El pasado martes, la Comisión de
Constitución y Legislación del Senado comenzó a votar el extenso y denso
articulado del proyecto de ley llamado, por sus promotores, de “matrimonio
igualitario”. Ni el Partido Colorado ni el sector Vamos Uruguay adoptaron
posición común sobre el tema, que no está contemplado en el programa
partidario; lo que se acordó fue que cada legislador actuaría según su leal
saber y entender. Fue así que todos los diputados colorados que votaron, lo
hicieron a favor del proyecto. En la Comisión del Senado yo voté
afirmativamente el artículo primero, que admite el matrimonio entre personas
del mismo sexo, así como otros artículos que adaptan el lenguaje de la ley a
este cambio (sustituyendo los términos “marido y mujer” por el de “cónyuges”,
por ejemplo). No se votaron aún los artículos del proyecto referidos a la
filiación o al nombre, entre otros que están pendientes, porque la Comisión
sigue considerando diversos criterios para resolver los problemas
jurídicos que esos temas plantean.
El
cambio legislativo que seguramente se producirá en Uruguay, así como se produjo
ya en varios estados de los Estados Unidos de América y en varios países
europeos, fue precedido por el cambio en la actitud de la sociedad hacia
la homosexualidad.
“Ayer nomás”, en términos históricos, la
homosexualidad era considerada una inmoralidad de las peores, una
enfermedad o hasta un delito. Así nos lo recuerdan el célebre caso de Oscar
Wilde o el quizás menos conocido de Alan Turing, entre muchos otros. Turing fue
un genial matemático británico, considerado uno de los padres de la teoría de
la computación, que durante la Segunda Guerra Mundial cumplió un papel
importante en la crucial tarea de descifrar las comunicaciones encriptadas de
los nazis.
Pues bien; pese a esa foja de servicios
militares y académicos, al comienzo de los años cincuenta su propio país
lo llevó a juicio y lo condenó por homosexual, dándole a elegir entre cumplir
una pena de prisión o someterse a la castración química. Turing optó por esto
último y poco después, sumido en profunda depresión, acabó suicidándose. Parece
increíble que esto pueda haber pasado en Gran Bretaña, pocos años antes
de que hicieran eclosión los Beatles, pero así fue.
Hasta
hoy la homosexualidad sigue siendo duramente reprimida en países como Irán, por
ejemplo, pero en Occidente la situación ha cambiado mucho y para bien. Las
sociedades se han hecho más tolerantes y menos crueles. La orientación
sexual de una persona ha pasado a ser considerada como una forma de ejercicio
de su libertad, que no se debe coartar ni ofender. Las leyes protegen esa
libertad y castigan la discriminación por razón de orientación sexual (como así
también por otras razones), pero antes que las leyes fueron las ideas y
actitudes dominantes las que cambiaron, reconociendo la legitimidad de lo que
hasta hace poco tiempo se consideraba pecaminoso y execrable.
En
el Uruguay la homosexualidad nunca fue un delito, pero tampoco fue socialmente
aceptada. La condición impuesta a los homosexuales para no tener problemas, era
la invisibilidad; mientras ellos hicieran como que no eran, los demás hacían
como que no sabían que sí eran. Fue bajo esta regla tácita que algunas personas
de orientación homosexual ocuparon importantes cargos políticos; actuaban en la
vida pública como célibes o como seres asexuados, y nadie se metía con
ellos. En otros planos de la vida social, menos visibles que la actividad
política, las cosas se hacían y se siguen haciendo de la misma manera, es
decir, ocultándose unos y fingiendo no ver los otros.
Pues
bien: es este “statu quo” el que hoy está cuestionado y tambalea. La sexualidad
constituye una dimensión demasiado importante de la personalidad y de la vida,
como para mantenerla eternamente reprimida. Por eso aumenta todos los
días el número de los homosexuales que hacen pública su condición de tales, o
que por lo menos no tratan de ocultarla. Y la sociedad lo admite, bien que de
diversas maneras que van desde la convicción de los más jóvenes, hasta la
resignación de los mayores (todo ello sin perjuicio, por supuesto, del rechazo
enconado de los recalcitrantes, que son cada vez menos pero que también
existen).
Este
cambio de actitud es francamente positivo. Una mayor tolerancia de la sociedad
no sólo aumentará la libertad de los homosexuales; también disminuirá su
sufrimiento. Porque el sufrimiento es parte de esta cuestión. Seguramente mucha
gente ha sufrido mucho, como consecuencia de haber tenido que vivir
ocultándose, negando lo que es o acaso –peor aún- disfrazándose de lo que no
es. ¡Cuántos sentimientos de culpa, cuántas disputas familiares, cuántas
frustraciones vocacionales, profesionales o laborales de esas que amargan la
vida se evitarían, si pudiésemos todos ser más tolerantes y respetuosos de la
manera de ser del prójimo!
Al
cesar la invisibilidad de los homosexuales, aparece la necesidad de que sus
relaciones de pareja sean reguladas por el Derecho y se plantea la
disyuntiva entre incluirlos en el matrimonio, o crear para ellos un régimen
especial.
Ese
será, precisamente, el tema de mi próxima nota.
(*) Abogado. Senador de la República
(Vamos Uruguay- Partido Colorado)
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