El socialismo es junto con el liberalismo una de las grandes ideologías que moldearon el mundo contemporáneo. Al igual que el Liberalismo, sus orígenes se encuentran en el Iluminismo del siglo XVIII (¿acaso no es Rousseau uno de sus antecedentes?) y en el siglo XIX. Al igual que el Liberalismo es también una ideología universalista e internacionalista, más que nacionalista, propia del siglo XIX fue moldeada por la sociedad occidental industrial, y es hija de ella.
El siglo XIX formó la materia y el corpus teórico inicial del socialismo, desde los primeros utópicos hasta Marx y Engels, quienes le dieron carácter de doctrina científica y profundidad a su análisis sobre el funcionamiento del sistema capitalista y la sociedad industrial, que le era contemporánea.
Al igual que el Liberalismo fue también ideología de rebeldes y revolucionarios, de tal forma que si el Liberalismo fue la ideología de las grandes Revoluciones Liberales del Siglo XVIII, la Norteamericana y la Francesa, y también fue el impulso ideológico que desafió la Restauración en los primeros años del siglo XIX, el Socialismo se convirtió en la ideología de los rebeldes contrarios al capitalismo, lo que la convirtió en su principal oponente y rival.
A partir del siglo XX, el siglo de las luchas ideológicas, el Socialismo saltó de la teoría a la realidad, y de la esperanza a la desilusión.
Todo comenzó en 1917, entre el fragor de la Primera Guerra Mundial y el colapso del Imperio de los Zares, la Revolución Rusa y el nacimiento de la URSS (con ella nace el Socialismo Real, no el de las teorías, sino la realidad, un experimento social de grandes dimensiones que llevó gran parte de la historia del siglo pasado).
La Revolución Rusa y el nacimiento de la URSS, son quizás los acontecimientos políticos más importantes del siglo que pasó; con la URSS se inicia un largo proceso de desafío al orden liberal y capitalista heredado de la modernidad, y lo más importante de ello, es que ese desafío (lo que contradecía la teoría marxista) no provenía del proletariado de los países capitalistas desarrollados, sino de las masas campesinas de un Imperio Medieval. Con un nacimiento difícil, en un país primitivo, azotado por la guerra civil y la intervención extranjera, los revolucionarios optaron desde un principio por la creación de un partido de vanguardia, de base totalitaria, que apoyase la concentración del poder en el líder. Así, una vez muerto Lenin, y expulsado Trotski, Stalin se hizo con las bases del poder en la URSS, como habían previsto algunos marxistas occidentales la creación del partido cerrado y totalitario significaría a largo plazo lo que provocaría la crisis del sistema.
El experimento soviético desde sus inicios tuvo ribetes totalitarios, fue el propio Lenin el primero en valerse de una policía secreta, de aplicar campos de concentración y deportaciones, como afirma el historiador Paul Johnson (en “Tiempos Modernos), el leninismo creó la base racional para el genocidio, ya que el terror era aplicado de forma indiscriminada, se creaba la base de la destrucción de grupos humanos enteros, no de individuos, y por ellos la responsabilidad individual, que es la base de la justicia, fue sustituida por la aniquilación de grupos, así pues la destrucción física de los kulakis (campesinos propietarios) fue racionalizada por ser estos “enemigos sociales de la revolución”, y como dice con acierto Johnson no hay diferencia moral entre exterminar una raza o exterminar un grupo social, las bases del genocidio moderno, y el totalitarismo ya están allí.
En los años de Stalin, se eliminaron los pocos resortes de participación y control del poder, por medio de purgas, y aplicando el terror del GULAG, Stalin consiguió concentrar el poder en su persona y montar las bases de un Estado Totalitario, para ello se valió de la herencia que Lenin le dejó, es decir: el Partido Comunista, y la policía secreta (la Cheka).
Lo años de Stalin son recordados también por un gran avance del Estado en el control de la economía rusa, planes quinquenales y colectivización del agro de por medio, el líder soviético consiguió convertir un imperio de campesinos en una superpotencia mundial (por supuesto con unos costos humanos que aún hoy no se pueden cuantificar con precisión, pero que ascienden a millones). La modernización autoritaria “desde arriba” llevada adelante por los soviéticos fue una de las más espantosas experiencias, tanto es así que no hubo ninguna familia rusa que no haya experimentado pérdidas en esos años.
La filosofa alemana de origen judío Hanna Arendt (una de las mentes más influyentes de los últimos 60 años), con su trabajo “Los orígenes del totalitarismo”, se convirtió en una obra de referencia para la comprensión de los fenómenos totalitarios del siglo XX. En el planteo de Arendt, se emparenta las experiencias totalitarias del Nazismo y el Comunismo soviético, de esta forma la autora alemana encuentra los rasgos similares entre ambas experiencias totalitarias. En su definición de Totalitarismo, el Estado Totalitario (de los que la autora identifica dos, el Nazismo y el Stalinismo), se define como “la dominación total en todos los aspectos de la vida humana”, la dominación totalitaria se logra con la aplicación del terror sobre la población, así tanto el Nazismo como el Stalinismo, se caracterizaron por la aplicación del exterminio sobre vastas poblaciones. De esta forma y a diferencia de lo que plantea muchas veces desde a Izquierda, las experiencias totalitarias Nazi-Fascistas y socialistas comparten rasgos similares que los identifican en una misma coordenada política, distinta de las democracias liberales, o los gobiernos autoritarios clásicos.
