El
anunciado show de Paul McCartney el próximo 15 de abril en el estadio
Centenario ha despertado una verdadera revolución. No es para menos. Es la primera
vez que el ex Beatles visita nuestro país, y, quizás, sea la única vez que lo
haga. Es lógico entonces que sus admiradores locales (e incluso muchos
extranjeros) no quieran perdérselo y estén dispuestos a pagar lo que sea con tal de conseguir una entrada que les permita estar cerca de su ídolo al
menos una vez en la vida. De ahí que el valor de las mismas oscile entre los
900 y los 17.000 pesos y la reventa, como es de esperar, alcance precios
astronómicos. Mercado, es que le dicen.
Lo que sí resulta
extraño, ilógico y hasta obsceno es que ANTEL ponga de su bolsillo –es decir,
del nuestro- casi medio millón de dólares para auspiciar ese evento, según
denunció días atrás el diputado colorado Fitzgerald Cantero.
No es la primera vez que el
directorio de esa empresa es mano suelta con nuestro dinero. Pocas semanas
atrás nos enteramos que había gastado más de doscientos mil dólares en el
auspicio de un recital de “Los Olimareños” con motivo de cumplirse cien años
del balneario Atlántida.
Luego de la polémica suscitada
en torno a ese desmesurado gasto, el directorio de ANTEL dio a conocer un
comunicado en el que señalaba que “auspició este recital en el marco de su
política de apoyo a diversas manifestaciones artísticas y culturales porque
estima que es parte del papel que tiene como empresa pública y que constituye
además un aspecto esencial de su posicionamiento como la empresa de
comunicación de los uruguayos”.
Para la señora Cosse y la
mayoría del directorio del ente “el compromiso de ANTEL no se agota en brindar
servicios de comunicaciones eficientes y accesibles, y en promover la inclusión
de todos los ciudadanos en la sociedad de la información sino que también tiene
una activa política de responsabilidad social y de apoyo a las iniciativas
educativas y culturales nacionales”. Y agrega al final: “El compromiso de ANTEL
es el de la transparencia y el profesionalismo en el manejo de los recursos y
es también el de asumir un papel activo en las políticas sociales, culturales y
educativas asumidas por el actual gobierno”.
La Constitución de la
República en su artículo 190 es clara cuando señala que: “Los Entes
Autónomos y los Servicios Descentralizados no podrán realizar negocios extraños
al giro que preceptivamente les asignen las leyes, ni disponer de sus recursos
para fines ajenos a sus actividades normales”.
No creo que el auspicio
de eventos musicales esté entre sus “actividades normales”, ¿o sí?
Ahora bien, si el
argumento para desembolsar más de doscientos mil dólares primero y ahora casi medio millón es de carácter publicitario, cabe preguntarnos ¿si se justifica que una empresa monopólica
realice semejante gasto? ¿No resulta absurdo que lo haga cuando los servicios que presta no son tan eficientes y accesibles como pretenden sus autoridades? ¿Acaso una
empresa eficiente, austera y bien administrada no se publicita sola?
Repito, nada de esto es
nuevo. El directorio de UTE le perdona la vida a deudores contumaces; el de
ANCAP sostiene negocios a pérdida como ALUR en función de factores afectivos, políticos e históricos y no de conveniencia económica para la empresa; y el de ANTEL,
la joya de la corona, se dedica a practicar el mecenazgo de artistas locales y extranjeros por todo lo alto, sin
reparar en el costo moral de gastar lo que no se puede en lo que no se debe.
En un célebre concierto
de 1963, el ex compañero de Paul, John Lennon, pidió a los espectadores de los
asientos más baratos que aplaudieran y que los de adelante, donde se encontraba
la familia real británica y parte de la alta sociedad de aquel país, "se limitaran a
mover sus joyas".
Aquí está claro que las
joyas que se van a mover no son sólo las de los espectadores dispuestos a pagar
17.000 pesos (o más) para ver al ex Beatles, sino también “las de la abuela”,
es decir: ¡la de todos los uruguayos!
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