Desde hace algo más de un mes, una ola de protestas populares viene sacudiendo al mundo árabe. Primero a Túnez, epicentro de este movimiento, en el que la revuelta produjo más de cien muertos y la caída del régimen encabezado por Ben Alí. Luego, se extendió a Egipto, el más gravitante de los países del Norte de África y aliado estratégico de EEUU en la región, donde el gobierno de Hosni Mubarak pende -por estas horas- de un hilo. Con menor intensidad salpicó a Yemen, Jordania, Argelia y Arabia Saudita, en los que se ignora –aún- qué sucederá.
Aunque cada país tiene características y dificultades propias, es notorio que muchos de ellos comparten problemas similares: desempleo, inflación, escasas oportunidades de progreso social y económico (especialmente para los más jóvenes), corrupción, autoritarismo y nepotismo. Una suma de factores que da como resultado lo que estamos viendo a través de CNN y otras cadenas internacionales.
Según Jacques Ellul, un filósofo e historiador francés digno de mejor consideración, en toda “rebeldía histórica” –como ésta, por ejemplo- encontramos dos rasgos permanentes: el sentimiento de lo intolerable y la acusación. En su libro “Autopsia de la Revolución” de finales de los sesenta, señala que “la rebeldía estalla, el hombre se hace rebelde, una colectividad se rebela cuando un acto, una situación, una relación alcanzan el límite de lo intolerable. Ha sido posible soportar la injusticia, la miseria, el hambre, la opresión, el desprecio, hasta un punto, hasta un momento, y bruscamente, a veces por un hecho aparentemente sin importancia, en todo caso sin mayor importancia que muchos otros, el rebelde dice NO. Se ha alcanzado el límite. Ahora ya no es posible continuar en este sentido...”; y agrega: “para que haya rebelión es preciso que haya reconocimiento exacto, claro, de un enemigo, de un responsable de la desgracia”.
Si repasamos los acontecimientos que se vienen dando, comprobaremos que se cumplen ambas condiciones. Un hecho puntual, como fue la inmolación de Mohammed Bouazizi, un joven tunecino de 26 años, luego de que la policía confiscara las mercaderías que pretendía vender en la vía pública sin permiso de las autoridades, hizo estallar el polvorín. A partir de ahí, la gente reaccionó, se lanzó a las calles, donde todavía se encuentra, dispuesta a permanecer allí todo el tiempo que sea necesario hasta que los culpables –los sátrapas atornilladas al poder desde hace décadas-, se vayan.
Ahora bien, muchos nos preguntamos: ¿si estamos frente a una rebelión popular que se consumirá antes de llegar a la orilla o a una revolución en ciernes, como afirma la prensa europea?
Antes que nada, digamos que revolución y rebelión, si bien en el habla coloquial se usan como sinónimos, no lo son. Para Ellul, hay dos elementos que ponen distancia entre una y otra: la teoría y la institución. Según él, la rebelión no tiene pensamiento alguno en su origen, es visceral, inmediata. La revolución, en cambio, implica una doctrina, un proyecto, un programa, una teoría en el sentido más amplio del término. Además, “la revolución trata de institucionalizarse. La rebelión, incluso cuando triunfa, se detiene alelada en su mismo éxito”, señala. “Lo que caracteriza la transformación de la rebelión en revolución es el esfuerzo por desembocar en una organización nueva, y desde el punto de vista de los hombres ello implica la existencia de lo que Decouflé llama los «gestores» de la revolución. Pero mientras él pone en ese nombre un poco de desprecio, creo por el contrario que sólo hay revolución cuando sólo hay esta mezcla de rebeldes y gestores. La rebelión no tiene acceso al nivel de revolución cuando sólo hay masas y rebeldes: faltan los organizadores, los que ponen orden después de que la ráfaga ha pasado”.
Aún es pronto para afirmar qué sucederá cuando las masas y los rebeldes vuelvan a sus casas y las calles queden liberadas. Sin embargo, algunas declaraciones alimentan nuestra preocupación en torno al rumbo que pueden adquirir eventualmente los acontecimientos.
El gobierno iraní advirtió, hace pocas horas, sin el menor empacho, que estos movimientos pueden conducir a la constitución de un "Medio Oriente islámico y potente capaz de oponerse a Israel".
El portavoz de la cancillería iraní, Ramin Mehman-Parast, sostuvo que "los grandes movimientos de pueblos a los cuales asistimos en estos días en Medio Oriente y en el norte de África apuntan a poner fin a la dependencia de las grandes potencias".
"Se trata de un despertar islámico y cómo culminará dependerá de la situación en la región y de los pueblos", manifestó el vocero en una rueda de prensa.
El movimiento chiita libanés Hezbolá, por su parte, dijo que "debemos saludar al orgulloso pueblo egipcio por su lucha y su resistencia, que estableció un ejemplo al rechazar las normalizaciones con Israel y que continúa aspirando a la libertad, la independencia y la dignidad".
Irán, además, saludó la rebelión en Egipto como una réplica de su propia revolución de la que ayer se cumplieron 32 años.
"Estamos seguros, afirmó el ministro de Exteriores iraní, Ali Akbar Salehi, de que el pueblo egipcio desarrollará su papel en la formación de un Medio Oriente islámico para todos los que quieren la libertad, la justicia y la independencia".
Los cambios en curso en los países árabes hasta ahora cercanos a Occidente llevarán a un mejoramiento de las relaciones con Irán y "a un Medio Oriente islámico y poderoso capaz de oponerse a Israel", agregó el portavoz del canciller, Ramin Mehman-Parast.
Si así fuera, ¿qué sucederá con Israel? ¿Quedará librado a su propia suerte en un vecindario dominado por sus enemigos, hasta ahora atemperados por una “barrera sanitaria” conformada por los regímenes “amigos” de Egipto, Jordania y Arabia Saudita? ¿Qué hará el propio Israel gobernado por un “halcón” como Netanyahu, hoy por hoy, el único apoyo explícito al alicaído Mubarak, y al que todos conocen como un hombre de “mano dura”?¿Y Estados Unidos, gobernado por una “paloma” como Obama? ¿Estará dispuesto a intervenir con todo el peso del Imperio en una región que se le va de las manos o priorizará las obligaciones morales que implica el Nobel de la Paz y dejará a Israel, las reservas petrolíferas de la región y el Canal de Suez en manos del extremismo musulmán? ¿Y el resto de la comunidad internacional, qué hará? ¿Primará la tilinguería francesa? ¿Los alemanes se pondrán finalmente los pantalones? ¿Inglaterra seguirá detrás de la política exterior de EEUU, sea ésta cual fuere? ¿Y los chinos, los nuevos dueños de la pelota, se decidirán a intervenir en una región que les resulta cada vez más próxima o se mantendrán al márgen? Demasiadas preguntas, ¿no?
En fin, si la rebelión da lugar a una revolución democrática, como muchos deseamos, que instaure un régimen respetuoso de las libertades individuales y de las diversas creencias religiosas que allí confluyen, se habrá dado un gran paso hacia adelante; pero si ésta cede paso a una revolución cavernaria como la iraní, y los “gestores” del cambio son los aliados y amigos de Ahmadineyad, el mundo árabe caerá en manos del fundamentalismo islámico y los musulmanes pegaran un salto hacia atrás de consecuencias inimaginables. Para ellos y para todos.
Es bueno que Occidente esté alerta, incluido nuestro pequeño y marginal paisito. Por lo visto, nos esperan horas difíciles. A todos.
gustl@adinet.com.uy
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