¿Qué fue lo que convirtió la experiencia totalitaria rusa en una alternativa al capitalismo y la democracia occidental? Lo que dio impulso y vida al Socialismo Real, fue lo mismo que provocó el nacimiento de la alternativa totalitaria fascista-nazi: la gran crisis de la legitimidad y del orden establecido que se produce en esos poco más de 30 años que Hobsbawm denomina como “Las Era de las catástrofes”, es decir el ciclo iniciado con la “Gran Guerra” y culminado con la “Segunda Guerra Mundial”. Y es que no hay que subestimar los efectos de aquella era de crisis, fue una verdadera crisis civilizatoria, propia de épocas de transición. Los efectos de la crisis mundial del 1929, prepararon el camino a las experiencias totalitarias, y el hecho de que la URSS con su rígida economía planificada parecía capear los efectos de la crisis mejor que las democracias capitalistas, hizo que muchos intelectuales sintieran la seducción de aquella experiencia, a eso se sumó la victoria de la URSS en la lucha contra el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial. Después de la guerra el socialismo no solamente emergió victorioso, sino que se dispuso desafiar más que nunca al capitalismo y a Occidente, ese es el sentido de la Guerra fría, más que un conflicto entre potencias, fue como la Reforma religiosa en el Siglo XVI y XVII, una lucha de ideas, a la que ninguna parte del mundo quedo a salvo.
China y Cuba a su vez se encargaron de crear nuevos paradigmas, y la batalla de ideas llegó de la mano de ambas revoluciones al Tercer Mundo; en América Latina, y por ende en nuestro país, la intelectualidad abrazó la causa la revolución mundial, produjo una mixtión de ideas, con la consigna “liberación nacional y socialismo”, de esta forma el tercerismo (la ideología de los disidentes uruguayos), dio paso a visiones más comprometidas con la Revolución, y en especial con la Cuba “soviética” incluso cuando esa intelectualidad se permitía criticar o cuestionar el modelo soviético, siempre mantenía un sentido de respeto, ya que se lo creía superior por principios a un Capitalismo, cuyos días estaban contados. De esa crítica cultural que lo desafió todo, emergieron algunos más radicales que otros, que bajo el lema “hechos y no palabras” pretendieron “asaltar el cielo” y cambiar el mundo, poco importaba por tanto la naturaleza del régimen capitalista que se enfrentaran o la voluntad de los supuestos “beneficiados” por sus actos. Este proceso que vivió Uruguay y la región, fue común a todo el mundo, ninguna región estuvo a salvo de la critica civilizatoria, y de la inspiración revolucionaria que emergía cada vez más de las selvas del Tercer Mundo o los paraísos caribeños, que de las frías estepas rusas, ni siquiera las prósperas democracias occidentales estuvieron al margen, no ya del desafió intelectual, sino de la acción directa, así, por ejemplo, Italia tuvo sus “Brigadas Rojas” y Alemania Federal la temible “Baader-Meinhof”, grupos terroristas radicales que aspiraban a destruir el orden capitalista (y de paso la Democracia Liberal).
Para sorpresa de los intelectuales y militantes de esta nueva fe (ya que como ha explicado Furet, la creencia en el Socialismo, y el “hombre nuevo” se asemeja a una mentalidad pseudo-religiosa), la utopía y la promesa de la liberación humana no llegó, o al menos no llegó de la forma prevista. Bastaron 40 años, entre Kruschev y Gorbachov, para que el Socialismo fuese borrado.
Pero su crisis no fue repentina, y no fue producto, como muchos intentan explicar de la “Guerra Fría” y el gasto militar, sino que fue producto de sus propias ineficiencias. La URSS (que daba sentido y vida a la experiencia socialista), arribó a los años 80, agobiada por una serie de problemas, creados por su dirigencia, problemas que le hacían imposible sobrevivir en el mundo capitalista moderno. Su economía era ineficiente, puesto que no se regia por reglas de competitividad, o con la lógica del mercado, su infraestructura tecnológica era obsoleta, sus industrias contaminantes e ineficientes, y para colmo de males, todo el sistema descansaba en la mentira, los datos oficiales eran descaradamente alterados, en los mapas aparecían pueblos que no existían, no se manejaba una información de calidad. Por si fuera poco el pueblo soviético percibía la mentira del sistema, un sistema que prometía la igualdad, pero en el que una “Nomenclatura” (miembros del PCUS) disfrutaban de privilegios que le eran ajenos al pueblo llano, la realidad del sistema (que en los ideales proclamaba la Igualdad) era la de una sociedad dividida en dos grupos, pseudo-estamentos, con derechos y privilegios distintos (como aún hoy ocurre en Cuba).
