No
han de ser muchos, supongo, los lectores de esta nota que hayan estado alguna
vez en Las Toscas de Caraguatá. Es una pequeña localidad del departamento de
Tacuarembó, ubicada sobre la ruta 26 a poco más de 100 km de la capital
departamental, no muy lejos del límite con Cerro Largo. Hasta allí fuimos para
rendir homenaje a la memoria del Dr. Eduardo Velázquez Guido, médico que
ejerció su profesión en la zona durante varias décadas, poniendo de manifiesto
al hacerlo esa vocación de servicio característica del arquetipo de médico
rural querido por toda la comunidad, que el Dr. Velázquez Guido supo encarnar a
cabalidad. Se embanderó con los ideales del Batllismo y fue el referente
colorado en esos pagos de los que decir que son “blancos como hueso de bagual”,
es decir poco… En el lugar donde todos lo querían el buen doctor nunca ganó una
elección, pero no por eso arrió su bandera. Nos pareció oportuna y feliz la
propuesta de evocarlo y rendirle homenaje, formulada por el Dr. Yamandú
Rodríguez, porque en un año en el que el Partido Colorado realizará su tercera
elección juvenil desde el 2007, es justo hacer una pausa para recordar a
quienes lo han servido con honor. El Partido Colorado no es un agrupamiento
electoral circunstancial, sino una sucesión no interrumpida de generaciones que
desde los orígenes de la república están empeñadas en hacer país. Estos
homenajes expresan esa fecunda continuidad y preparan el surco para la siempre
renovada siembra juvenil.
Al pasar por la ciudad
de Tacuarembó aprecié una vez más el bien que le ha hecho el desarrollo de la
forestación. La madera es materia prima para aserraderos y fábricas de
“pallets” y paneles, los residuos agroforestales nutren una usina generadora de
energía eléctrica y estas y otras actividades afines demandan servicios de
transporte y dan trabajo a talleres metalúrgicos que reparan vehículos y
maquinaria, fabrican herramientas y construyen galpones de chapas metálicas. En
la base de todo esto está la Ley Forestal de 1987, que tuve el honor de votar
como diputado y que tan importante ha sido y es para el Uruguay de la
producción y el trabajo.
Visité uno de esos
talleres metalúrgicos y conversé con Agapito Hernández, su dueño. Hernández
aprendió el oficio en la UTU, hace cuarenta años, y desde entonces no paró de
trabajar. Ha ido comprando máquinas y herramientas con mucho sacrificio, porque
para él no es fácil conseguir crédito; se lo ofrecen para comprar un auto cero
quilómetro, eso sí, pero para comprar la máquina que él necesita le exigen una
garantía inmobiliaria que no puede ofrecer. Hernández no se desalienta ni baja
los brazos; tiene demasiado trabajo que hacer, como para perder el tiempo en
quejas y lamentos. En un medio donde todos se conocen, su honestidad y
eficiencia atraen clientes
que lo mantienen siempre ocupado. Lo ayudan su esposa, que se ocupa de los
“trámites y papeleos” (el taller paga impuestos y aportes sociales, como
corresponde), y sus hijos, que
junto a un único empleado, veinteañero como ellos, ganan un sueldo mientras
aprenden el oficio de quien lo ha practicado durante décadas.
La historia de Heber
“el Piñón” Rodríguez es parecida a la anterior, al menos en lo que a mí me
interesa. Rodríguez también aprendió el oficio de soldador en la UTU, en su
lejana adolescencia (tiene hoy 57 años). Para asistir a clase tenía que caminar
decenas de cuadras. Como su familia era muy modesta y él tenía un solo par de
zapatos, que debía cuidar, iba descalzo hasta el local de UTU y se ponía los
zapatos para entrar. Así transcurrió su primer año de aprendizaje. Cuando su
padre se convenció de que era en serio que el muchacho quería aprender un
oficio, le compró una bicicleta para que fuera a clase. Así, con esfuerzo y
cuesta arriba, hizo su vida. Se casó dos veces y tuvo tres hijas. Llegó a
trabajar como policía, sin abandonar su oficio. Un día pudo dedicarse por
entero al taller, y le fue bien. Llegó a tener diez empleados. Se compró su
casa en el populoso barrio López, de Tacuarembó, y allí sigue viviendo. También
tiene auto. La UTU acaba de contratarlo para que enseñe soldadura a los jóvenes
y está orgulloso de eso que
para él es, ante todo, un reconocimiento. Habla de su vida con satisfacción y le
gusta recordar que empezó muy abajo y tuvo que hacer muchos sacrificios para
llegar donde llegó. Está orgulloso de su esposa, que dice que es tan
trabajadora como él, y también de sus hijas, que dice que van por el mismo
camino.
Es con gente como el
Dr. Velázquez Guido, como Agapito Hernández y como “el Piñón” Rodríguez que
progresa el país. Sus historias, sencillas y sin
“glamour”, hablan de trabajo, sacrificio, responsabilidad, familia, honestidad,
perseverancia. No es necesario buscar estos valores en los libros; están en la
vida de estos y muchos otros uruguayos, cuyo ejemplo cotidiano es la mejor
lección para la educación de sus hijos, y buen tema de reflexión para todos.
(*) Abogado. Senador
de la República (Vamos Uruguay – Partido Colorado)
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