impacto de la revolución cubana y a otros errores de ese tipo. Había tenido yo la suerte de estudiar la materia de filosofía con Mario Silva García que era un gran profesor (me acompañó luego tanto en Jaque como en Posdata) y que en dos clases despachaba marxismo desde fuera de esa pertenencia. Recuerdo haberle preguntado a Maneco sobre el tema. Me dijo que la idea de Marx de que la superestructura (las ideas, el espíritu, etc.) dependían de la infraestructura (la base material) era una idea filosófica menor. Que el mismo Engels ya había admitido que también la superestructura condicionaba a infraestructura, de manera que en términos estrictamente filosóficos el tema no era muy relevante. Que en todo caso empezara estudiando bien el concepto de idea en Platón que eso sí era genial. La imperfección intrínseca de todo objetivo de alcanzar la idea. O las consideraciones sobre ética y estética de Kant. En esa época Maneco estaba leyendo Hegel y me explicó, recuerdo, que Hegel jamás dijo lo de tesis, antítesis y síntesis.
El problema era la época, claro. Mediante la ingeniería republicana el Uruguay construyó el único Estado del Bienestar de América del Sur a través de la democracia. Y el mejor. El sistema de garantías del republicanismo llevó a la socialdemocracia y ambos a la construcción del país del éxito. Así como el país del éxito fue una construcción ideológica, el país del fracaso –que todavía habitamos (en estos días de prosperidad de los precios internacionales hay pobreza, más que en la década del 90, fracaso de la función igualitarista de la educación, concentración del ingreso, extranjerización, endeudamiento nacional, clientelismo, corrupción, presión sobre la prensa audiovisual, presión sobre la justicia, protección a los grupos empresarios afines al gobierno, etc., pese al maquillaje y a la propaganda populista)- fue también una construcción ideológica. Maneco pudo percibir esa triste inflexión nacional con angustia. Una serie de libros antirrepublicanos de Benedetti, de Methol (de quién fui amigo), de Real de Azúa (de quién soy admirador en todo lo que no es historiográfico) fueron el prólogo a una operación intelectual que sumó el marxismo en una versión de vulgata –más materialista que dialéctico- con el revisionismo histórico, un movimiento que no revisó un solo documento sino que fue portador de una ideología antiliberal que intentó sepultar históricamente a todos los liderazgos liberales y republicanos previos entronizando a los antiliberales y déspotas históricos de la región. Cuando lograron cambiar el pasado lograron cambiar el presente. Esa operación intelectual marxista/revisionista la hizo en Uruguay Vivian Trías, cuyos libros hoy no se sostienen. Imitando a Vargas Llosa en su “¿cuándo se jodió el Perú?”. Allí se jodió el Uruguay, cuando el liberalismo y el republicanismo fueron sustituidos por el marxismo y la historiografía antiliberal (historiografía todavía presente y dominante en los libros de texto actuales de educación del país). El Uruguay se jodió en los años 60. Maneco –lúcido respecto de esto- desesperaba y redoblaba su militancia colorada. El Partido Colorado, por el contrario iba debilitando paulatinamente su republicanismo y su sentido socialdemócrata. Los componentes de la crisis estaban pues armados como una granada a la que le acaban de sacar la espoleta. Y reventó todo con el golpe militar.
Cuidado, un derivado de la nueva “ideología” marxista/revisionista fue la guerrilla tupamara (el movimiento intelectual más analfabeto en la historia nacional) pero no solo ella. Más importante resultó el nuevo discurso absolutamente antidemocrático de la central sindical y del Partido Comunista o de otros sectores que luego conjuntaron sus pensamientos en el Frente Amplio.
Un Partido que a lo largo de 40 años ha hecho democrática finalmente de una parte de su base (no a la importante base chavista, cubanista, populista, etc., muy grande y antidemocrática todavía). Pero si bien se ha hecho democrática, la que se ha hecho, no se ha convertido en republicana, salvo alguna pequeña excepción. Todos los días la crónica nos trae comportamientos antirrepublicanos del gobierno.
