En el día de ayer se cumplieron
30 años del inicio de la absurda guerra de las Malvinas. Producto del desvarío
oportunista de una camarilla de criminales encaramados en el poder con la
complicidad de una porción de la sociedad argentina que no tuvo el menor empacho
en aplaudir las bravuconadas del deleznable Galtieri y secundarlo en su
borrachera nacionalista.
Borges, sabiamente, la calificó como una “huida hacia
adelante”.
Que se sepa: la guerra no fue solo una trágica inocentada
-se buscaba salvar al régimen y perpetuarlo reconquistando unas islas que se
suponían al alcance de la mano sin disparar un solo tiro-, sino también un
reflejo del nacionalismo ramplón, frívolo e infantil de un pueblo enamorado de
la imagen distorsionada que le devuelve el espejo de su historia. Se entró a la
guerra creyendo que del otro lado no habría respuesta. Que una mujer, la
Thatcher, no tendría las agallas para responder el golpe. Que los miles de kilómetros
que separan a las islas de su metrópoli evitarían la reacción. Que EEUU no
intervendría. Que Inglaterra se daría por vencida antes de pelear, traicionando
su propia historia. Que se saldrían con la suya…
Pues, no fue así. Esa suma de presunciones erróneas, de
burradas históricas, de yerros técnicos (se suponía que la Argentina estaba
gobernada por profesionales de la guerra), en suma, de ignorancia acumulada, supuso
la muerte de cerca de setecientos argentinos y trescientos británicos, sin
contar los que luego se quitaron la vida o quedaron lisiados, marginados, trastornados
o lisa y llanamente fuera de sí.
Ayer, como no podía ser de otra manera, la televisión
argentina se dedicó a evocar la “gesta” de Malvinas y a honrar a los ex
combatientes. Al medio día, la presidente, a través de cadena de radio y televisión,
desde la recóndita Tierra del Fuego, con la presencia de madres de Plaza de
Mayo, funcionarios inventariados, “líderes sociales”, empresarios domesticados y
público alquilado para ocasiones como ésta se refirió al tema del mismo modo en
el que suele hacerlo cuando descalifica a la oposición, arremete contra Clarín
o posa de paladina de los Derechos Humanos. Sobreactuando. Gesticulando más de
la cuenta. Vociferando como si estuviera en el 45… Alimentando ese clima de
odio que envenena el ambiente y le da la razón a Marx: la historia se repite dos
veces, primero como tragedia y luego como farsa.
Poco después, sobre la tarde, un grupo de radicales de
bolsillo, violentistas de cama caliente y patrioteros de cabotaje fueron a la
embajada de Inglaterra a tirar piedras y templar sus cuerdas vocales con
cánticos de barra brava. O sea, a hacer catarsis. Así, lo sepan o no, le dieron
la foto que los medios del Viejo Continente esperaban para ilustrar sus diarios
de hoy: la de una horda de salvajes quemando la bandera británica.
En la noche, vi, como todos los lunes, el programa de
Roberto García, “La Mirada”, en Canal 26. Con las Malvinas como tema central, el
ex director de Ámbito Financiero entrevistó a dos figuras muy disímiles entre
sí, pero igualmente interesantes: Juan Bautista “Tata” Yofre, periodista y ex
director de la SIDE, y Carlos Pascual Tula, más conocido como “El Tula” o por
su bombo, infaltable en cualquier acto peronista. El primero se refirió a su
libro “1982”, en el que aborda la sinrazón de la guerra y el segundo, desde su pintoresquismo
militante, mostró una bandera firmada por Perón, Isabelita y todos los grandes
popes del movimiento justicialista de los años setenta que intentó sin suerte llevar
a las islas por aquel entonces y aun no ha renunciado a izar en algún mástil
malvinense.
Cerca de la medianoche, sintonicé un programa de
frivolidades y cotilleos faranduleros también dedicado al tema. Un living con
ex combatientes y un periodista que escribió sobre la guerra y posa de experto
en la materia, anunciaban una noche movida. Y así fue, aunque no me esperaba
tanto. Me sorprendí cuando a uno de los invitados se le pidió que narrara cómo
había ultimado a un soldado inglés y luego fuera premiado con vivas, aplausos y
felicitaciones por su destreza y sangre fría. Los más entusiastas no fueron sus
antiguos compañeros de armas sino el periodista invitado y el conductor del
ciclo. Durante el programa anterior, éste había manifestado su odio absoluto e irrestricto
contra los ingleses y anunciado que no le importaba lo que la audiencia opinara
sobre semejante expresión de sentimientos.
¿Demagogia? ¿Irracionalidad? ¿Ignorancia? ¿Frivolidad? Aún
sigo pensando cómo calificar a aquello…
Me imaginé a los miles de jóvenes y no tan jóvenes que
estaban detrás de la pantalla y en el daño que ese grupo de irresponsables le estaban
haciendo a sus cabecitas. Pensé en la falsedad de ciertos discursos sobre los
derechos humanos con los que algunos hacen gárgaras y la reivindicación interesada
de la muerte. Pensé en el durísimo golpe que representaba esa escena de
barbarie televisada para quienes verdaderamente buscan cultivar la paz y el entendimiento
entre los seres humanos. Pensé que ciertos exabruptos son explicables en quienes
sufrieron la guerra de cerca y fueron sus víctimas, pero resultan francamente imperdonables en quienes la vieron
de lejos o directamente aun no habían nacido cuando se produjo.
Me acordé del ¡Viva la Muerte! de Millán Astray y la
valiente respuesta de Unamuno: “Venceréis, porque disponéis de más fuerza bruta
de la necesaria para conseguirlo. Pero no convenceréis. Porque para convencer,
os hace falta persuadir. Y para persuadir, tendrías que tener precisamente lo
que os falta: la Razón y el Derecho en la lucha”.
Pensé en aquellas sabias palabras de Camus con relación a
que “la vida no vale nada, pero nada vale una vida”.
Pensé: la argentinidad al palo.
¡Qué lástima, no aprendieron nada!
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