La
idea no es nueva. La planteé hace más de un año, con tono irónico, pero la
proclamada teoría de que “lo político prima sobre lo jurídico” (una versión
criolla de aquella vieja máxima acuñada por Maquiavelo de que "el fin justifica
los medios"), la trajo a mi memoria, dándole una dimensión casi terapéutica ¿Y si el próximo 18
de julio realizamos una maratón de lectura de nuestra Constitución? ¿Qué
pasaría si cada uno de nosotros –sin importar su credo político, religioso o
filosófico- colgara un fragmento de nuestra Carta Magna en su muro de Facebook,
compartiera un pasaje de la misma a través de Twitter, repartiera fotocopias en la calle, la
pusiera en la ventana durante ese día como si se tratara de nuestro pabellón
nacional o se juntara aunque más no fuera quince minutos con sus hijos a leer un
par de páginas en voz alta? ¿No estaríamos contribuyendo, entre todos, a
vivificar nuestra tan vapuleada y alicaída cultura cívica? Si podemos hacerlo
con el Quijote o para recaudar fondos para obras benéficas, ¿por qué no podríamos
hacerlo para reafirmar nuestra vocación democrática y respeto a las
instituciones? Sé que se trata de una medida simbólica, casi de una gota de agua
en el océano, pero también sé que es un acto de rebeldía necesario que se
conecta con nuestras mejores tradiciones y que a la larga muchas gotas sumadas pueden transformarse
en una corriente poderosa e incontenible. Por otra parte, ¿acaso las sociedades no
están hechas también de símbolos y gestos? Somos lo que sentimos que nos
representa, ¿no? Pues bien, es mucho mejor sentirnos representados por un "librito" frío e imparcial que por los arrebatos del mandamás de turno.
Aquí va lo
que escribí hace algo más de un año:
“El pasado 26
de mayo, con motivo de celebrarse el Día del libro, la Embajada de España
organizó la primera maratón de lectura del Quijote en nuestro país. Al igual
que en la Madre Patria, cada 23 de abril, durante 24 horas, figuras del
quehacer público y privado –desde el ex presidente Jorge Batlle hasta la
primera dama Lucía Topolansky, pasando por escritores, científicos, amas de
casa y escolares de túnica y moña- leyeron pasajes de la obra del gran Miguel
de Cervantes. Ese mismo día, la Editorial Banda Oriental reunió en la entrada
del Teatro Solís a trescientas personalidades de la cultura y la política
uruguayas para una fotografía que conmemora los 50 años del sello editorial. Un
encuentro único, de enorme trascendencia simbólica, en el que confluyeron
escritores jóvenes y veteranos, narradores e historiadores, poetas y
ensayistas, consagrados y casi desconocidos.
Dos excelentes ideas, sin dudas, que
reafirman la vitalidad de nuestras letras y el compromiso de un amplio sector
de nuestra sociedad con la cultura, más allá de ideologías, clases sociales y
diferencias generacionales. Ahora bien, debo ser franco y reconocer que tan
pronto tomé conocimiento de ellas, mi cabeza se disparó hacia otro lado. ¿Se
imaginan, aquí, un día dedicado completamente a la lectura de nuestra cada vez
más olvidada Constitución de la República? ¿Se imaginan a “lectores” de todas
las edades, tendencias y responsabilidades imbuidos de ese espíritu republicano
que nos falta, dispuestos a reivindicar su apego al Estado de Derecho y a los
principios de la democracia liberal en una “foto familiar” que los reúna a
todos como aquella vez en el Obelisco? Bueno, no sé ustedes, pero yo sí.
Me imagino, por ejemplo, un Palacio
Legislativo rebosante de ciudadanos en el que, durante 24 horas, el presidente
de la República, sus ministros, legisladores oficialistas y opositores,
dirigentes políticos, directores de entes autónomos, líderes religiosos,
sindicalistas, empresarios, militares, docentes, artistas, médicos,
periodistas, jueces y estudiantes lean en voz alta pasajes de nuestra Carta
Magna. Me imagino, si cierro los ojos, a los presentes leyendo a coro y en voz
bien alta: “Todas las personas son iguales ante la ley no reconociéndose otra
distinción entre ellas sino la de los talentos o las virtudes” (Art.8). Me
imagino, también, a algunos jerarcas policiales y ministeriales leyendo: “Las
acciones privadas de las personas que de ninguna modo atacan el orden público
ni perjudican a un tercero, están exentas de la autoridad de los magistrados”
(Art.9). Me imagino, si me concentro, a algunos líderes sindicales reacios a la
formación de otras organizaciones sindicales leyendo: “Todas las personas
tienen derecho a asociarse, cualquiera sea el objeto que persigan, siempre que
no constituyan una asociación ilícita declarada por la ley” (Art. 38). Me
imagino a algunos banqueros y prestamistas leyendo: “Prohíbase la usura” (Art.
52).
Me imagino a ciertos dirigentes políticos empeñados en hacer del Estado un
comité de base leyendo: “Los funcionarios están al servicio de la Nación y no
de una fracción política. En los lugares y las horas de trabajo, queda
prohibida toda actividad ajena a la función, reputándose ilícita la dirigida a
fines de proselitismo de cualquier especie” (Art. 58). Me imagino
a los jerarcas de la Enseñanza a los que les da dentera oír hablar
de la Educación Privada leyendo: “Todo padre o tutor tiene derecho a elegir,
para la enseñanza de sus hijos o pupilos, los maestros e instituciones que
desee” (Art. 68). Me imagino al presidente Mujica, al ex presidente Tabaré
Vázquez, a los legisladores oficialistas y a los camaradas del Plenario,
leyendo al unísono: “La Nación adopta para su gobierno la forma democrática
republicana” y “su soberanía será ejercida directamente por el Cuerpo Electoral
en los casos de elección, iniciativa y referéndum, e indirectamente por los
Poderes representativos que establece esta Constitución”(Art. 82). Me imagino a
algunos funcionarios públicos y especialmente a algunos jueces olvidadizos
leyendo: “Los magistrados judiciales, los miembros del Tribunal de lo
Contencioso Administrativo y del Tribunal de Cuentas, los Directores de los
Entes Autónomos y de los Servicios Descentralizados, los militares en
actividad, cualquiera sea su grado, y los funcionarios policiales de cualquier
categoría, deberán abstenerse bajo pena de destitución e inhabilitación de dos
a diez años para ocupar cualquier empleo público, de formar parte de comisiones
o clubes políticos, de suscribir manifiestos de partido, autorizar el uso de su
nombre y, en general ejecutar cualquier otro acto público o privado de carácter
político, salvo el voto” (Art. 77, 4º).
Es verdad que ninguna Constitución es
un libro de recetas, ni un manual de gobierno, ni la panacea universal, sino –
¡apenas!- el contrato que regula nuestra vida en sociedad, consagrando un
conjunto de derechos y obligaciones que no son propiedad de unos pocos sino de
todos. ¿Se imaginan cuántos problemas menos tendríamos si quienes juraron
“guardar y defender” ese librito ninguneado y ejemplar realmente lo hicieran?
Bastante menos de los que hoy tenemos, sin dudas.
Sí, ya sé… Que imaginación la mía, ¿no?
No hay comentarios:
Publicar un comentario