Por Manuel Flores Mora (*)
Si para muestra basta un botón, una de las ya célebres contratapas de Maneco en el semanario Jaque –verdero baluarte de resistencia a la dictadura- alcanza para aquilatar su valentía, la agudeza de su pluma y la elegancia de su prosa. La que elegimos en esta ocasión, guarda, además, una indudable actualidad.
“Viene Graziano Pascale, en nombre de ´La Democracia`, a tomarme declaraciones. Graziano es hombre expeditivo. Tiene medido cuántas carillas a máquina se necesitan para llenar una página de su semanario y cuánta longitud de cassette para completar ese número de carillas. No viene a interrogarme sobre tal o cual tema. Lo que viene en realidad a pedirme son tantos metros de cassette de declaraciones. (El método es indice de profesionalismo y de talento. Lo salva y me salva de lugares comunces, de cantadas preguntas de actualidad, respuestas prefabricadas y previsibles sobre concertacion programática y otros tembladerales).
Empezamos con bueyes perdidos. a los pocos minutos estamos en anécdotas de Luis Batlle y de Teófilo Collazo, testifacata de un Uruguay que fue y ya no será, pero sobre cuyo perfil no dispensable debemos construir el Uruguay del porvenir, si queremos que sirva para algo.
(Un país puede plasmarse según Artigas y Montesquieu o en función del Dr. Rosemberg, germánico doctrinario del nazismo; un país puede erigirse bajo la inspiracion de los esquemas de Carlos Marx o de conformidad con las concepciones insinuadas por la revista `El soldado´. En suma: puede intentarse organizar la vida a partir de lineamientos mentales. Pero la empresa tiene fallas. Vale tanto como confundir la carne con el corset: configurar no el soutien a partir del seno, sino el seno a partir de las ballenas metálicas del corpiño).
Blancos, Colorados.
La conversación cae hacia la novedad de blancos y de colorados. No sé por qué hay ahora gente –de veinte años, de treinta años y más-, que declara no entender `esas cosas´. Y que las reprueba y rechaza. Y hasta se siente superior por ello. Como si no entender la realidad y la historia indicara culpa de éstas y otorgara derecho a mirarlas desde arriba. No me refiero a ningún partido político. Estoy hablando de esa tangente como de nueva ola que se afirma, no ya en la ruptura con lo que fue –sería lícito-, sino en su desconocimiento y subsiguiente menosprecio, lo cual no es intelectualmente admisible. (Muerta hace muchas décadas, mi tía Eva no podía ver los duraznos. `¿Pero alguna vez los probaste?, preguntábamos …¡Jamás! ¿No les digo que no me gustan?´).
La realidad de este país fue (es) mayoritariamente blanca y colorada. Graziano parece como que se extraña de mi simpatía por los blancos, contradictoria con mi coloradismo batllista apoplegético.Tengo que explicar que no es posible de un paisaje (fisico o espiritual) amar una mitad tan sólo. Tengo que recordar que si no hubiera blancos, no habría colorados. Y si no hubiera colorados no habría blancos. Insistir en que la condición políticamente superior de este país proviene precisamente de esa naturaleza binaria, dialogal, de su alma última.
(No es verdad que los partidos hayan sido fundados en Carpintería, cuando frente a la divisa blanca de las fuerzas de Oribe tendidas en batalla, Frutos Rivera mandó cortar, de la roja bayeta del forro de los ponchos patria, la divisa que terminó finalmente colorada. Ese 19 de setiembre de Carpintería fue un día verdadero. Pero verdadero como el bautismo. El parto había sido mucho antes. Los partidos tradicionales del Uruguay no son, al fin, sino las dos vertientes sentimentales del artiguismo. Afloran en los fogones del año 17, cuando Oribe y Bauzá abandonan la línea para no aceptar el nombramiento de Rivera como jefe del Sur).
(Con todo y pese a su poder torrencial de visiones políticas, pasión de libertad y revolución histórica profunda, el artiguismo –la más avanzada expresión de aquel tiempo en la iberoamericana vastedad de los imperios, portugués y español- no fue ni partido ni corriente únicos, sino que, plural por esencia, reconocía en cada alma humana el espejo del universo. El artiguismo levanta valores y derrumba concepciones pretéritas, pero no impone nada como no sea el sagrado principio de la `no imposición´).
Desde su nacimiento, no en un pesebre, pero casi, en una panadería, el Estado Oriental excluye los monólogos. No somos hijos del discurso único. Somos simplemente –eso es Artigas-, depositarios de inquebrantables derechos.
El Uruguay es dialéctico por definición de libertad. Así como del proto-fascismo de Rosas sólo pudieron nacer la ensangrentada paz y el torturado silencio de los sepulcros, de Artigas sólo podía derivar la dicotomía que, cuando se integra, da lugar a un país. A una nación nacida para discutir y dialogar consigo misma. A un pueblo, en fin, libre y de libres.
El Cnel. Latorre –que amaba el orden, la disciplina y la seguridad- poco entendía de estas cosas. Traído por el momentáneo cansancio del caos aparente, resolvió irse de propia voluntad porque, dijo: `los orientales son ingobernables´. Somos, como hace cien años, patria donde las dictaduras no se derriban. Se marchan solas, como cuerpos extraños inaceptables por la carne espiritual de la República.
De ahí a ser el territorio de la tolerancia hay sólo un paso. Don Juan Pivel gastó, estos años últimos, algo de su disponibilidad y de su rabia en escribir la historia entreverada de las Amnistías en el Uruguay. Debió ser el más fácil de sus trabajos. ¿Qué es, al fin y al cabo, nuestra historia sino la historia de nuestras Amnistias? Amnistía (o indulto, o gracia o, según he propuesto, mero vaciamiento de prisiones por motivos de refracción y taponeamiento de goteras) tiene en la fisiología de nuestra libertad el simple alcance preclusivo de las exclusas en los canales. Amnistía (con el nombre que se quiera) es sólo el mecanismo para liberarse del pasado, manera de reemprender camino y pasar adelante.
`Los pueblos que olvidan su pasado, se condenan a repetirlo´. Sí. Y los que son incapaces de olvidarlo es como si se sentaran al borde del camino, deteniendo los tiempos.
Desvíos.
Hace ya algunos meses recibí desde Austria una de las cartas más conmoverdoras que he leído en mí vida. Me la enviaba Sarandí Cabrera, uruguayo con el que, vaya ahora a saber por qué pavada, nos distanciamos hace más de treinta años. Sarandí que vive en Suecia se encontró en Viena con un `JAQUE´, donde yo pedía la libertad de Sendic. Su carta, uno de esos documentos donde el alma humana se entrega al sentimiento de la solidaridad como al mejor de sus espejos, trasunta honduras solo alcanzables en la irreflexiva trasmisión de lo espontáneo. Leo ahora que unos de sus hijos, Daymán Cabrera Sureda, añejo habitante del Penal de Libertad, ha sido trasladado en peligro de muerte al Hospital Central de las Fuerzas Armadas. La información agrega que tiene el tórax deformado, desviación del corazón, problemas de movilidad en las piernas, insuficiencia respiratoria y desnutrición. Daymán ha sido traído muchas veces al Hospital. Hasta ahora, informan, ha padecido doce neumotórax.
No sé cómo decirlo pero voy a decirlo lo mismo. A riesgo de incurrir en mal gusto y rubores. He salido hace pocos días de un Hospital al que no ingresé por motivos de broma. Durante muchos días ví girar en torno a mí –imagen de exactamente lo contrario que los torturadores- médicos de maravilla, experientes enfermeras, familiares, amigos y enemigos rodeándome con más solicitud que la que nadie merece. Salir caminando como salí era casi la única manera de no defraudarlos. Pienso en Daymán Cabrera. Pienso en los otros siete presos gravemente afectados, según la misma información. Pienso en los varios que ya murieron sin que el rigor de la prisión amenguara esa tensión terrible dentro de la cual no hay remedio que sirva, ni médico que calme, ni mal que no se agrave. Siento vergüenza de estar ahora caminando, escribiendo, viviendo.
En nombre de Sarandí Cabrera y de Maneco Flores, uruguayos encontrados que vivieron treinta años sin saludos, levanto la voz para pedir al Comandante en Jefe del Ejército, Gral. Medina, cuya gestión de estas últimas semanas tanto respeto, la libertad de Daymán Cabrera.
No se trata de extender palabras adversas contra la Justicia Militar, habiendo dicho, como dije, mis opiniones a ese respecto muchas veces. No se trata de pelear ni atacar, de criticar ni de enjuiciar. Se trata solamente de un destino humano.
En este país, cuyo pueblo soberano ha dicho en libertad su palabra a través de las urnas, partidos que componen el cien por ciento del espectro político difieren en detalles, pero coinciden en la común convicción de que no haya más presos. ¿Qué sentido tiene que esté en peligro la vida de alguien de quien se sabe ya que, si vive, estará libre en dos meses y poco?
A, B y C.
