Hay números que hablan por sí mismos. El 50,5% alcanzado por la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, en las elecciones primarias obligatorias realizadas el pasado domingo en la vecina orilla, y los magrísimos porcentajes conquistados por los candidatos de la oposición (Alfonsín y Duhalde escasamente superaron el 12% cada uno; Binner no llegó a los 11; y el resto apenas logró marcar presencia en las urnas), pintan un cuadro aleccionador.
A pesar del escándalo de Schoklender y la cercanía a Hebe de Bonafini; a pesar del traspié en la causa de los hermanos Noble-Herrera y de la movida por Papel Prensa (es decir, contra el Grupo Clarín y el diario La Nación); a pesar de los números maquillados del INADI; a pesar de la fuga de capitales y los aprietes a empresarios díscolos; a pesar del manejo discrecional de “la Caja”; a pesar de los Jaime, los Moreno y los Fernández; a pesar de la inflación creciente; a pesar de los reveses electorales en Capital Federal, Santa Fe y Córdoba; a pesar de los pesares, Cristina ganó con la fusta bajo el brazo. Más que ganó, arrasó.
¿Por qué? Porque la ciudadanía percibe que no tiene nada enfrente. Nadie es capaz de hacerle sombra. La oposición aparece fragmentada, confusa, sin ideas, incapaz de ofrecerle a la Argentina una propuesta seria, creíble y sobre todo superadora del populismo peronista.
Así las cosas, todo parece indicar que la suerte está echada. De aquí a octubre, sólo una catástrofe podría cambiar el resultado de las urnas. Y nada hace pensar que algo así suceda. Cristina se encamina a ser reelecta, sin la tutela de “EL” ni la influencia de ningún caudillo provincial. Solita, con la única ayuda de la oposición que ningunea e insiste en elevarla a la categoría de estadista.
Ahora, ¿este el espejo de nuestro futuro? ¿Se perfila en el horizonte un oficialismo hegemónico capaz de arrollar a una oposición timorata y desconcertada en 2014?
Si no percibimos el mensaje que recibimos del otro lado del Río de la Plata, seguramente sí. Si los Partidos Tradicionales no se rebelan contra ese destino trágico, estamos perdidos.
Por lo pronto, algunas señales alientan cierta esperanza. “La esperanza es el sueño del hombre despierto”, decía Aristóteles.
En primer lugar, el paso al costado dado recientemente por el Dr. Luis Alberto Lacalle, permite que los dirigentes de segunda línea eclipsados hasta el momento por su absoluto y por demás legítimo lucimiento como líder partidario, puedan demostrar su valía. Sin ir más lejos, el senador Luis Alberto Heber –un destacado parlamentario con seis legislaturas a cuestas- asumió la Presidencia del Honorable Directorio del Partido Nacional y viene imponiéndole su impronta personal, procurando abrir el partido a sectores y corporaciones con las cuales la comunicación y el contacto no habían sido especialmente fluidos hasta el momento.
Asimismo, la reincorporación del senador Saravia a las filas de sus ilustres antepasados, los realineamientos internos, la aparición de figuras como la del diputado José Carlos Cardoso y el énfasis puesto por buena parte de su dirigencia a causas de carácter social contribuyen a que una parte de la ciudadanía no vea al partido de Oribe, Herrera y Wilson como el “representante de la oligarquía criolla”.
Con relación al Partido Colorado, la actitud franca y generosa de Pedro Bordaberry de ceder la Secretaria General del partido y la asunción del senador Ope Pasquet en su lugar -un respetado dirigente batllista con fuerte predicamento dentro del sistema político-; el fortísimo impulso dado a la recolección de firmas para la baja de la edad de imputabilidad, que lleva más de 200.000 voluntades recogidas a lo largo y ancho del país y devolvió a los colorados el contacto con el llano; el contundente respaldo popular que recibe el modelo de gestión que viene aplicando con éxito el intendente de Salto, Germán Coutinho; y la realización del primer Congreso Ideológico, por el cual los colorados no sólo reflexionaremos sobre nuestros principios y valores batllistas, sino que también definiremos las grandes líneas de acción que nos orientarán en el futuro, suponen una suma de señales que reflejan la vitalidad de un partido que, hace menos de una década, muchos analistas y opinólogos se apresuraron a dar por muerto.
En fin, si blancos y colorados, a punto de cumplir 175 años de vida, una proeza casi única a nivel mundial, asumimos el desafío de estar a la altura de las circunstancias, como tantas veces lo hemos estado en el pasado; si somos capaces de anteponer los intereses de la Patria a cualquier otro; y aprovechamos estas circunstancias para darle vida a nuestros partidos, estaremos contribuyendo a ofrecerle a la ciudadanía una alternativa al oficialismo y a equilibrar la balanza de nuestra democracia.
Propongo que cada blanco y colorado se tatúe en el cuerpo aquella frase atribuida a Charles Darwin que señala que “las especies que sobreviven no son las especies más más fuertes, ni las más inteligentes, sino aquellas que se adaptan mejor a los cambios”.
De lo contrario, resignémonos a que el pez grande se siga comiendo a los pequeños.
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