Esto es importante de señalar. El país sufrió las consecuencias de dos movimientos antidemocráticos, uno desde la izquierda y otro desde la derecha. Solo el Batllismo y el Wilsonismo, sin excepciones, se opusieron tanto a la insurrección de izquierda cuanto a la insurrección de derecha. En rigor, también lo hicieron una parte de Pachequismo (encabezada por Raumar Jude) y una parte del Herrerismo (encabezada por Luis Alberto Lacalle). Las otras partes de los partidos históricos y el Frente Amplio, salvo Quijano, no lo hicieron. El Frente Amplio fue el único que apoyó a las dos insurrecciones antidemocráticas, la de izquierda y la de derecha. También es cierto que sus militantes sufrieron bárbaramente esos errores.
Maneco fue un gran admirador de Rivera y me inició en su estudio. Por supuesto que lo de Salsipuedes es un mamarracho. Los antiliberales precisaban un genocidio para ser latinoamericanos y encontraron un episodio en que murieron 28 indígenas y 12 criollos. Murieron pese a la idea explícita de Don Frutos de salvarle la vida a todos, cosa que logró con 400. Los charrúas no eran más que eso, eran una tribu neolítica de origen en la pampa argentina, recién venidos a esta banda cuando la colonización y los indígenas habitantes de esta zona cuando la independencia eran mayoritariamente guaraníes. Justamente los guaraníes, cansados de la venta de indígenas que hacían los charrúas a Buenos Aires y a los bandeirantes brasileños, en 1701 mataron a tres cuartas partes de los charrúas. No aplicaré la receta de exterminio de los virreyes, escribió Rivera unos días antes, sino que salvaré su “oriundez preciosa”. Lo demás que se dice es ideología e ideología caduca. Lamentablemente dominante en este país de identidad en crisis desde que impera la ideología del fracaso.
Estos eran temas de Maneco. Rivera cuando la derrota del año 20, debe rendirse para conservar con vida a los menos de 1.000 hombres que quedaban y que debían ser la avanzada de la lucha por seguir, solicita el día anterior a que lo prendan, refuerzos a Artigas (y a los gobernadores de las provincias federadas en la Liga Federal ) sin saber que Ramírez lo ha traicionado. Rivera (con Oribe y Lavalleja de subalternos) debe encargarse luego, y ante la cruda realidad de la dominación lusitana, mediante la conspiración constante, de mantener viva la llama oriental para un destino, que siguiendo el mandato artiguista no podía ser ni porteño ni brasileño. Con la campaña de las Misiones, luego, Rivera obtiene la creación del Estado Oriental, cuya vocación autonómica se había planteado desde el Éxodo, dentro de una confederación que no tuviera por capital a Buenos Aires (Instrucciones del año XIII) o si no nada. Todo lo cual se le reconoció a Don Frutos que fue abrumadoramente electo primer Presidente del país.
Maneco hablaba de los episodios que tuvieron que ver con la construcción del país liberal y republicano como si hubieran ocurrido ayer. Por supuesto, la lectura que se da en nuestras aulas sobre la guerra de la Triple Alianza , el resultado del discurso marxista/revisionista, le parecía de pánico. Analfabeto.
Sobre masas extremadamente disciplinadas por siglos de jesuitas, el Paraguay llevaba 50 años de vida bajo tres dictadores extremadamente autoritarios. El último, Francisco Solano López un hombre de tal crueldad (mató a su hermano, torturó a su madre, mandaba presas a las Sras, que no se le sometían sexualmente, mató de manera bárbara a los blancos que se fueron a refugiar a Paraguay, empezando por Antonio de las Carreras, a quien metió en una pequeña jaula y lo dejó morir como un animal) que siempre se temió por su salud mental. El Paraguay desarrollado es un absoluto mito. Lo más atrasado de la región. Había importado, sí, materiales bélicos modernos y algo de ferrocarril para fines bélicos. Cuando caía el gobierno blanco aquí ante la revolución de Flores, López resuelve que ha llegado la hora de ser protagonista regional y con destino a resolver el conflicto uruguayo a favor de los blancos invade con 25.000 hombres la provincia de Corrientes, lindera con el departamento de Artigas en Uruguay e invade con otros 25.000 hombres el Brasil para llegar a Uruguay por Uruguayana. Un ejército de 50.000 hombres no era poca cosa en aquella época, obviamente. Ni ahora. Las reglas paraguayas determinaban que un general que perdiera una batalla era destituido y preso (y probablemente muerto, como pasó en muchos casos). Tampoco un soldado paraguayo podía retroceder, bajo pena de muerte, de modo que fueron muchos los oficiales y soldados ejecutados por el mismo ejército paraguayo. Para empezar los dos jefes de las dos columnas de 25.000 hombres cada una, relevados cuando el enemigo logró detenerlos.
