Concluíamos
nuestra nota de la semana pasada diciendo que la nueva tolerancia de la
sociedad ante la homosexualidad y los homosexuales, y el consiguiente aumento
de la “visibilidad” de estos, pone de manifiesto la necesidad de que sus
relaciones de pareja con vocación de permanencia tengan un estatuto jurídico que las regule.
Ese estatuto puede ser el del
matrimonio, ampliado para comprender también a las parejas homosexuales, o bien
puede constituir un régimen especial, con nombre propio y distinto de aquél.
La segunda alternativa, es decir, el
régimen especial denominado, por ejemplo, “unión civil” o algo por el estilo,
me pareció hasta hace un tiempo la preferible. Tiene la ventaja de ofrecer a
las parejas homosexuales el amparo del Derecho, sin modificar para ello una
institución milenaria que constituye el mejor marco posible para traer hijos al
mundo, criarlos y educarlos.
Lo que me hizo cambiar de idea y apoyar
la propuesta del “matrimonio igualitario”, fue la comprensión de que lo que las
parejas homosexuales reclaman no es solamente una solución técnica para sus
problemas jurídicos, sino también y fundamentalmente el reconocimiento social,
expresado a través de la ley, de la legitimidad de su condición de homosexuales
y de su unión como tales. En último análisis, lo que se reclama es el reconocimiento de que la dignidad de la
persona es la misma para todos los individuos de la especie humana, y no
aumenta ni disminuye en función de la
orientación sexual de cada uno, del mismo modo en que no varía tampoco en
función de la nacionalidad, el color de la piel o el credo religioso del sujeto
del que se trate.
La exigencia de aceptación y
reconocimiento de personas que ya no aceptan
ocultarse, ni negar una manera de ser que en la mayoría de los casos no fue
siquiera elegida libremente por ellas, sino asumida como un hecho de la
naturaleza, es lo que constituye a mi
juicio el meollo de la cuestión.
Planteada así la cuestión, se resuelve
a favor de la aceptación del “matrimonio igualitario”. En el ámbito de las
relaciones de familia, el matrimonio es la institución legítima y legitimadora
por excelencia; la ley es el instrumento dotado de la eficacia jurídica y la
potencia simbólica necesarias para hacer ingresar en aquella venerable
estructura a sus nuevos habitantes.
Es cierto que el matrimonio ha sido
históricamente el marco jurídico protector de la procreación humana. ¿Por qué
admitir en su seno, entonces, a aquellos
cuya unión no puede engendrar un nuevo ser?
La reproducción dejó de ser hace
tiempo, si es que alguna vez lo fue realmente, la única razón por la que la
gente se casa. Miremos a nuestro alrededor. Muchos contraen matrimonio sin
querer tener hijos o sin poder hacerlo, sea por razones de edad, de patologías
congénitas o adquiridas, etc. A nadie
se le pide, cuando se casa, que asuma el compromiso de la reproducción. Si así
son las cosas, no se entiende por qué la imposibilidad de reproducción tiene
que ser un obstáculo insuperable para que los homosexuales que deseen compartir
la vida puedan darle a su unión el nombre dignificador de matrimonio, evitando
el “apartheid” jurídico de la “unión civil” o institutos similares.
“Hagamos que el tránsito de los hombres
sobre la tierra, de suyo difícil y amargo, sea, por lo menos en los límites de
nuestra patria, lo más llevadero posible. Hagamos que para todos resplandezca,
en la medida de las posibilidades humanas, el sol de la felicidad”. Este
párrafo de una nota publicada en El Día en los años veinte, en vida de don José
Batlle y Ordóñez, expresa bien el espíritu que nos anima al anunciar nuestro
voto a favor del matrimonio igualitario.
(*) Abogado. Senador de la República
(Vamos Uruguay – Partido Colorado)
1 comentario:
No es necesaria una convicción religiosa para advertir, que lo principal que la institución matrimonial simboliza, no existe en caso de homosexualidad. Hay que asumir el problema donde se plantea: en el lenguaje. Las palabras no pueden designar a la noche día, ni día a la noche. Y cuando lo se las fuerza a hacerlo, pierden su sentido. El matrimonio designa a la institución que representa la primera ley: la perpetuación de la vida de la especie. Éste es el centro de la cuestión. Si bajo el mismo rótulo se hace aparecer otras situaciones, se vacía de significación a la primera, sin dignificar a las otras; se desconoce a ambas.
NATHALIE DE WILLIENCOURT ES UNA DE LAS FUNDADORAS DE HOMOVOX
«Soy francesa, soy homosexual, la mayoría de los homosexuales no queremos el matrimonio ni la adopción»
A diferencia de lo que afirman los medios seculares, considera que la mayoría de homosexuales, incluida ella misma, no quieren ni el matrimonio ni la adopción de niños por lo que están en desacuerdo con el proyecto de ley del presidente François Hollande. En una entrevista concedida el 11 de enero al sitio web italiano Tempi.it, Nathalie señaló que «la pareja homosexual es diferente a la heterosexual por un simple detalle: no podemos dar origen a la vida».
http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=16867&utm_medium=email&utm_source=boletin&utm_campaign=bltn130325
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