Por Gustavo Toledo
Desde que nuestra Cancillería perdió el rango de
ministerio para convertirse en una simple portería del Poder Ejecutivo y
el presidente de la República asumió personalmente la conducción de nuestras
relaciones exteriores, el Uruguay ha dilapidado parte de su soberanía. Nos
volvimos una provincia ambulante. Por momentos la provincia díscola del Río de
la Plata; y en otros, la añorada Cisplatina de los “hermanos” del Norte.
No es cierto que el gobierno carezca de política exterior. ¡Claro que la
tiene y es ésa! Algunos excesivamente generosos la llaman “la estrategia del
péndulo”: oscilar entre Argentina y Brasil en busca de cierto equilibrio entre
esos dos colosos. Si me preguntan a mí, la denominaría de otro modo: “la
estrategia de la taza de azúcar”.
Nos manejamos con la lógica de una ama de casa que calcula mal sus
compras de supermercado y debe pedir dos por tres una taza de azúcar o una
medida de yerba a la vecina de al lado. Argentina por problemas de caja decide
trancar los productos de la región y olvidarse del Mercosur, pues le golpeamos
la puerta a Dilma y sanseacabó. Brasil decide cortarse solo y olvidarse que
existimos, pues le caemos de sorpresa a Cristina y le pedimos que nos afloje un
poco la cuerda y chau Pinela. Simple, ¿no?
Así no transitamos el camino de la integración sino el de la sumisión.
Algo criticable a cualquier gobierno, pero sobre todo a uno cuyo sector
mayoritario se proclama de liberación nacional.
Más que aplaudir o mirar para el costado deberíamos preguntarnos ¿si se
puede vivir de sobras y limosnas como algunos pretenden? ¿Si se puede fundar la
política exterior de un país en la obsecuencia y el canje de favores? ¿Si es
digno para una nación soberana atar su destino a los arrebatos y voluntarismos
de sus vecinos?
Las respuestas a todas esas preguntas están a la vista.
En medio del conflicto entre el gobierno de Cristina Fernández y el de
Mariano Rajoy por la expropiación de la mayoría del paquete accionario de YPF, nuestro
presidente le guiñó un ojo a su par argentina quejándose en público de la
prepotencia de la “Europa rica” justo en el mismo momento en el que su vice se
encontraba en la Madre Patria de visita oficial y se ofrecía para “mediar”
entre ambas partes. Confuso, ¿no? Pero eso no es todo. Mientras el presidente
apoyaba sutilmente el avance “nacional y popular” sobre la petrolera, nos
recordaba que el “¡jugala acá que no te la van a expropiar!” proclamado no una
sino dos veces en el Conrad tiene “absoluta y plena vigencia”.
Supongamos que los que están del otro lado del río oyen al presidente, deciden
hacerle caso y se vienen para acá. ¿A quién le van a vender? ¿A
nosotros? ¡Imposible! Somos un mercado insignificante. ¿A los vecinos?...
¿Brasil y Argentina?... ¿Qué seguridad les podemos ofrecer a los inversionistas
extranjeros de que sus fronteras van a estar abiertas para los productos que
decidan fabricar aquí y quieran vendar allí? Ninguna. ¿Estamos dispuestos a
abrir mercados extra regionales, a través de tratados de libre comercio con
otros países como lo ha hecho Chile con el resto del mundo o hicimos nosotros
mismos con México y tantos beneficios nos ha generado? De acuerdo a las
declaraciones oficiales y a las pruebas que lucen a la vista, claramente no.
El “como te digo una cosa, te digo la otra” puede ser muy rentable desde
el punto de vista electoral, pero lo es muy poco desde el punto de vista de la
política exterior. Un paisito chiquito, a contramano del mundo y atado a las
fluctuaciones del mercado internacional como el nuestro no se puede dar el lujo
de enviar mensajes confusos. Y mucho menos depender de las dadivas
interesadas de nuestros vecinos.
Así no avanzamos; retrocedemos.
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