Frente a esta insólita agresión, los dos países invadidos y el país que era objeto final de la invasión, el Uruguay, firmaron un acuerdo: la Triple Alianza. La ecuación de López incluía que el Gobernador de Entre Ríos, Urquiza, se aliara a él –según comunicaciones previas avanzadas que hacían pensar que ello iba a ocurrir- por lo cual la invasión a Uruguay hubiere sido letal, de haber sido además invadido desde Entre Ríos, y la propia confederación Argentina hubiese entrado en crisis. Ante la realización de la Alianza , Urquiza desiste. La guerra fue una carnicería porque los paraguayos, una vez que estuvieron a la defensiva, por convicción, dado el discurso militar que los disciplinaba hacía siglos y dada la pena de muerte de retroceder o ser derrotados, pelearon palmo a palmo de su territorio. Muy pronto el Paraguay estuvo lleno de campos de concentración donde se internaba a las viudas de los paraguayos derrotados, destituidos y muertos, las llamadas “residentas”. Los estudios serios sobre la guerra del Paraguay, debidos a Francisco Doriastiotto, a Pelham Orton Box y a la colección de testimonios que editara el paraguayo Guido Rodríguez Alcalá, confirman lo que digo. A nadie puede escapar que fue, además, una guerra ideológica. Un autócrata atrabiliario agrede al campo liberal. Los tres cancilleres que hacen la Triple Alianza eran masones, en el caso del Uruguay, el jefe de los masones, Don Carlos de Castro. Tanto Pedro II como Mitre también eran masones, Flores lo había sido. Y desde luego los diplomáticos de los países linderos con Paraguay no olvidaron poner en el tratado de la Triple Alianza que los conflictos limítrofes con Paraguay se dirimirían a favor del vencedor en la guerra, como 60 años después lo hizo el propio Paraguay quedándose con el Chaco boliviano.
La muerte de Leandro Gómez nunca le fue reprochada a Flores hasta que el revisionismo se impuso. El hermano de Leandro Gómez, un mes y poco después de la muerte de Leandro, fue uno de los tres Ministros de Flores, don Ramón Gómez. Leandro fue detenido por brasileños, pidió para ser entregado a Orientales y cayó, entonces, en las manos de Gregorio Suárez, que tenía deudas por cobrar (la muerte de su madre) y era un salvaje. Fue incluso, años más tarde, por disposición de Suárez que se mató a Flores. Una misma cabeza dispuso, entonces, las muertes de Leandro Gómez y de Venancio Flores. A causa de la muerte de Leandro Gómez, Gregorio Suárez fue inmediatamente separado del Ejército de Flores y radiado de la vida nacional por Flores. En realidad, Leandro Gómez no tenía salvo su muerte una vida en la que se le conozcan muchas actividades. Asaltó la casa de Eduardo Acevedo, Ministro de Oribe en el Cerrito, porque Eduardo Acevedo había pedido a Oribe que se hicieran elecciones (llevaban más de 10 años con el asunto de Presidente legal). En Paysandú estaban esperando a Urquiza, llegó el hijo de Urquiza incluso, y más tarde a López. Nadie les informó que no iban a venir. Leandro Gómez juró morir en defensa de la ciudad y 2 días antes de la caída le propuso a los oficiales que restaban el entregarse. Estos, encabezados por Lucas Piriz le dijeron que no, que ya había caído mucha gente con el tema de luchar hasta morir. Lucas Piriz murió esa tarde. Leandro Gómez se entregó. No debía morir. Y había luchado valientemente. Solo una razón de venganza particular que se cruzó en el camino, determinó su muerte.
