Los
ingleses son muy distintos a nosotros y en muchos aspectos admirables. Construyeron
una sociedad basada en el respeto a la ley y el Estado de Derecho, del que no se han apartado jamás. Por eso son increíblemente grises, ordenados y –sobre
todo- aburridos.
Días atrás, durante el festival
“Hard Rock Calling”, en pleno Hyde Park londinense, le bajaron la palanca a
Bruce Springsteen y a Paul McCartney cuando el show estaba en lo mejor. ¿La razón? Se habían pasado
media hora del horario fijado. Algunos se quejaron, pero todos aceptaron que la
medida era correcta. Reglas son reglas.
Para ellos, las normas están por
encima de las personas, llámense Bruce Springsteen o Paul McCartney. Desde la
perspectiva latina, hacerle eso a dos artistas de su talla constituye un “exceso”
y una falta de respeto (¿por qué no dejarlos tocar todo el tiempo que quisieran?). Desde la perspectiva anglosajona, no hay tu tía. Si se marcó un
horario, se lo respeta. Así de simple.
Por tanto, no hay “realpolitik” que
valga. Las reglas no tienen nombre. Ni apellido. Ni hay excepciones. Corren
parejas para todos. Y eso hace la diferencia.
El Uruguay de nuestros días es el
reverso de esa moneda. De un tiempo a esta parte prima la tesis de que la “alta
política” resuelve los “asuntos” que la legalidad no puede destrabar. “Lo
político” se antepone a “lo jurídico”. Y la “viveza criolla” ("el como te digo
una cosa, te digo la otra”, por ejemplo) se hizo carne.
Si es malo que la Constitución sea
utilizada para equilibrar un sillón desvencijado y las leyes se conviertan en
un queso gruyere, peor aún es que
aquellos que tienen la obligación de cumplirlas y hacerlas cumplir, se ufanen
de actuar en sentido contrario.
Cuando el camino elegido no es el
del respeto a las normas (sean las de tránsito, las jurídicas o las
ortográficas), sino el de la improvisación y la discrecionalidad, las
sociedades pierden el norte y desembocan en el autoritarismo (la ley del más
fuerte) o en la anarquía (la ausencia de ley).
Es hora de bajarle la palanca a
los que se pasan de la raya y la única forma de hacerlo es recordándoles que su
deber es atenerse a las normas que nos rigen a todos.
De eso depende –nada más, ni nada
menos- que podamos vivir en paz y en libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario