Existe cierta justicia poética en el hecho de
que le haya correspondido a un gobierno del Frente Amplio, sempiterno defensor
de las empresas públicas y el "patrimonio nacional", decretar la
defunción de PLUNA. Bajo su administración, iniciada en el año 2005, se gestó
-con la activa participación de los ministros Rossi y Astori - la entrega de la
compañía aérea estatal al empresario argentino Matías Campiani, quien condujo a
la empresa a la catástrofe financiera que ahora provoca su cierre.
Las pérdidas cercanas
a los 90 millones de dólares en los cinco años de gestión iniciada en el año
2007, las deudas por 16 millones con el Banco República y de 24 millones con
Ancap, los oscuros negocios con la empresa Aerovip, también controlada por Campiani,
la contratación de asesores con honorarios por varios millones de dólares, y
otros aspectos no menos claros de este período, están desde el 30 de mayo bajo
la indagatoria de la justicia del Crimen Organizado.
El epílogo de este
doloroso capítulo final de la historia de Pluna ha estado plagado por las
mismos disimulos, mentiras y campañas de desinformación que caracterizaron su
comienzo. Si algo positivo deja este abrupto pero previsible desenlace es la
firme decisión del presidente Mujica de ponerle punto final a una insoportable
sangría de dinero de los cofres estatales.
Elegido con buen tino
el momento del anuncio (jueves de noche, en la antesala de la larga siestas del
fin de semana), los cabildeos políticos comenzarán una vez superado el shock de
la noticia. Los líderes opositores habrán tenido tiempo, entonces, de advertir
que este el momento crucial del gobierno del presidente Mujica. Enfrentado a la
dolorsa verdad de los números, sin otra vía de escape que asumir la realidad,
le corresponde al presidente liderar al gobierno en la salida de este pantano.
Muchas cosas que no se
han dicho, probablemente nunca se dirán, y quizás escapen también al escrutinio
de la investigación judicial. Pero todos intuyen que hay una historia no
escrita detrás del acceso a la dirección de Pluna de un empresario sin
antecedentes en la aeronavegación, que había desembarcado en Uruguay atraído
por la venta a precio de remate de la industria láctea italiana Parmalat. ¿Cuáles
fueron las alianzas políticas que tejió para acceder a esa posición? ¿Quiénes y
por qué razones apadrinaron, desde diferentes niveles de la conducción del
Estado, su gestión plagada de puntos oscuros? ¿Por qué una y otra vez se
hicieron oídos sordos a las fundamentadas denuncias que en varios momentos de
los pasados cinco años hizo el senador nacionalista Carlos Moreira?
Lo que hay por delante
es una estrepitosa derrota de una forma de hacer negocios, de mezclar intereses
públicos y privados, e incluso de callar o disimular bajo el insoportable peso
de una generosa pauta publicitaria.
La oportunidad es
inmejorable para hacer las cuentas con el pasado, para contrastar con la
realidad las supersticiones económicas que muchos tienen sobre el rol
empresarial del Estado, y para evaluar en este inesperado test que ofrece la
crisis de Pluna, la fortaleza de los valores éticos en la conducción de los
asuntos públicos.
(*) Periodista.
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