Un nuevo año nos encuentra festejando el Día de la Mujer… Y hago
mentalmente un repaso de lo vivido mundialmente, con ojos de mujer y corazón
lleno de expectativas ante el tipo de sociedad que ya se perfila en el
horizonte.
Hay
mucho de lo cual congratularse, felicitarse mutuamente por el avance obtenido.
Si bien
ese avance es más acentuado en ciertos países y en el continente europeo, más
que en el americano, asiático o africano.
Si
observamos detenidamente, las falencias de esa sociedad a la que me he referido
tienen ciertos rasgos en común… entre ellos los problemas con la adolescencia y
la juventud, entre otros. Falencias que son de capital importancia, puesto que
atacan la raíz del ser humano en vías de formación. Ataque que producirá adultos
no muy sanos, ni corporal ni espiritualmente.
También
enfrentamos un enorme recrudecimiento de la violencia contra la mujer,
manifestada en violaciones, maridos o parejas golpeadoras, prostitución bajo
esclavitud, adicción a las drogas y alcoholismo.
Dado el
avance que ha obtenido la mujer en el mundillo de la política, es una cruel
paradoja que aún se padezcan ciertas lacras que siegan la vida femenina.
Y me
pregunto, con un enojo que se acerca mucho a la indignación, ¿cómo es posible que
teniendo mujeres que ejercen la presidencia en nuestras naciones, ministerios
de importancia, o son legisladoras, qué han hecho de manera palpable y efectiva
por mejorar la situación de peligro para sus congéneres?
A la
vez, también me pregunto con mayor enojo aún si cabe, ¡qué hemos hecho el resto
de las mujeres… las mujeres “comunes y silvestres”… las que no somos producto
de universidades famosas, las que no ocupamos lugares de preponderancia en la
vida política ni laboral de los países… para reclamar insistentemente -ante las
mujeres “del poder”- por nuestros derechos básicos tan avasallados?
Y como
reclamo, no imagino sólo alguna que otra manifestación callejera, sino ése
rumor NO tan tenue pero cotidiano, de palabras que exijan caminos hacia la
solución.
Creo que
nos falta mayor eficiencia en nuestros reclamos ante las autoridades del caso…
Reclamar,
exigir, no son sinónimos de violencia alguna.
La
resistencia pacífica, pero continua, es la que orada los muros más gruesos y la
que siempre obtiene la victoria.
Otro
flanco por donde hay que librar batalla, es en la educación dentro del hogar.
¿Quién,
sino las madres, pueden inculcar ciertos valores a su prole?
Además
de hacer con el marido un frente común de amor sólido y efectivo que contenga a
sus hijos.
Pero en
el caso de madres solteras o solas al frente de la familia, tenemos la completa
responsabilidad de lo que educamos…
Tenemos
el deber moral de construir varones que sepan respetar a la mujer, desde edad
temprana. Tenemos el deber moral de construir mujeres que se amen y
respeten a sí mismas… Niños y niñas que crezcan en el compartir cotidiano y no
en la malsana lucha de poder de los géneros…que conozcan sus propios límites
y, a la vez, sepan que sus mayores les ponen sanos límites a sus caprichos…hijos que aun sabiéndose amados, no crean que el mundo familiar gira solamente
dominado por sus deseos tiránicos.
Si
deseamos evitar embarazos de adolescentes, si queremos evitar mujeres esclavas,
si no deseamos hombres golpeadores, debemos asumir YA que se debe educar de
manera diametralmente opuesta a la aplicada hasta hoy.
La
escuela podrá (o no, lamentablemente) reforzar, ahondar en inculcar
valores similares, pero las madres deben comprender que NO es una
tarea que se deba delegar totalmente al ámbito escolar.
Quizás
en el fragor de la guerra del esfuerzo por sobrevivir, las mujeres olvidamos la
enorme importancia que tiene nuestro rol de educadoras de nuestra propia
familia.
Tal vez
este mensaje no se vea poético ni agradable, pero creo que nuestro día merece
también, una reflexión de la actualidad con vistas al futuro.
Es
verdad que se han logrado increíbles avances desde aquel lejano 1857 en Estados
Unidos, pero este siglo XXI nos pone en circunstancias mundiales muy cruciales.
Nos pone en el momento de hacer grandes cambios sociales y la primera batalla
de cambio, es indudable, debe darse en el hogar.
Y lo
maravilloso de este momento, es que nos iguala a TODAS: desde la mujer de
escasa educación y que trabaja de empleada doméstica, hasta la mujer con
vastos estudios universitarios y post-grados, que preside –quizás- una empresa
multinacional, o más aún: una mujer que preside los destinos de su propio país;
todas debemos ser conscientes de que se necesita un cambio de raíz en muchos
frentes de nuestra sufrida sociedad.
Por
ello, se me hace que es hora de una noble y profunda unión femenina, hora de un
incansable apoyo en un camino de cambio que será arduo.
Seamos
creyentes o no, Dios dotó a la mujer de una sensibilidad y fuerza
especial al hacerla copartícipe del engendrar vida y esa fuerza y
sensibilidad es la que deberemos poner al servicio de la “revolución del amor”
a fin de lograr la mayor cantidad de cambios positivos para la futura
Humanidad…
Así que,
muchachas de 15, 25, 30, 40, 50, 60, 70 años o más, es cierto que venimos
recorriendo un largo camino, que ha sido magnífico, pero el que recorramos de
ahora en más, tiene el profundo misterio y la maravillosa fascinación que nace
del amor.
¡VAMOS!
Aún nos
queda un largo camino por recorrer…
No hay comentarios:
Publicar un comentario