“Otro punto, a mi juicio esencial, es que este grupo sienta el orgullo de no adoptar posiciones reactivas. Llamo así a toda calificación política que se den ustedes como una reacción frente a las actitudes de otros. Esto es condenarse al fracaso porque es renunciar a tener propia sustancia, y vivir en un parasitismo negativo. No admitan ustedes la existencia de enemigos, que sean ellos quienes se tomen el trabajo de considerarlos a ustedes como tales”.
Estas palabras las dirigió José Ortega y Gasset a un grupo de jóvenes escritores que le propusieron formar un partido político. Ortega no aceptó, pero si les dio su punto de vista entre los cuales se encuentra éste de no caer en parasitismo negativo.
Les advirtió que no debían estar adoptando todo el tiempo posiciones reactivas frente a las propuestas de otros porque eso era condenarse al fracaso. Eso lleva a una dependencia de las propuestas de los demás, puesto que para reaccionar y criticar hay que esperar lo que hace el otro y no accionar. De esa forma uno se transforma en un parásito negativo del otro: depende de él para negar lo que este hace.
Recordé la definición de parasitismo negativo esta semana que termina cuando, a iniciativa del Senador Ope Pasquet, propusimos fijar por ley un mínimo de 200 días efectivos de clase en el año.
Las reacciones que generó la propuesta revelaron, en algunos casos, cuán enquistado está en nuestra sociedad el parasitismo negativo. Esa reacción que lleva muchas veces a un hincha de un cuadro a ser más contra del rival que partidario del de él, o a oposiciones instintivas sin analizar las propuestas.
Legisladores oficialistas reaccionaron automáticamente afirmando que no estaban de acuerdo porque una mayor cantidad de días de clase no solucionaría el problema. Algún líder político sostuvo que el problema no era la cantidad de días sino la calidad de la educación. Otro que ésta era una solución parcial y que se necesitaba una global.
Es difícil encontrar para estas reacciones otra explicación que no sea aquella que Ortega afirmaba debía evitarse. Calidad de la educación no va en contra de cantidad. Esa es una falsa oposición. Resulta obvio que se requiera mayor calidad, pero junto con ella mayor cantidad de días de clase, más tiempo pedagógico, lo que permitirá mejorar la calidad.
También es obvio que se necesita atacar la globalidad del problema y que esta medida solamente no alcanza. De acuerdo, pero hasta el camino más largo se inicia con un primer paso. En este caso un paso claro, contundente, con el que es difícil no estar de acuerdo: ¿o es que alguien puede no querer que los niños y muchachos estén más tiempo con sus maestros y profesores?
La reacción más dura vino de algunos integrantes de los gremios docentes. Uno de ellos reclamó a los políticos, en especial al Presidente de la República, seriedad en los planteamientos. Afirmaron que los días de clase ya eran 180 y que incluso ya estaban fijadas por ley 900 horas por año.
No es bueno reclamar esas cosas cuando no se estudian debidamente los antecedentes. En la ley no están fijadas las horas mínimas por año. Sí lo estaban en el proyecto de ley que el Poder Ejecutivo mandó al Parlamento (en su artículo 10), pero esta referencia fue suprimida cuando se aprobó (transformándose en el artículo 7). Quiere decir que quienes reaccionaron negativamente se confundieron al leer la propuesta del Ejecutivo y no la ley aprobada finalmente.
Lo que refuerza la necesidad de fijar por ley la cantidad de días de clase, supliendo la omisión legal. Lo que torna el pedido de seriedad efectuado por el gremialista en un boomerang que le explota en su propia cara. Debería leer las normas aprobadas antes de hablar de esa forma del Presidente de la República y los legisladores.
Por suerte varios no cayeron en parasitismo negativo. El Diputado oficialista, Mahía, fue el primero en manifestar que estaba de acuerdo, aunque se necesitaba más. El Presidente Mujica se manifestó de acuerdo en el Consejo de Ministros según informó la prensa, posición que luego reafirmó públicamente al expresar que era partidario de que por ley se fije el comienzo y el final de las clases, lo que en los hechos es fijar la cantidad de días. El Senador Lacalle expresó que votaría la ley si se presentaba, aunque creía que ello no era responsabilidad del Parlamento y el Senador Larrañaga en su cuenta de twitter también expresó coincidir con mayor cantidad de días de clase. El Ministro de Educación, Ehrlich, y el Director Nacional de Educación, Garibaldi, también se expresaron a favor de aumentar los tiempos educativos.
Si estamos de acuerdo el Presidente de la República, el Ministro de Educación, el Director de Educación, el Presidente del Honorable Directorio del Partido Nacional, el Secretario General del Partido Colorado, el Senador Larrañaga y varios diputados oficialistas y de la oposición, ¿no será el momento de enviar un mensaje bien claro? ¿O nos dejaremos vencer una vez más por el parasitismo negativo, ese que Ortega y Gasset señalaba lleva al fracaso?
(*) Abogado. Senador de la República. Secretario general del Partido Colorado.
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