De todos estos temas Maneco había investigado mucho y los conocía al dedillo. Defendía la existencia de un fenomenal liberalismo en la historia uruguaya. Era sobre ese liberalismo generoso que Batlle y Ordóñez había apoyado su ajuste socialdemócrata. La izquierda histórica del Uruguay es el Batllismo, decía, remedando a Malraux.
Pero con prácticamente todos sus adversarios terminaba amigo. Porque la lealtad en el combate es una ley primera. Por encontradas que fueran las posiciones. He aquí un asunto.
El Uruguay del éxito no dividía el mundo entre buenos y malos. Porque era un país de tolerancia. La líneas marxista/revisionista impuso en el Uruguay la intolerancia. Los buenos son buenos porque los malos son malos. Se ha hecho creer en la maldad intrínseca de algunos hombres o corrientes. Un espanto. Pero el triunfo de la intolerancia ha calado tan hondo que ahora no se puede ni ir al fútbol acompañado de alguien de otro cuadro: el otro tiene que ir a otra tribuna.
El resultado espiritual de la propuesta espiritual del Frente Amplio es calamitoso. Hoy termina el liceo una cuarta parte de los que lo empiezan. El nivel que tienen de conocimientos al terminar es similar al que antes tenían los que terminaban la escuela, hace 30 años. Del 25% que terminan liceo la mitad se quiere ir del país. Claro, para el Frente Amplio la educación nunca fue un fin en si mismo sino un medio para obtener poder político. Ahora ha llegado a tal extremo la cosa que se disputan con los corporativismos el control de la educación, mientras los educandos están abandonados a su suerte miserable.
Fue al servicio de una identidad tolerante del país que un día, por ejemplo, Maneco pidió la libertad de Sendic y otro día la de José Pedro Massera, en plena dictadura, ante el azoramiento militar y un público que no sabía si no era delito comprar Jaque en aquel momento.
Ya en la campaña de 1971, en un discurso que se pasó por televisión, Maneco dijo (1/11/1971): “Pensamos como el poeta bíblico, que el hombre hijo de mujer vive brevemente entre miserias, es hollado como la flor de los campos, y pasa como las sombras, pero creemos que asimismo esta vida tiene un sentido profundo. Puesto que algún día llegará la hora en que lo perdamos todo –el tránsito y el fin después del cual nadie se lleva nada, ni riquezas, ni honores, ni acciones, ni gloria, ni palabras, ni fortunas- sino que le queda una sola cosa que es volver a la tierra, diría que, pues que tierra vamos a ser, no olvidemos nunca que, en el caso de casi todos ustedes como en el mío, cuando volvamos a la tierra, va a ser precisamente a esta, a la uruguaya, a la nuestra.
Yo, que como ustedes soy hijo de una tradición milenaria que piensa que el hombre nada vale, que solo vale lo que el haga al servicio de los demás, digo que cuando bajemos a esta tierra la única cosa que nos podemos llevar es la convicción muy honda de que más allá de risas o de lágrimas, de penas o de glorias, ella nos reciba como al hijo que no la traicionó”
Maneco no sólo nos enseñó a vivir. Sino también a morir. Sin traicionar jamás la causa de la identidad uruguaya, demócrata, republicana, liberal, tolerante. Sino pensando siempre en como mejor servirla.
(*) Ex Senador de la República. Contribución especial para Reconquista
1 comentario:
Más, como dice una sobrina mía de dos años cuando le digo que tiene los ojos más hermosos y se parecen al mar.
Más, porque precisamos los liberales de este país que comience a oírse la callada voz de quienes tienen ideas, argumentos y pruebas para plantear cuando se analiza la historia y el presente.
Más, porque no podemos seguir viviendo en medio de la chatura ordinaria y sin razones.
Más, Partido Colorado. Más, batllistas. Más batllismo.
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