Hace hoy siete días, el viernes anterior, en la casa del diputado electo Roberto Asiaín, ocurrió un accidente. Superado plenamente por fortuna, en un primer momento fue de esos que vuelcan el corazón como una taza. Una de sus hijas, Ximena, de ocho años, cayó sobre el vidrio de una ventana y pasó al otro lado. Espantosamente se seccionó dos tercios de la nariz.
Un médico vecino envió volando a la niña y su madre hacia el Sindicato de Arenal Grande, donde naturalmente los médicos la atendieron con la solicitud que corresponde, sin perjuicio de algún desentendimiento, a niveles más bajos, contra politzados elementos del personal burocrático.
Arrancado del Hotel Columbia, donde estaba ocupado en arreglar el mundo, el padre de la niña se viene como una exhalación hacia el CASMU y mete naturalmente su coche en el estacionamiento de Urgencias. Sobrado y ofendido, aparece entonces un tipo de guardapolvo que le espeta: “¡Si querés aparcar acá, primero vas a tener que sacar esos papelitos del auto!”. (Se refiere claro a los Sanguinetti-Tarigos y a los números 85 pegados en los vidrios del auto de Asiaín). El exigente fucionario del CASMU no sospechaba con su guardapolvo lo que le depararía la portezuela al abrirse. Al advertir que, además de gordo y además de barbudo, el que se desdoblaba delante de él era Hulk, no esperó que la camisa se le rompiera sobre el pecho. Borrose. Para la historia queda, sin embargo, la existencia de un mono con túnica, que en las puertas de urgencia del CASMU ha restaurado las clasificaciones del proceso en A, B y C. A, amplistas; B, blancos; C, colorados. Últimos orejones, se nos veda por la imbecilidad de los malos perdedores, hasta los beneficios mutuales.
No voy por supuesto a involucrar ni por asomo al Frente Amplio, colectividad enriquecedora de los ángulos de la vida política nacional, en estos desmanes. Digo sí, que hay una franja de mentalidades que, desde antes de la elección, por ignorar a este país y por no sentir autenticamente la verdad pluralista final del régimen democrático, la ha emprendido con insoportables agravios contra el Partido Colorado. Digo que no hay colorado en Montevideo que no almacene en su memoria, entre divertida e indignada, algunos de los exabruptos a que esa incalificable tesitura de agresivos, dio lugar. Pienso que las figuras dirigentes del Frente Amplio entre las cuales cuento con tantos amigos que respeto, harían bien en preservar cierta docencia interna aplacadora para estos desafueros. Durante meses explicaron y convencieron a su militancia que Montevideo `es nuestra y que no podían perder´. En las últimas semanas la propaganda frentista pintó imperdonablemente al Batllismo, resistente de doce años de dictadura sin una sola concesión a la misma, como tangente de continuismo. Al Partido de Batlle, co-constructor del NO, como poco menos que un prolongamiento del régimen militar. Vimos así cómo cualquier chiquilín con boina y con championes como único armamento político –de esos que confunden una ideología con un look- gritaba `fascistas´a los coches con distintivos colorados. (Sin advertir que estaban construyendo su fracaso, se toleró estos desvíos porque creyeron que les afianzaba la victoria).
Mis muchos amigos de la cúpula frenteamplista a los que tanto respeto, harían bien en recordar a esa juventud no bien asesorada que los sigue, alguna verdad histórica más profunda. Por ejemplo, Uruguay fue desde el siglo pasado y hasta muy avanzada la década de los sesenta el único país –entiéndase bien, el único país- de América Latina donde no existía la tortura política. Ese país era gobernado por el Partido Colorado. En los ocho años que van del 58 al 66, el gobierno fue blanco. Justicia sea hecha, bajo esos gobiernos blancos el respeto de los derechos humanos fue igualmente mantenido en toda plenitud. (Ese país sin tortura, país de libertad respetado por el Che Guevara, era la patria del desarrollo y la justicia sociales por obra del Batllismo).
A fines de los años sesenta comenzó, increíblemente, en este suelo una prédica despectiva respecto de las `libertades formales´surgidas de las concepciones del `derecho burgués´. El razonamiento lamentable era así: como había pobres y había ricos, como perduraban la desigualdad económica y los problemas sociales, carecían de valor la libertad electoral y el capítulo de derechos y garantías de la Constitución. Apresurados analfabetos políticos miraron y calificaron con desprecio -ese desprecio que sólo el fanatismo y la ignorancia conducen a su climax- el conjunto de normas y costumbres, imperfecto sin duda, que configuraba la dignidad de la nación. ¿Se volverá a lo mismo?
¿De verdad no se ha aprendido nada? ¿Reiniciamos, con la intolerancia, el ciclo del desprecio?
¡Qué tristeza!
(*) Contratapa de Jaque, 21 de diciembre de 1984
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