Cuando
el debate en torno a los dichos del ministro de Defensa Nacional en ADM negándose
a pedir perdón por los crímenes cometidos por el MLN en el pasado y calificando
a Jesucristo de haber sido un “flaco gil” que “se pasó predicando perdonar” no
se había acallado y aún se comentaba en las redes sociales su respuesta al
Obispo de Minas –la única autoridad eclesiástica que le salió al cruce- y
muchos nos preguntábamos cuál sería la próxima ocurrencia de este pendenciero
contumaz, el inesperado protagonismo alcanzado por un ciudadano anónimo en el
salvataje de una mujer en la costa montevideana nos devolvió la medida de las
cosas y -¿por qué no decirlo?- la fe en los uruguayos.
Me refiero a Sergio
Clavijo, un ex fusilero naval que puso en riesgo su vida en aras de salvar la
de una mujer que se estaba ahogando frente a la rambla de Montevideo.
Mientras las
autoridades meditaban qué hacer y las personas que pasaban por el lugar se
limitaban a aguardar el desenlace de los acontecimientos, este héroe inesperado,
un hombre común y corriente y hasta quizás estigmatizado por su pasado militar,
rescató a la mujer de las aguas sin medir costos.
No se me ocurre una
actitud más valiente y a la vez más distante de la del ministro que ésta. No
hubo cálculo de ningún tipo. Ni búsqueda de recompensas, ni honores de por medio. Solo generosidad y coraje.
Cristianismo puro, dirán algunos. Humanismo de verdad, dirán otros.
Coincidentemente,
tanto el ministro como el ex fusilero naval son cristianos. Aunque el primero parece no haber ido a clase el día que enseñaron en el Colegio de los Hermanos Maristas los Diez Mandamientos, sobre todo el quinto, el séptimo y el
octavo. Si el señor Fernández Huidobro no entendió algo tan básico, es lógico
que tampoco entienda el valor del perdón como expresión de humildad y
desprendimiento. El arrepentimiento, escalón previo al pedido de perdón, no es
para cualquiera. Sólo los que son capaces de trascender a su ego y están
dispuestos a reconocer sus errores logran superar su pasado. Los que no lo
hacen (y ni siquiera lo intentan) están condenados a vivir en él. A convertirse en estatuas de sal.
Si el comportamiento
de este señor (antes y ahora) dista de ser ejemplar, salvo para quienes lo secundaron y aun hoy lo reivindican, la actitud de Clavijo sí
lo es. Salvó una vida y eso merece ser valorado. Quizás, dentro de unos días ya
nadie lo recuerde y sí, como es de preveer, se siga hablando de las sandeces de Fernández
Huidobro y haya quienes alegremente abonen el relato falaz que lo eleva a la
condición de héroe por haber tomado las armas en aras de la revolución cuando en realidad lo hizo en contra de una democracia ejemplar. Una injusticia más a las que estamos acostumbrados.
Curiosamente, el
ministro no asistió al reconocimiento que le organizó la Armada a Clavijo. Quizás
por prejuicio o por no entender que fuera algo verdaderamente importante. Clavijo
tampoco lo hizo. A diferencia de él, su motivo fue mucho más digno: decidió no prestarse al circo. Apenas se limitó
a agradecer el homenaje y a seguir su vida normal. “Hice lo que tenía que hacer”,
dijo.
Su fe
en Dios y el axioma que lo sostiene en cuanto a que todos los seres humanos
merecen el mismo respeto generan en él el deseo de seguir rescatando personas e incluso “extraterrestres” si es que existen y necesitan ayuda, señaló entre
risas a la prensa. Por ello es que sostiene que salvaría “de vuelta” a la mujer
que rescató de las aguas. “Si se está queriendo estrangular le corto la piola
con los dientes”, señaló.
Las sociedades
necesitan buenos ejemplos. Espejos en los cuales reflejarse, como Sergio
Clavijo. Los héroes de bronce, son para los libros. Artificios. Los héroes de
carne y hueso, en cambio, esculpen la moral colectiva. Inspiran. Educan.
Ernesto Sábato, en su libro quizás más
conocido, “Sobre héroes y tumbas”, se pregunta: "¿Qué máscara nos ponemos
o que máscara nos queda cuando estamos en soledad, cuando creemos que nadie,
nadie nos observa, nos controla, nos escucha, nos exige, nos suplica, nos
intima, nos ataca?".
En cada uno de estos casos la respuesta es más que obvia.
En cada uno de estos casos la respuesta es más que obvia.
De ahí el título de la
nota.
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