Veamos como describe Landes los problemas de la URSS, en una cita muy esclarecedora:
“De hecho aunque el estado ruso era capaz de movilizar recursos para determinados proyectos, la técnica estaba por lo general atrasada y los resultados generales fueron decepcionantes. Los impresionantes datos referentes a la producción fueron intrínseca y deliberadamente exagerados. Debieran haberse revisado a la baja descontándoles el componente propagandístico, así como el deterioro y el alto porcentaje de artículos que no se vendían (por invendibles). (Con la excepción del caviar, el vodka y los recuerdos folklóricos, nada de lo que producía Rusia habría podido competir en un mercado libre). Los edificios de apartamentos tenían redes colgadas de los muros exteriores para proteger a los viandantes de la caída de tejas o piedras. Los consumidores ahorrativos pagaban fortunas por vehículos motorizados pequeños y primitivos, viéndose obligados a esperar durante años a que se los entregaran. Des pues e lograr hacerse con un automóvil, descubrían que las piezas de recambio eran inencontrables, hasta el punto de que se convirtió en un acto rutinario recoger las escobillas de los limpia parabrisas al dejar aparcado el coche. Los aparatos eléctricos del hogar estaban a la merced de una corriente eléctrica irregular. Los datos sobre la renta nacional excluían al sector de los servicios, por razones de doctrina económica: solo la producción real contaba. Pero de hecho, cuanto menos se hablara de los servicios mejor: los inconvenientes superaban con creces las ventajas. Ningún amigo era más valioso que un buen fontanero. O alguien de la Nomenklatura, la elite privilegiada, con sus tiendas y clubes especiales, su posibilidad de adquirir productos importados, su alejamiento virtual de la escoria y la hez de la sociedad”.
“De hecho aunque el estado ruso era capaz de movilizar recursos para determinados proyectos, la técnica estaba por lo general atrasada y los resultados generales fueron decepcionantes. Los impresionantes datos referentes a la producción fueron intrínseca y deliberadamente exagerados. Debieran haberse revisado a la baja descontándoles el componente propagandístico, así como el deterioro y el alto porcentaje de artículos que no se vendían (por invendibles). (Con la excepción del caviar, el vodka y los recuerdos folklóricos, nada de lo que producía Rusia habría podido competir en un mercado libre). Los edificios de apartamentos tenían redes colgadas de los muros exteriores para proteger a los viandantes de la caída de tejas o piedras. Los consumidores ahorrativos pagaban fortunas por vehículos motorizados pequeños y primitivos, viéndose obligados a esperar durante años a que se los entregaran. Des pues e lograr hacerse con un automóvil, descubrían que las piezas de recambio eran inencontrables, hasta el punto de que se convirtió en un acto rutinario recoger las escobillas de los limpia parabrisas al dejar aparcado el coche. Los aparatos eléctricos del hogar estaban a la merced de una corriente eléctrica irregular. Los datos sobre la renta nacional excluían al sector de los servicios, por razones de doctrina económica: solo la producción real contaba. Pero de hecho, cuanto menos se hablara de los servicios mejor: los inconvenientes superaban con creces las ventajas. Ningún amigo era más valioso que un buen fontanero. O alguien de la Nomenklatura, la elite privilegiada, con sus tiendas y clubes especiales, su posibilidad de adquirir productos importados, su alejamiento virtual de la escoria y la hez de la sociedad”.
Por ello no es de extrañar que en los 50 años que van desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, hasta la caída del comunismo, la URSS, fuese perdiendo terreno en el plano económico, dejando de ser la segunda economía del mundo, y siendo gradualmente superada por todas las grandes naciones occidentales y Japón. El sistema sencillamente no funcionaba, como tanto los chinos, como Gorbachov, descubrieron en efecto.
¿Qué queda hoy del Socialismo? ¿Del “Socialismo real”, no de la idea? No queda nada; hoy quienes se dicen “socialistas” no son otra cosa que políticos socialdemócratas o social-liberales, en el mejor de los casos, o lisa y llanamente populistas demagógico, en el peor. Pero el socialismo como sistema social, yace hoy en su pasado.
Todo ello obliga pues a replantearnos el significado del concepto, de la idea, y de los resultados obtenidos. La Izquierda Nacional se debe un debate serio sobre estas cuestiones, se debe un pienso sereno y reflexivo. Aún hoy está acechada por los “fantasmas” del pasado; aún hoy le cuesta reconciliarse con la democracia liberal, el capitalismo, y la Civilización Occidental; aún hoy siente el “embrujo de Octubre”, diferido en su versión cubana por supuesto; aún hoy cree que la humanidad puede ser modificada, transformada, rescatada de si misma por una elite de iluminados; aún vive y siente un relato de “buenos y malos”; en fin aún siente la “pasión revolucionaria”.
Sin embargo los resultados de la experiencia, no son nada halagüeños, el totalitarismo político, cultural e ideológico, y el fracaso económico son su legado, el legado del “Socialismo Real”.
Hasta la próxima…
*Profesor de Historia.
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